Miércoles, 7 de enero de 2009 | Hoy
EL MUNDO › CINCO MIL MANIFESTANTES EN LA EMBAJADA ISRAELí
Por María Laura Carpineta
Farid Milhem lleva una de las puntas de la bandera libanesa con la frente en alto por el medio de la Avenida 9 de Julio. Tiene 14 años, vive en Floresta y desde chico escuchó las historias de su abuelo, un inmigrante libanés. “En Gaza no son terroristas, sólo pelean por lo que es suyo”, dijo y miró a su padre del otro lado de la bandera.
Milhem es una de las cinco mil personas que se juntaron ayer en el Obelisco para marchar a la embajada israelí para repudiar la ofensiva contra los palestinos en Gaza. Entre banderas del Partido Obrero, el MST, el PTS y las organizaciones sociales, cientos de fellahas (típicos pañuelos blanco y negro palestinos) y hijabs (velo de seda femenino) salpicaban entre la multitud.
Carla Saleh dijo que no suele usar una hijab, pero ayer hizo una excepción. “Soy musulmana y hoy quiero solidarizarme con todos los musulmanes que viven aterrorizados por Israel”, aseguró con una bronca que le torcía la cara. Sus abuelos eran siriolibaneses, dijo, y por eso no puede evitar ponerse en la piel de los palestinos que hoy están sufriendo. “Si yo viviera allá, estaría todo el tiempo con miedo. ¿Sabés lo que es no poder pensar en el futuro porque no sabés si vas a tener uno?”
Mientras Saleh hablaba, la multitud se detuvo. Habían llegado a la embajada israelí, el lugar elegido para descargar su bronca. Lanzaron bombas de pintura roja, botellas, zapatos e insultos al edificio, protegido desde la mañana por vallas de hierro negro de la policía. No había efectivos a la vista para evitar choques con los manifestantes.
Pablo Salih se trepó a la valla y flameó la bandera de Hezbolá, la organización insurgente libanesa que hace dos años se midió en una guerra con Israel. “No es un grupo terrorista, sino de defensa –se atajó al bajarse–. Utilizan medios violentos sí, pero es como el médico que es frío ante un paciente. Ellos aprendieron a ser fríos ante la guerra y la lucha contra Israel”, explicó.
Cuando todo terminó, Milhem, el chico que escuchaba historias de su abuelo libanés, sacó sus conclusiones. “Lo que yo entiendo es que allá está muriendo gente que no debería morir.” Su padre sonrió lleno de orgullo.
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