EL MUNDO › BLANCO DEL ATAQUE DEL DOMINGO
Un kibbutz progre y de argentinos
Por Chris McGreal *
Desde el kibbutz Metzer
Los asesinatos a sangre fría el domingo pasado de Revital Ohayon y sus dos hijitos en sus camas a manos de un joven árabe armado no sacudieron la profunda creencia del kibbutz Metzer en una Palestina independiente. En todo caso, los asesinatos reforzaron la convicción entre sus 500 y pico de residentes que la coexistencia pacífica de que disfrutan con sus vecinos árabes más próximos es la única respuesta a los problemas de Israel. “Somos el blanco por nuestra creencia –dice Dov Avital, economista en jefe del kibbutz–. Quieren demostrarnos que no existe tal cosa como la coexistencia. Creen que los palestinos deben combatir a los judíos. Si matan nuestro sueño, nuestra visión de la vida, lo habrán conseguido”.
La creencia en esa visión, ridiculizada como ilusoria por la derecha israelí, fue reafirmada por docenas de árabes que llegaron de pueblos situados a kilómetros de distancia para expresar su pena por los asesinatos en un kibbutz que es conocido por su oposición a la dominación judía. Sin embargo, los asesinatos han acentuado una sensación creciente entre algunos de los miembros del kibbutz acerca de un deterioro de las raíces idealistas plantadas por aquellos que abandonaron sus hogares de clase media en la Argentina hace medio siglo para proclamar una utopía marxista en un brote rocoso a miles de kilómetros de distancia. “Esto era una utopía. Era una utopía comunista –dice Martín Schupak, uno de los fundadores del kibbutz–. Nos considerábamos como la vanguardia constructora de una nueva sociedad. Ahora somos una reserva como los indios en Estados Unidos. Pero por lo menos todavía podíamos decir que un kibbutz era un paraíso para los niños. Ahora es un paraíso donde asesinan a los niños”.
El kibbutz fue fundado en 1953 por argentinos ansiosos por escapar del gobierno peronista. Schupak reconoce que en esos días confiaban en sus vecinos árabes del pueblo de Maisir para sobrevivir. “Era como cualquier asentamiento nuevo; había carpas y moscas. No había edificios ni servicios –recuerda–. Cuando llegamos, los árabes nos dejaban usar sus bombas para conseguir agua. Sin eso no hubiéramos podido sobrevivir. Teníamos una enfermera aquí, de manera que como retribución los ayudábamos cuando tenían problemas de salud. La cooperación creció”.
Pero Schupak concede que la relación era desigual, y que la colaboración inicial de los árabes fue probablemente por temor. La gente de Maisir tenía buenas razones para el resentimiento con los colonos judíos, que estaban construyendo sobre tierras que cinco años antes, en el momento de la guerra de 1948, pertenecían a familias árabes.
“Nosotros no vimos su tragedia. Eramos nuevos y era una página en blanco para nosotros –dice Schupak–. Los árabes no nos dijeron que esta tierra era de ellos porque en ese momento esto era una región militar. Vivían con temor a los soldados. Más tarde, cuando se sintieron más seguros, nos dijeron a quiénes solían pertenecer los campos. Esto es algo que no podemos cambiar. Ahora la tierra pertenece al gobierno y nosotros la tomamos prestada”.
Pero ambas comunidades dicen que, con el tiempo, el respeto y hasta la amistad creció. Los chicos árabes venían a jugar al fútbol en la escuela de fútbol del kibbutz. Los chicos palestinos visitaban los animales; sus padres venían a los casamientos y los funerales de los judíos a los que llegaron a considerar amigos.
“Somos una familia, Metzer y Meiser –dice Tahir Arda, que condujo la delegación árabe del pueblo al kibbutz para expresar su pena por los asesinatos–. Es verdad que hubo un tiempo en que las cosas eran nuevas y difíciles. Pero ahora esta amistad es parte de nuestra tradición. En 1967, cuando los hombres del kibbutz fueron a la guerra por Israel, yo manejé el tractor en Metzer. Ellos saben que quien cometió los asesinatos fue un hombre, no toda la nación árabe. Y nosotros sabemos que ellos saben eso. Eso es lo que hace la diferencia”.
Las relaciones no eran tan buenas con otro pueblo vecino, Qafin, a través de la frontera de 1967. Pero el plan del gobierno israelí de construir una valla de seguridad a lo largo de gran parte de la línea verde forjó una alianza sino una amistad. La valla iba a separar a la gente de Qafin de casi todas sus plantaciones de olivos. “Qafin no fue muy receptiva a nuestra oferta de buenas relaciones, pero lo puedo comprender. Están bajo ocupación militar. Sé que el tema de venir a hablar con nosotros por el tema de la valla de seguridad fue motivo de agitadas discusiones, pero finalmente lo hicieron –dice Avital–. De manera que hicimos aquí una campaña para que la valla se corriera hacia el oeste, más cerca de nuestra tierra. Creemos que debería tomar igual cantidad de tierras de ambos lados. Pudimos decirle a Sharon eso cuando vino a visitarnos después de los asesinatos y prometió tratar de hacerlo, de manera que puede ser que algo bueno resulte de esto”.
Para algunos de los fundadores, sin embargo, los asesinatos fueron un golpe a los ideales originales del kibbutz como un refugio respecto a las deficiencias del mundo. El primer cambio importante llegó hace una década, cuando los líderes del kibbutz, bajo presión de sus familiares, desmontaron el sistema de obligar a los niños de Metzer a dormir en un dormitorio comunitario.
Eso marcó un cambio del poder, de la vieja guardia marxista a una forma de vida menos política. Otro cambio más fundamental está en camino. Hasta ahora todos en el kibbutz ponían sus ganancias en un fondo colectivo. Pero ahora, en una movida destinada a atraer a jóvenes profesionales, se permitirá a los residentes quedarse con algo de sus ganancias.
“La vida ha cambiado y la gente tiene que venir aquí voluntariamente, así que nosotros tenemos que cambiar –dice Avital–. También el kibbutz ha cambiado. Fue un instrumento para construir un país. Ahora está construido. Aquellos que todavía creen en la creación de Israel a través de asentamientos, están viviendo en Cisjordania.
“Pero si el kibbutz tiene un rol en el futuro de Israel –agrega Avital, esperanzado–, quizás sea el de mostrar cómo vivir en paz con nuestros vecinos. Yo no veo ninguna otra forma. No es un sueño, es la única solución”.
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.