Domingo, 20 de noviembre de 2011 | Hoy
Por Mercedes López San Miguel
Mariano Rajoy es un hombre imperturbable que lee casi todos sus discursos. En un programa de televisión en febrero de este año le preguntaron qué pensaba hacer para combatir el desempleo. Rajoy empezó a leer, se lo vio dudar y no pudo evitar decir: “No me entiendo la letra”, para luego balbucear generalidades como “hay que animar la inversión y la confianza”. El candidato del Partido Popular es el favorito para ganar la jefatura del gobierno de España, como lo era en 2004 antes de que él y su partido insistieran en acusar a la ETA de los atentados del 11 de marzo –ocurridos tres días antes de que los españoles fueran a las urnas–, cuando en realidad se trataba del terrorismo islámico. Tanto insistieron en el embuste, que perdieron credibilidad y con ello las elecciones.
La traumática derrota había desorientado al PP que, sin José María Aznar y aferrado a una teoría conspirativa, se sumió en una grave crisis y se puso de espaldas a la sociedad. Pero un político experimentado como Rajoy se supo mantener fiel al aznarismo. El, que había sido ministro de Administraciones Públicas, Educación y Cultura, vicepresidente primero y ministro de la Presidencia, ministro del Interior y portavoz del gobierno. El, que siempre hizo los deberes que le marcó su jefe. La historia no es de fidelidad cuando se trata de sus colaboradores. Graciano Palomo, periodista y autor de la biografía no autorizada El hombre impasible, define a Rajoy como alguien que “no sabe hacer equipos” y cree que las personas que lo rodean “son prescindibles llegado el momento”. Palomo esgrime que el candidato “en eso se diferencia de Aznar, que mantuvo el equipo inicial básico sobre todo lo que era su gabinete y su entorno personal” desde que tomó las riendas del PP hasta que en 2004 abandonó La Moncloa.
Nacido el 27 de marzo de 1955 en Santiago de Compostela, en 1979 se recuperó de un accidente de autos que le dejó cicatrices en la cara. Desde ese momento nunca se quitó la barba. Rajoy volvió a presentarse en los comicios de 2008 y volvió a perder frente al socialista José Luis Rodríguez Zapatero. Para esa campaña había mostrado su cara barbada más conservadora. Se había opuesto abiertamente al matrimonio homosexual, se había opuesto a la negociación del gobierno con la ETA y al estatuto de Cataluña. Hasta había dicho que los inmigrantes iban a tener que firmar un contrato para obtener la residencia que los obligue a respetar las costumbres de España y a regresar a sus países si no consiguen trabajo.
Hoy se empeña en mostrar un rostro más moderado. Su estrategia de perfil bajo, de no llamar la atención con propuestas impopulares, su casi inmovilismo y paciencia a la espera de que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en el poder se desmorone, ya le dio buen resultado en los comicios municipales de mayo pasado. Tras una larga carrera política, que comenzó en 1981 cuando fue elegido diputado en el Parlamento de Galicia, Rajoy está convencido de que la tercera será la vencida.
Sus ojos pequeños no se apartaban un segundo de su interlocutor. Alfredo Pérez Rubalcaba usó la estrategia de ser el que hiciera las preguntas y echó mano de sus dotes de profesor de Química en el único debate en el que se enfrentó a su rival conservador Mariano Rajoy el pasado 7 de noviembre. El candidato del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) buscó acorralar a su contrincante conservador: “Dígame, señor Rajoy, ¿usted piensa rebajar el seguro de desempleo?”, preguntó al líder del Partido Popular. “Su programa es ambiguo. No dice qué va a hacer con la reforma laboral.” El candidato del PSOE se tenía estudiado el programa del PP de la A a la Z y estuvo de pregunta en pregunta, tratando de develar lo oculto en la plataforma de la derecha. Rajoy lo eludió todo lo que pudo y en ocasiones no supo explicar algunos puntos del texto.
Pero el líder de los populares tenía una ventaja: podía recurrir a los desastrosos datos económicos que se le achacan a una mala gestión de la administración de Zapatero.
Son cinco millones los desocupados, un 21 por ciento de la población activa. Se trata, también, del escepticismo de una parte del electorado de izquierda con el PSOE. En cada acto y oportunidad de hablarles a los españoles a cámara, como durante del debate, Rubalcaba explicó su receta para salir del atolladero. “Intentaré reorientar la economía, el control del gasto público y los incentivos necesarios para crear empleo. Y garantizar los servicios públicos como salud, educación y protección al desempleo.”
El jefe de gobierno Rodríguez Zapatero confió en él para recuperar la confianza de los españoles tras los duros recortes que realizó para reducir el déficit público. Zapatero ya lo había convocado para estar al frente del Ministerio de Interior en su primera remodelación de gobierno en 2006. Rubalcaba ganó popularidad y a él se le atribuyó el debilitamiento del grupo separatista vasco ETA.
Rubalcaba, quien nació en Cantabria el 28 de julio de 1951, llegó a la izquierda desde el antifranquismo. “Empiezas a leer a Bakunin, a Koprotkin, te haces delegado de curso, coqueteas con el PC, tonteas con el anarquismo y acabas en el PSOE”, afirmó en un reportaje para el diario El País. Es un peso pesado del partido. Comenzó su trayectoria hace treinta años con Felipe González y fue varias veces ministro en los años noventa. González, que durante mucho tiempo se ha mantenido alejado de la actividad política, estuvo participando de varios actos de su campaña. Dijo que Rubalcaba “es la mejor opción y el mejor candidato”. Rubalcaba presume de no arrugarse ante la adversidad.
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