Viernes, 10 de noviembre de 2006 | Hoy
EL MUNDO › EL LIDER EXTREMISTA SIGUE MUY VIGENTE EN FRANCIA
Cinco años después de provocar una catarsis en la sociedad francesa con su sorpresiva aparición en el ballottage presidencial, el referente del Frente Nacional no pierde su influencia.
Por Eduardo Febbro
Desde París
Hace casi cinco años, la sociedad francesa llevó a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales a uno de los representantes de la ideología más violenta del siglo pasado, Jean Marie Le Pen, el líder del partido de extrema derecha Frente Nacional. Con una oferta electoral profusa y hombres políticos de estatura considerable, Francia optó en las urnas por un hombre que evoca un pasado colectivo catastrófico y una historia personal que llena varias páginas de un prontuario. Derrotado por Jacques Chirac por más del 80 por ciento de los sufragios, Jean Marie Le Pen no accedió a la presidencia pero, lejos de agotarse, su influencia se mantuvo intacta a lo largo de los años. La gran catarsis colectiva a que dio lugar su presencia en la segunda vuelta no le cerró ningún camino. Por el contrario, media década después, Le Pen y la extrema derecha gozan de una pujanza que nada empaña. No son únicamente los campesinos atemorizados por el impacto de las políticas europeas en sus campos o un puñado de jubilados nostálgicos y asustadizos quienes votan por él. Sus electores masivos provienen de sectores combinados, que incluyen un porcentaje importante de obreros (26%), de jubilados (22%), de empleados (18%), de artesanos, comerciantes y jefe de empresa (15%) y de profesiones liberales y ejecutivos (7%).
Si bien su electorado más fiel se encuentra en las regiones rurales, 26 por ciento, la aglomeración parisina, 19 por ciento, y las comunas urbanas de la provincia, 15 por ciento, constituyen fuertes zonas de influencia. El dato más preocupante es la inclinación de la clase obrera que antes votaba por el Partido Comunista y que, desde 1995, empezó a votar por la extrema derecha. Un estudio de opinión realizado por la empresa IFOP basado en 28 sondeos efectuados a lo largo del año 2006 muestra que los obreros, los empleados y los jubilados son no sólo las categorías más sensibles al discurso de la extrema derecha, sino también aquellas que volverán a votar por Le Pen en las elecciones presidenciales del año que viene. François Chérèque, secretario general de la Confederación de Trabajadores (CFDT), explica que la historia vuelve a repetirse: “Todas las razones que llevaron a Le Pen a la segunda vuelta de las presidenciales de 2002 siguen estando presentes”. El estudio de IFOP revela también que la persistencia del voto a favor de la extrema derecha se manifiesta en los segmentos de la sociedad con problemas económicos. 68 por ciento de las personas interrogadas (27.338) confesó sentirse “cercana” el Frente Nacional y tener grandes dificultades o vivir “difícilmente” con el salario que gana. Los demás datos de la encuesta ofrecen el retrato típico de los simpatizantes del Frente Nacional:la inmigración –86 por ciento piensa que hay demasiados inmigrados en Francia, es decir, 33 por ciento más que el promedio nacional– y la seguridad –54 por ciento opina que no hay seguridad en Francia– son los dos temas que más ligan al elector frentista con Jean Marie Le Pen. Demás está decir que para esta categoría de electores la inmigración y la falta de seguridad son la misma cosa. Ese ángulo xenófobo es dominante, la base más sólida. Detalle destacado en un universo tan cerrado, 71 por ciento de los simpatizantes de la extrema derecha estima que la homosexualidad sea una manera “aceptable” de vivir su sexualidad.
Año tras año, la radiografía de la opinión pública francesa expone la intimidad de una sociedad en la cual las ideas de la extrema derecha hicieron su nido, incluso más allá de sus electores potenciales. Una mayoría considerable que no votaría por él dice, sin embargo, “adherir” a algunas de sus ideas, en lo concreto, la inmigración, es decir, el caballo de batalla del Frente Nacional. Las agujas del reloj parecen haberse detenido nuevamente. Ante la cercanía de la cita presidencial del primer semestre de 2007, los mismos afiches, las mismos graffitis, las mismas pintadas en los muros y los mismos slogans de campaña y el odio, similar, siempre repetitivo, ocupan el escenario de la extrema derecha. Lo único que han cambiado son las fotos de Jean Marie Le Pen. La última edición del órgano de la extrema derecha, L’Hebdo Nacional, lo muestra con anteojos muchos más gruesos, arrugas más profundas y la huella de los años. Lo demás es igual. También la situación económica es un espejo de hace cinco años. Lejos de aportar riquezas, el euro, la moneda única europea, fue un factor de empobrecimiento, con precios que, de manera solapada, aumentaron considerablemente sin que los salarios siguieran el ritmo. La clase obrera es más pobre, los empleados también. El conjunto de los sindicatos franceses más representativos, CGT, CFDT y FO, constatan impotentes cómo sus adherentes votan por el Frente Nacional. Jean Claude Mailly, secretario general de Fuerza Obrera, comparte el análisis de los otros sindicalistas: “La gente atraviesa grandes dificultades, más aún que en 2002. Las motivaciones de quienes votaron entonces por Jean Marie Le Pen persisten”. En buena medida, además de la responsabilidad de los dirigentes políticos y económicos, la población más pobre y excluida se ve afectada por todo aquello que es sinónimo de modernidad y globalización. En Francia, la deslocalización de las empresas hacia otros países más rentables, el impacto de la informática, los estragos de los nuevos métodos de producción, las grandes fusiones y la “i” economía no han hecho más que restaurar el vínculo ideológico de ciertos segmentos sociales con ideologías que deberían figurar en los museos del horror o los libros de historia.
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