Miércoles, 7 de enero de 2009 | Hoy
SOCIEDAD › LOS TURISTAS PUEDEN BUCEAR EN MAR DEL PLATA EN UNA JAULA CON CUATRO EJEMPLARES
Para desmitificar la peligrosidad que hizo temibles a los tiburones, un entrenador ucraniano, con dos colaboradores marplatenses, acompañan a los turistas que se animan a bucear junto a los animales. Es una experiencia única en América latina.
Por Carlos Rodríguez
Desde Mar del Plata
Lázaro es el único marplatense que tiene un harén. Natalia, Catalina y Maia son sus concubinas estables, pero está habilitado para agrandar su séquito de esposas. Es que Lázaro es un toro. Su nombre técnico es escalandrún, pero en este lado del mundo se lo llama toro. Lázaro es un tiburón toro cuyo peso ronda los 180 kilogramos. Hasta hace un año y medio estaba solo en su pileta de cuatro metros de profundidad, hasta que llegaron sus tres consortes, rescatadas del mar luego de una riesgosa incursión por las playas de Bahía Blanca. Los cuatro dientudos, que cada día y medio –cada uno de ellos– se come dos kilos y medio de pescado fresco, forman parte de una atracción única en América latina. Cualquier turista, con o sin instrucción previa de buceo, puede internarse en las aguas y chapotear con los cuatro ejemplares de tiburón. Hay una opción para tímidos: mirarlos pasar desde el interior de la jaula, cerrada y sumergida. Los más valientes pueden meterse en las aguas, acompañados por los instructores, y verlos nadar en círculos a pocos metros, sin rejas que los separen, con la adrenalina reventando el tubo de aire comprimido que les permite respirar bajo la masa líquida.
Vladimir Tkatchuk, como su nombre lo indica, es ucraniano. Nació en Odessa, una ciudad de un millón de habitantes que es la quinta en importancia del país. Su padre, Teodoro, era un ruso que escapó de la ex Unión Soviética, con toda su familia, durante la Segunda Guerra Mundial, poco antes de la invasión de las tropas nazis. Vladimir se presenta como “el loco de los tiburones”, porque es quien se interna en las aguas para las demostraciones que se hacen, cada vez que el cliente esté predispuesto, en el Aquarium de Mar del Plata, que además tiene shows de delfines, lobos marinos y otros animalitos mucho más simpáticos que los tiburones, quienes, de todos modos, tienen su club de fans.
“Estoy en Argentina desde 1974, cuando volvió (Juan Domingo) Perón y se armó flor de lío. Antes había estado en Brasil. Hace muchos años que vengo haciendo un show pocas veces visto en el mundo.” Vladimir es quien formó a otros dos audaces, Natalia y Mauro, los dos de Mar del Plata, que también se zambullen para acompañar a los turistas que quieren intimar con los tiburones. “Les damos de comer cada día y medio porque estos bichos tienen una digestión muy lenta, porque no mastican, tragan todo entero.” El matrimonio de cuatro está ahora en cuarentena, porque una de las hembras está en celo y todos apuestan a que se produzca la reproducción en cautiverio.
En estos días, Lázaro está tratando de ser padre y por eso a una de las concubinas “la muerde en las aletas para obligarla a darse vuelta, hasta ponerse frente a él. Ellos hacen el amor al estilo del misionero”, comenta el gigantesco Vladimir, con el mismo fino estilo de Alessandra Rampolla. “No es algo loco meterse en el agua con tiburones. Estos animales no son agresivos. Sobre ellos se han tejido muchas fantasías.” Los describe como “los únicos animales que no han cambiado su aspecto desde la prehistoria. Tienen dificultades para respirar y necesitan moverse en forma permanente. El tiburón no duerme nunca, sólo reposa”.
Natalia, que tiene 30 años, desde hace cuatro se mete a bucear cuerpo a cuerpo con los tiburones. Una de las hembras es tocaya suya. “No me produce miedo, pero igual tenés que tomar algunas precauciones. Los tiburones están en permanente movimiento y son muy curiosos, como los perros o los gatos. Cuando te ven entrar al agua, siempre se acercan para verte. Por lo general se mueven despacio, sin mover el agua, pero de pronto pueden salir con una velocidad increíble. No creo que tengan intención de morder a ninguna persona, nunca lo han intentado con nadie. Si nos acercamos demasiado, ellos se alejan. El único peligro real es que se pongan nerviosos y que en algún movimiento brusco, sin querer, te peguen con la cola. Tienen una piel muy áspera.”
Natalia hace su relato, luego de salir del agua, donde posó para Página/12, junto a los tiburones. Su compañero Mauro coincide: “No hay peligro con ellos. No les gusta la carne humana. Hay mucha fantasía, sobre todo después de la película Tiburón y sus secuelas. Es cierto que pueden oler la sangre a un kilómetro de distancia, pero ellos se alimentan de peces”. Los casos, excepcionales, de ataques a personas, se produjeron por lo general con intervenciones del tiburón blanco, el más grande de todos, que puede medir hasta seis metros de largo. Los ejemplares que pueden conocerse en Mar del Plata son más chicos y recién están llegando a la edad madura.
El periodista Oscar Balmaceda, que hace prensa para la empresa española que reabrió el Aquarium, dice que mucha gente se tira a la pileta de los tiburones. “Algunos dudan la primera vez, después vuelven y, por lo general, optan por mirarlos desde el interior de la jaula. Es un espectáculo extraordinario. Yo lo hice una vez y te aseguro que vale la pena.” Allí también se puede bucear en una pileta de cuatro metros de profundidad, llena de peces, desde pejerreyes a tiburoncitos totalmente inofensivos, desde rayas hasta pececitos de colores. Muchos niños mayores de seis años hacen la experiencia, acompañados o con autorización de sus padres.
La aventura de mezclarse con los tiburones cuesta 90 pesos por persona y puede hacerse cualquier día de la semana, con o sin conocimiento previo de buceo. A los novatos se les enseña, sobre todo, a respirar con el tubo de aire comprimido. Se los provee de trajes de neoprene, patas de rana, cinturón de pesas, máscara y tubos.
Los tiburones toro habitan el océano Atlántico, desde La Florida hasta las costas argentinas. A una de ellas llegó Lázaro, para quedarse, hace seis años. Ahora está tratando de tener descendencia nacida en Mar del Plata para obtener la residencia definitiva.
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