Sábado, 8 de diciembre de 2007 | Hoy
Gobernada por Hamas, la Franja está siendo estrangulada: casi no entran alimentos, todo lo que no sea de vida o muerte es un recuerdo y la industria desaparece por falta de insumos y materia prima.
Por Juan Manuel Muñoz *
desde Gaza
En el restaurante Matouk, en el centro de Gaza, el mozo se acerca al extranjero: “¿Podría traerme desde Jerusalén dos paquetes de tabaco y dos manzanas para los narguiles? Yo se lo pago”, ruega educadamente. Es que el gobierno israelí redujo el comercio de mercancías vitales –alimentos, combustibles y medicamentos– hasta provocar situaciones dramáticas. De cualquier otro artículo que no sea imprescindible no se tiene noticia en la franja desde junio. “En vez de poner tabaco en los narguiles, la gente mezcla té usado con esencias. Muchos fuman aserrín”, dice por lo bajo el empleado.
El bloqueo económico ha convertido a Gaza en un lugar lúgubre donde los civiles luchan por subsistir, donde las estampas de la vida cotidiana son deprimentes. Un territorio en el que sólo las milicias son hiperactivas, y donde los comerciantes abren sus tiendas sólo porque da lo mismo sentarse en una banqueta en la puerta de casa que en la del local.
Los cortes de luz son frecuentes, aunque todavía no entró en vigor la última iniciativa israelí: limitar el suministro de energía a un territorio que sufre graves carencias desde que en junio de 2006 la aviación israelí bombardeara la única central eléctrica. El flujo de combustibles ya se redujo drásticamente. Hasta el domingo se recibía el 30 por ciento del diésel y las gasolinas necesarias. Desde entonces, nada. Las empresas rechazaron recibir cantidades tan ridículamente bajas. “Hemos advertido del desastre que supone y decidido no ser cómplices del asedio”, asegura Mahmud Jazandar, dirigente de las compañías del sector. Los conductores hacen cola para cargar sus tanques en las pocas estaciones que permanecen abiertas. Hay quien llena para conservar la gasolina como un tesoro. Nunca se sabe lo que puede pasar.
Omar Shaban, delegado de la ONG Oxfam, resume el panorama: “Están circulando menos del 10 por ciento de los coches y ya se ve a personas haciendo autostop. El transporte público está dejando de operar y las tarifas se han elevado hasta el 50 por ciento. Los profesores comentan que la asistencia a clase ha decrecido sustancialmente. Es muy difícil llegar a los empleos y a las universidades”.
La guerra de Israel contra los fundamentalistas continúa a un costo que paga el millón y medio de vecinos de Gaza. Jalil, un hombre que trabaja para una ONG italiana, explica el desplome de los salarios y sus efectos. “Si hace un año el sueldo medio rondaba los 300 euros, hoy miles de personas trabajan por 100. Cientos de empresas han cerrado; las materias primas no entran”. Y, dada la carestía de productos básicos, todo ya es más caro que en Israel. Datos aportados por Naciones Unidas: desde junio, el pollo subió un 40 por ciento; la harina de trigo, un 46 por ciento; el arroz, un 20 por ciento; la leche para bebés, un siete por ciento; el aceite de oliva, un 11 por ciento; las bananas, un 43 por ciento, y la carne, un 33 por ciento.
“Gaza es una granja de animales. ¿Por qué espera el mundo que los palestinos se comporten como dóciles víctimas? ¿Por qué Europa, que ha logrado un alto nivel en materia de derechos humanos, guarda silencio? Si calla, empuja a Israel a hacer lo que hace.” Quien así habla es Raji Sourani, presidente del Centro Palestino de Derechos Humanos, un cincuentón que no se asoma a una mezquita. “No me agrada Hamas. Pero hay que negociar con ellos. Nos guste o no, serán un pilar fundamental en los próximos años,” señaló.
La gente está irritada con la actitud de los países europeos, que conocen de primera mano la catástrofe que padecen los civiles. De Estados Unidos, nada esperan. Aunque, paradójicamente, fue Washington quien presionó a Israel para que permitiera la participación de Hamas en las elecciones de enero de 2006. El ex primer ministro Ariel Sharon tragó a regañadientes. Claro que nadie esperaba el triunfo de Hamas, y nadie aceptó luego su victoria. “Nuestra democracia es una democracia de esclavos,” dijo enfurecido el izquierdista Sourani.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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