Viernes, 11 de agosto de 2006 | Hoy
EL MUNDO › ESCENARIO
Por Mercedes López San Miguel
El desbaratamiento de los atentados le da oxígeno a Tony Blair. Sucede justo a un año y un mes de los mortales ataques en Londres y lo agarra con la imagen por el suelo debido en parte al pantano de Irak (ayer hubo al menos 50 personas muertas) y a su apoyo a la estrategia de la Casa Blanca en la guerra entre Israel y Hezbolá.
En el último mes hubo muestras de ansiedad en el gabinete británico por la situación en el Líbano. Los ministros parlamentarios laboristas le pidieron al premier el 2 de agosto pasado que posponga sus vacaciones de tres semanas en el Caribe para ocuparse de la crisis en Medio Oriente. Le criticaron que se fuera a vacacionar mientras se apilaban los cadáveres. “El se relaja en una playa caribeña mientras siguen muriendo soldados británicos en Irak y Afganistán”, se quejó un miembro del gabinete que no quiso revelar su nombre. “La política británica está determinada lisa y llanamente por Blair”, dijo Harry Cohen, un parlamentario de la izquierda laborista. Los ministros destacaron que los grandes temas a discutir son el fracaso de las negociaciones para conseguir un cese de fuego, la estrategia de EE.UU. en la región y el uso de las bases británicas para suministrar armas a los israelíes. Consiguieron que demorara su partida tres días hasta el sábado pasado, suficiente para apoyar el borrador americano-francés de resolución de la ONU que pide un cese –no dice inmediato– de todas las hostilidades de Hezbolá y las acciones ofensivas de Israel, pero que no menciona la retirada de las tropas israelíes del sur del Líbano. Pero Blair se fue igual. Y hubo más críticas.
Roger Berry, jefe del comité parlamentario de los controles de exportación, atacó al gobierno por no monitorear el uso que le dio a las armas británicas el ejército israelí. Cuestionó la decisión del gobierno de permitir que aviones cargados con bombas rastreadoras de refugios subterráneos aterricen en aeropuertos británicos. “Hay un gran enojo en el laborismo por el apoyo de Blair a Israel y la administración Bush”, dijo Joan Ruddock, una parlamentaria laborista.
En mayo, la popularidad de Blair tocó fondo tras la derrota sufrida en las elecciones municipales (el laborismo perdió 18 consejos locales); sólo el 26 por ciento de los británicos –uno de cada cuatro– se mostró satisfecho con su gestión. Según un sondeo publicado el 28 de julio por el diario The Guardian, un 63 por ciento de los británicos considera como negativo que la política exterior de Blair esté emparentada con la de Bush.
Tras los atentados del 7-J del año pasado, Gran Bretaña endureció sus leyes de inmigración y el 22 de ese mes la policía metropolitana asesinó por error al electricista brasileño Charles De Menezes en la estación de metro de Stockwell, porque lo confundieron con un presunto terrorista. El caso puso en evidencia la nueva política del gobierno de “tirar a matar” a sospechosos terroristas y los obstáculos que planteó Scotland Yard para la investigación –previsiblemente concluyó con la exculpación de la policía–. Ese error, sumado al fiasco de las supuestas armas de destrucción masiva que, según Blair, tenía Irak, puso en duda la efectividad de los afamados servicios de inteligencia británicos y la estrategia antiterrorista en general. Ayer Blair pudo broncearse tranquilo en Barbados. Esta vez, las cosas le habían salido bien.
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