Lunes, 14 de mayo de 2007 | Hoy
EL MUNDO › ARRANCO EN BRASIL LA V CONFERENCIA DEL EPISCOPADO, INAUGURADA POR EL SUMO PONTIFICE
Ante más de dos centenares de obispos latinoamericanos y caribeños, el Papa alertó sobre “formas autoritarias de gobierno” en la región. En su discurso de apertura a la asamblea general, Ratzinger criticó al marxismo y al capitalismo.
Por Washington Uranga
En el discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, pronunciado ayer en Aparecida, Brasil, el papa Benedicto XVI optó por una mirada social que es propia de la Iglesia Católica en América latina, criticó tanto al capitalismo como al marxismo, a los que calificó de “tendencias dominantes del último siglo” y acusó de haber cometido “el error destructivo” de “falsificar el concepto de la realidad con la amputación de la realidad fundamental, y por esto decisiva, que es Dios”. Porque, según el Papa, “sólo quien reconoce a Dios conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano”. La alocución, que puede marcar las deliberaciones que los obispos latinoamericanos y caribeños tendrán durante tres semanas hasta el 31 de mayo, tuvo un tono mesurado, lejos de afirmaciones categóricas, con un claro sesgo social pero sin renunciar a las grandes afirmaciones doctrinales sobre la vida, la familia y en contra del aborto. El Papa eligió el tono de la reflexión y el consejo, antes que la sentencia y la afirmación categórica.
En varios pasajes el Pontífice buscó atender los reclamos de compromiso social emanados de las iglesias de América latina y ubicarse en la línea de la “opción por los pobres” trazada por las conferencias episcopales precedentes de Medellín (1968), Puebla (1979) y Santo Domingo (1992). Así Joseph Ratzinger afirmó que “tanto el capitalismo como el marxismo prometieron encontrar el camino para la creación de estructuras justas y afirmaron que éstas, una vez establecidas, funcionarían por sí mismas”. Al marxismo el Papa le señaló que “donde ha gobernado, no sólo ha dejado una triste herencia de destrucciones económicas y ecológicas, sino también una dolorosa destrucción del espíritu”. Al capitalismo le endilgó que en Occidente “crece constantemente la distancia entre pobres y ricos y se produce una inquietante degradación de la dignidad personal con la droga, el alcohol y los sutiles espejismos de felicidad”. Según el Papa, las estructuras justas “no nacen ni funcionan sin un consenso moral de la sociedad sobre los valores fundamentales” y si “Dios está ausente (...) estos valores no se muestran con toda su fuerza ni se produce consenso sobre ellos”.
Benedicto XVI expresó también que “en América latina y el Caribe (..) se ha evolucionado hacia la democracia” y aunque sin especificar destinatarios expuso su preocupación “ante formas autoritarias (de gobierno) o sujetas a ideologías que se creían superadas”. Poco antes, en la misa inaugural de la conferencia, había afirmado que el catolicismo “no es una ideología, ni un movimiento social, como tampoco un sistema económico”. Ante más de dos centenares de obispos latinoamericanos y caribeños insistió en la tarea propiamente “evangelizadora” de la Iglesia, aunque sin negar las responsabilidades que le caben en el campo social. Por eso sostuvo que “si la Iglesia comenzara a transformarse directamente en sujeto político, no haría más por los pobres y la justicia, sino que haría menos, porque perdería su independencia y su autoridad moral”.
Para el Papa las “estructuras justas”, sin las cuales es imposible combatir las desigualdades sociales, “jamás serán completas de modo definitivo” motivo por el cual tienen que ser “siempre renovadas y actualizadas”. En este marco le corresponde a la Iglesia –según el Pontífice– ser “formadora de conciencias” actuando como “abogada de la justicia y de la verdad y educando en las virtudes individuales y políticas”. Fue claro, no obstante, en señalar que “la tarea política no es competencia inmediata de la Iglesia”.
Siguiendo con el tono social que marcó gran parte de su discurso, Benedicto XVI dijo también que “la Iglesia es abogada de la justicia y de los pobres precisamente al no identificarse con los políticos ni con los intereses de partido. Sólo siendo independiente puede enseñar los grandes criterios y los valores irrevocables, orientar las conciencias y ofrecer una opción de vida que va más allá del ámbito político”.
En otros pasajes de su alocución el Papa reconoció “un cierto debilitamiento de la vida cristiana en el conjunto de la sociedad y de la propia pertenencia a la Iglesia” que se debe “al secularismo, al hedonismo, al indeferentismo y al proselitismo de numerosas sectas, de religiones animistas y de nuevas expresiones seudorreligiosas”. Una de las preocupaciones centrales de la Iglesia Católica en la región consiste precisamente en la pérdida de fieles. También se refirió a la familia, que hoy “sufre situaciones adversas” provocadas a su juicio por “el secularismo, el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos”.
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