Miércoles, 11 de octubre de 2006 | Hoy
Durante décadas, los socialdemócratas suecos crearon el Estado benefactor más envidiado del mundo. Pero ahora manda la derecha.
Por María Laura Carpineta
Vista desde la Argentina, Suecia bien podría ser parte del mundo del revés de María Elena Walsh. Allí los pájaros no nadan y los peces no vuelan, pero la política es difícil de entender. En la última elección, los grupos conservadores ganaron como el nuevo partido de los trabajadores y el gobierno progresista de la socialdemocracia fue derrotado en medio de una bonanza económica. ¿Qué pasó? ¿El famoso modelo sueco del Estado de Bienestar, tan elogiado en el resto de mundo, ya no seduce a sus beneficiarios?
Las explicaciones convencionales no sirven para el caso sueco. Parece irrisorio el sólo plantear que un gobierno progresista, con una situación económica que le causaría envidia a cualquier otra nación, inclusive a sus vecinos europeos, pueda perder una elección. Instantáneamente, el sentido común se activa y uno intenta buscar una causa. Quizás el modelo social sueco había devenido en un sistema de clientelismo y corrupción. Pero no. En Suecia casi no hay corrupción. Uno de los casos más sonados de los últimos años fue cuando un ministro nacional compró una barra de chocolate con dinero del Estado. El ministro tuvo que renunciar.
Buscando las causas, uno comienza a notar las anomalías del caso sueco. Excepto dos períodos de gobiernos conservadores (1976-1978 y 1991-1994), los últimos 75 años estuvieron dominados por el partido socialdemócrata. Ningún otro país ha visto tal hegemonía (claro está, bajo un sistema de elecciones libres). Y aquí aparece uno de los motivos más importantes del cambio de gobierno del mes pasado. “La socialdemocracia había estado en el poder demasiado tiempo. La sociedad quería un cambio,” le explicó a Página/12 el periodista del diario sueco Dagens Industri, Lennart Palmeus. Como en 1976 y 1991, la necesidad latente de un recambio no sólo impulsó a los votantes el día de las elecciones, sino que también había empujado antes a los sectores más conservadores a unirse y, principalmente, a moderarse. El nuevo primer ministro, el líder del Partido Moderado, Fredrik Reinfeldt, basó su campaña en garantizar que no desguazaría el estado benefactor. En pocas palabras, proponía mantener los beneficios sociales básicos, cortando los subsidios en áreas menos sensibles. Además, y éste fue un gran vuelco para el centroderecha, proponía bajar la carga impositiva de los sectores con menos ingresos, aunque también reducirá el subsidio de desempleo para incentivar la búsqueda de empleos entre estos mismos sectores.
Los sectores conservadores no sólo tuvieron que moderar su discurso, sino también su imagen pública. Para Palmeus, el contraste de Reinfeldt con el hasta hace poco premier socialdemócrata, Göran Persson, fue determinante en las elecciones parlamentarias. “Persson era un político arrogante. No actuaba como un líder laborista. En cambio, el nuevo primer ministro es más popular; está más en contacto con la gente”, explicó.
Para entender la sociedad sueca hay que conocer sus dos principales características. La primera es la igualdad. Décadas de estado benefactor la han convertido en una sociedad extraordinariamente igualitaria. Nada es absoluto, por supuesto. Sin embargo, los más de nueve millones de ciudadanos tienen todos los servicios básicos asegurados. Pero la ayuda del Estado llega mucho más lejos. Por ejemplo, la gran maquinaria sueca subsidia desde diarios de izquierda hasta canchas de tenis y pistas de bowling. Aquí es donde seguramente se harán los recortes.
Pero la sociedad sueca no apoyará un recorte más allá de estas áreas. La igualdad se convirtió con los años en una de las bases de la cultura sueca. Por eso, el verdadero éxito de Reinfeldt fue convencer a los votantes de la necesidad de bajar los impuestos y los beneficios de desempleo a las personas de menores ingresos. El gancho que utilizó fue el desempleo. A pesar de que la cifra oficial es de sólo el seis por ciento, el nuevo gobierno y los analistas coinciden en que el nivel de desempleo ascendería a más del doble. Jubilaciones anticipadas, largas ausencias por enfermedad y universitarios que siguen estudiando porque no encuentran trabajo son los desempleados que “esconde” el modelo sueco.
Aquí se activa nuevamente el sentido común y uno se pregunta cuál es el problema de que haya un desempleo relativamente importante, si éste no provoca ni pobreza ni déficit público. La economía sueca anda bien, con un crecimiento de más del cinco por ciento del PBI. A pesar del desempleo, el Estado consigue mantener su superávit fiscal, en gran parte debido a los altos impuestos. El problema no es económico, sino moral. “Suecia es un país mayormente luterano, en donde está fuertemente instalada la idea de que uno debe trabajar duro para ganarse el dinero”, explicó Palmeus. Para él, los suecos miran de forma despectiva a aquellos que no trabajan y viven cómodamente con el subsidio de desempleo, que ronda el 80 por ciento de los sueldos más bajos. Reinfeldt explotó este sentimiento. Autodenominando a su partido como el nuevo laborismo, el premier centró su discurso en la necesidad de forzar a los suecos a volver a trabajar.
Pero no todo está perdido para la socialdemocracia. Para fin de año tendrá un nuevo líder que deberá hacer lo mismo que hizo Reinfeldt, modernizarse. La sociedad sueca no quiere ni un Estado sobreexpandido ni un Estado mínimo, como pregonaban los antiguos conservadores. Para Palmeus, la población quiere mantener el modelo social, pero adaptado a los tiempos que corren. “Básicamente, todos somos socialdemócratas”, aseguró, repitiendo una frase que se escuchó inclusive entre los que apoyaron a Reinfeldt. Así de rara es Suecia, al menos vista desde acá.
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