Viernes, 4 de agosto de 2006 | Hoy
Por Georgina Higueras *
Desde Nazaret
Las casas parecen superponerse unas a otras, pero entre ellas discurren unas callejas empinadas y estrechas, fileteadas del verde de los jazmines, parras y olivos que se escapan de los patios. El barrio de Nazaret, donde el pasado 19 de julio un cohete Katyusha mató a los hermanos Rabía, de siete años, y Mohamed, de cuatro años, está poblado sólo por árabes, en su mayoría obreros o campesinos. Son familias con muchos hijos, pero desde que cayó el cohete los pequeños, que están de vacaciones escolares, no quieren salir a llenar las calles con sus risas y sus juegos.
“Con las armas no se consigue nada. Está claro que Israel y Hezbolá tendrán que negociar, pero ¿por qué no negociaron antes de matar a mis hijos? ¿Quién me los devolverá ahora?”, se pregunta Abdelrahim. A sus 47 años, el padre de los pequeños, pintor de brocha gorda, hace siete años que cobra una modesta pensión del gobierno israelí porque su mala salud no lo deja trabajar. Abdelrahim dice que se ha encomendado a Alá para “apagar su rabia contra el gobierno por haberse metido en una guerra injusta” en la que los únicos que sufren son los civiles. “Si en lugar de responder con las armas hubieran recurrido a los canales diplomáticos, tal vez habrían vuelto los dos soldados secuestrados por Hezbolá”, se queja.
Nazaret, una ciudad dominada por la enorme basílica de la Anunciación, es una ciudad de 60.000 habitantes, de los que 40.000 son árabes musulmanes y 20.000 cristianos. En pleno corazón de Galilea, en los últimos años unos cientos de cristianos se han instalado en el llamado Nazaret Ilit (colina), el barrio en el que viven los judíos, situado en la colina más alta. Eran las 4.45 de la tarde, cuando Rabía y Mohamed emprendieron el descenso de la calle que conduce a la casa de su tía. El cohete les dio de lleno, hizo un pequeño cráter en el asfalto y tiró una pared del edificio de tres plantas vecino. Este barrio nunca había sufrido un ataque. Su gente, que en 1948 optó por quedarse a vivir en donde había nacido, dice que sólo quiere la paz. Visto de lejos parece un barrio internacional porque sobre las casas ondean banderas de Alemania, Italia, Francia, Argentina y Brasil. Es lo que queda de la resaca del Mundial de Fútbol.
El guardián de la iglesia de la Anunciación, el franciscano Ricardo Bustos, de origen argentino, lamenta la escalada del conflicto que ha vaciado de peregrinos los Santos Lugares, en un año que había comenzado en marzo con cifras record. “En menos de 15 días, 70 grupos cancelaron su visita. Es una catástrofe económica, no sólo para Nazaret sino para todo el país, que favorece la radicalización y la inestabilidad”, afirma. Bustos, que llegó a Jerusalén en 1983, dice que en los últimos tiempos había señales del agotamiento israelí con Hezbolá. “El vacío de poder en Líbano permitía el inadmisible lanzamiento de cohetes y el secuestro de los soldados dio a Israel la razón que buscaban para entrar en ese país”, indica el franciscano. “Hasta que no se resuelva el problema de Palestina no habrá paz y la paz no se consigue con las armas”, sentencia mientras el ulular de las sirenas advierte del vuelo de nuevos Katyushas, instantes antes de que se escuchen dos explosiones.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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