Viernes, 2 de octubre de 2009 | Hoy
EL MUNDO › EL ENCUENTRO COMO EL DE BURNS Y JALILI NO OCURRIA EN TREINTA AÑOS
Por Katherine Butler *
El escenario fue una residencia suiza del siglo XVIII situada en plena campiña al borde de un lago, y el encuentro entre los dos hombres tuvo lugar durante un almuerzo de buffet frío. Cuando el diplomático de Estados Unidos William Burns y el representante iraní, Sayeed Jalili, se separaron del resto y se alejaron en busca de privacidad, la imagen fue perfecta.
En jerga diplomática, estos encuentros se llaman “bilaterales”, y suceden todo el tiempo. Sin embargo, entre Washington y Teherán, al menos oficialmente, no ocurrían desde hace casi 30 años.
Según trascendió, la conversación se desarrolló “en buenos términos”. Duró 40 minutos. El resto de los diplomáticos se mantuvieron reservados sobre los detalles, aunque sí señalaron que Burns había insistido con firmeza en el mensaje de Obama sobre el programa nuclear de los iraníes al tiempo que reiteró la oferta de diálogo del mandatario norteamericano.
El contraste entre ambos hombres no podría ser más grande. Burns es un imperturbable diplomático de carrera, apodado por sus compañeros “la máquina procesadora” por sus habilidades para lidiar con una gran cantidad de temas al mismo tiempo y lograr acuerdos en la mayor parte de ellos. Jalili, 44, vive en una vivienda modesta en un barrio de Teherán y maneja un auto de segunda mano de hace varios años.
Pero el hombre designado por Teherán para llevar adelante las negociaciones sobre la cuestión nuclear no es un empleado público más. El antiguo profesor universitario es un estrecho colaborador del presidente Mahmud Ahmadinejad, y ha sido identificado por el ex presidente Ali Rafsanjani como uno de los principales arquitectos no sólo de la “victoria” de Ahmadinejad en los últimos comicios sino también de la ola represiva desatada contra la población tras la divulgación de los resultados.
Jalili es relativamente joven para detentar el cargo que ostenta; su ascenso, sin embargo, no es ninguna casualidad. Fue el propio Ahmadinejad quien lo propulsó hacia el cargo hace dos años, como consecuencia del lugar que éste ocupa entre los incondicionales de línea dura adeptos al mandatario.
Ultrarreligioso aun para los parámetros iraníes, el cuerpo de empleados del Ministerio de Asuntos Exteriores iraní se declaró sorprendido de hasta que punto Jalili observaba las leyes religiosas. Quizás, una clave para acercarse a su pensamiento sea su tesis doctoral: “El paradigma del pensamiento político islámico en el marco del Sagrado Corán”.
Como Ahmadinejad, se dice que Jalili es un firme creyente en el Mahdi, el llamado “imán oculto”, o “el número 12”, el cual, de acuerdo a la doctrina religiosa chiíta, reaparecerá para salvar a los fieles en “tiempos de caos cósmico”. Los diplomáticos occidentales, acostumbrados a los usos y costumbres del cosmopolita Alí Larijani, se horrorizaron por las posiciones extremistas que el nuevo enviado de Teherán puso sobre la mesa. En una reunión el año pasado, Jalili “entretuvo” a sus colegas occidentales con un relato de dos horas acerca de la “perfidia” de los estadounidenses y británicos en Irán desde 1953, año en que un golpe apoyado por la CIA colocó al Sha en el poder, hasta la guerra entre Irán e Irak en los años ’80, en la cual tanto él como Ahmadinejad combatieron. Jalili aún arrastra una pierna por sus heridas de guerra.
De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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