Sábado, 8 de diciembre de 2007 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
El continuismo será bastante discontinuo, por lo menos en la política, con Cristina Fernández en la Rosada, Néstor Kirchner en el llano, Mauricio Macri como jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires. Habrá continuismo en muchos aspectos pero en la política, las cosas cambiarán. A pesar de que todos los jugadores son conocidos, el juego cambió y todos están en roles diferentes.
Kirchner allanó el camino para que su ex primera dama tenga la menor cantidad de conflictos posibles con el sector empresario. Algunas de las medidas que tomó antes de retirarse, como la suba a las retenciones agropecuarias y a las petroleras, terminan de dibujar el tono progresista de su gobierno. Cristina sólo tendrá que pasar la gorra. Otras, como el aumento del transporte y las tarifas de servicios, fueron contenidas durante los cuatro años y medio de Néstor Kirchner y se aprobaron en los últimos momentos de su gobierno, aunque tendrán aplicación en los primeros días de la gestión de Cristina. Son todas medidas que hacen caja, evitarán los choques que hubiera soportado la nueva presidenta si las hubiera tomado ella, y alivian una zona de turbulencia con sectores empresarios en el tema tarifas.
El mismo Kirchner ha dicho que la propuesta del nuevo gobierno es que la economía siga creciendo con altos índices. Pero ya no será el efecto rebote, la capacidad ociosa industrial, el ahorro interno o el tipo de cambio y las decisiones de política económica las que empujarán centralmente ese crecimiento como hasta ahora. El diagnóstico es compartido por todos los economistas. Gran parte de lo que podría hacerse en estos terrenos ya se hizo. De aquí en adelante, el crecimiento tendrá que ser acompañado además por más inversión. Los choques y chispazos por disciplinar a las fuerzas productivas a un nuevo modelo económico dejarán el centro de la relación con los empresarios para ser reemplazados por una política de seducción.
Pero, al mismo tiempo, Cristina Kirchner ha dicho que buscará llegar al ideal peronista del fifty-fifty, como estrategia para la distribución de la renta: cincuenta por ciento para el capital, cincuenta por ciento para el trabajo. El Gobierno se ha asegurado un buen superávit que le permitiría equilibrar parte de la balanza si es eficiente su intervención en temas como salud y educación públicas. Pero hay otra parte de esa balanza que solamente la puede contrapesar la capacidad adquisitiva del salario. Seducción a los empresarios y tironeo salarial son dos factores difíciles de conjugar en una misma estrategia de un acuerdo social que será puesto a prueba por fuertes tensiones. El juego cambia: el modelo está instalado, pero ahora necesita combustible y resultados.
En el llano, Néstor Kirchner es un jugador que ha despertado expectativas. Tras ablandar desde la Rosada a un PJ atravesado de cacicazgos provinciales, se propone realinearlo detrás de su figura. Eduardo Duhalde, Carlos Menem, Carlos Reutemann, Carlos Juárez, José Manuel de la Sota y Juan Carlos Romero se han debilitado o han perdido la preeminencia que tenían en sus territorios al comienzo del milenio. Los únicos que mantienen su bastión en alto y lejos del kirchnerismo son los hermanos Rodríguez Sáa en San Luis. El peronismo aparece maduro entonces para un liderazgo nacional y el único en condiciones de realizarlo es Kirchner, impulsando incluso a su propia gente sin necesidad de grandes concesiones o negociaciones. Pero el justicialismo es un animal cansado como mula de noria, arrastra una inercia que será difícil de transformar aun cuando lo pueda conducir. Y los cambios que se vayan generando molestarán a muchos. Esta vez tendrán aleros adonde refugiarse. Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires intentará construir desde lo que podría definirse como el sector más conservador del kirchnerismo y el resultado en las últimas elecciones lo ubica como uno de los pocos presidenciables para el 2011. Y para los más enojados estarán los Rodríguez Sáa con Menem y Jorge Sobisch, desde fuera, tratando de reeditar el justicialismo liberal paternalista de los últimos años.
Es posible adivinar en Kirchner la idea de un partido popular moderno como parte de un movimiento más amplio de signo progresista. Hasta qué punto está en condiciones el justicialismo de acompañar esa idea es una incógnita. Y Kirchner deberá tejer los dos calcetines al mismo tiempo. Mientras impulsa ese proceso en el justicialismo, deberá construir el movimiento, frente o convergencia. Desde el Gobierno ha hecho algo parecido, pero a los panzazos, de arriba para abajo, con lo que armó una especie de bolsa de Papá Noel con radicales, peronistas, socialistas y progresistas. Ahora deberá hacerlo de abajo hacia arriba, articular a todos esos segmentos, darle institucionalidad y contenido, respetando las representatividades, pero también las identidades.
Fuera de Mauricio Macri, que plantea claramente un espacio distinto, desde el centro hacia la derecha; y la izquierda, incluyendo el proyecto que expresó Pino Solanas, las demás fuerzas políticas, radicales, socialistas y el ARI con su Convergencia Cívica deambulan por los mismos territorios que tendrá que caminar Kirchner. Elisa Carrió trata de plantar bandera en esa zona, pero es empujada hacia el centroderecha por la disputa electoral. La elección de Hermes Binner como gobernador de Santa Fe realimenta las posibilidades de una construcción con el cordobés Luis Juez, el porteño Aníbal Ibarra y el bonaerense Martín Sabbatella. Es un dibujo más homogéneo que tiene muchos puntos de contacto con el kirchnerismo, pero también con Carrió y hasta con los radicales. Sin embargo, cualquier construcción desde el centroizquierda afrontará el mismo dilema si quiere construir una mayoría electoral: aliarse con un sector importante del peronismo o buscar un sector igual de importante pero del centroderecha. Kirchner trata de resolver esa ecuación ofreciendo una versión nueva del peronismo, más afín con ese espacio. Esa versión del peronismo tampoco aceptaría el lugar de acompañante, aunque para esas fuerzas el problema está más en la capacidad no demostrada del kirchnerismo de respetar espacios e identidades. No temen tanto la alianza como la cooptación.
Hasta ahora, la práctica del kirchnerismo no ha sido establecer conversaciones con fuerzas políticas, sino con dirigentes, algunos de los cuales se han incorporado al Gobierno a título individual o grupal. En realidad, Kirchner no podía hacer otra cosa, porque él mismo no tenía una fuerza política propia en nombre de la cual entablar negociaciones, sólo podía hacerlo desde el Gobierno. Encabezando al peronismo, Kirchner aportaría más claridad a su estrategia de alianzas y relacionamientos con las demás fuerzas políticas. El kirchnerismo como espacio se proyecta más allá del peronismo. La parte no peronista, junto con otros partidos y fuerzas, kirchneristas o no, estarían representados en el Frente para la Victoria, que todavía es una fuerza fantasmagórica que aparece en las elecciones pero que por ahora no tiene organización ni institucionalidad.
En ese trabajo afanoso de construcción, Kirchner no estará solo. Carrió y Macri también tienen la necesidad imperiosa de levantar su propio edificio. Si Carrió logra contener a los votos macristas que derivaron masivamente hacia su boleta en la elección presidencial, ella misma deberá mantenerse en el centro haciendo equilibrio con la vieja tropa del ARI descontenta. De esta manera, mantendrá el lugar que ganó en la elección como segunda minoría. De lo contrario, o sea si su convocatoria se achica, el espacio legislativo mantendrá una contradicción con la realidad –como hasta ahora– que no favorecerá su desempeño. El jefe de Gobierno porteño, en cambio, gobernará hasta las próximas elecciones con un partido muy achicado en la Capital Federal, que es el único distrito donde tiene presencia considerable. El gabinete de Macri no es contenedor, sino marcadamente de centroderecha, incluso con ribetes que pueden molestar a muchos de sus votantes, lo cual favorece la propuesta de Carrió. La carrera por el liderazgo de la oposición está tan abierta como antes de las presidenciales, y las construcciones políticas, tanto de Macri como de Carrió, todavía son incipientes y débiles.
En el período que se abre todo el mundo estará construyendo su partido, incluyendo a Kirchner. Y no tiene poca importancia: gran parte del progreso que se haga en el plano de la transparencia institucional se asienta en el surgimiento de fuerzas políticas más estables que puedan dar cuenta de esta nueva realidad.
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