EL MUNDO › GEORGE W. BUSH

El hombre de la Biblia

Desde 1979, todos los presidentes norteamericanos han intentado llegar a un acuerdo de paz entre israelíes y palestinos. Ninguno obtuvo resultados concretos, pero George W. Bush quiere lograr lo que ni Carter, Reagan, Clinton ni su propio padre pudieron. “Mi país y yo emplearemos todo el tiempo necesario para lograr que estos dos países vivan juntos y en paz”, dijo antes de embarcarse en la ambiciosa gira por Medio Oriente que culminará hoy en Jordania.
Cuando asumió la presidencia, Bush dijo que Palestina e Israel debían arreglar sus problemas solos y criticó a Clinton por buscar una solución al conflicto. “Trató de ganarse las estrellas y se quedó con las manos vacías”, decía en el 2000 el vocero de Bush, Ari Fleischer. Pero, de repente, ahora Bush se muestra convencido de que hay que hacer todo lo posible por lograr un “Estado palestino reformado, pacífico e independiente”. A diferencia de Clinton, que estuvo seis veces en Medio Oriente y presidió tres cumbres en esa región, Bush es un novato en el tema. “Es el nuevo vecinito del barrio”, dice William Qandt, ex consejero en temas de Medio Oriente del presidente Carter. “Quiere que lo vean como un dirigente serio que puede conseguir resultados con los israelíes y los palestinos”, explica. Pero Qandt no espera grandes avances en Aqaba. “En realidad, se trata de un símbolo: el regreso de Estados Unidos a las negociaciones”, dice. Según el periodista de Newsweek Howard Fineman, el presidente está cegado por sus creencias. “Vive repitiendo que el Islam es ‘una religión de paz’. Pero, para los árabes, es un tipo siniestro: un hombre de las Cruzadas que busca reconquistar Oriente para la cristiandad”.
Bush es un hombre muy creyente. Lee la Biblia todos los días y está convencido de que sólo los cristianos van al Cielo. Y no le molesta que la religión y la política vayan de la mano. Su Partido Republicano es una extraña mezcla de blancos, anglosajones y protestantes, evangélicos de derecha que apoyan a Israel, ateos y hasta miembros de la secta Moon. En 1996, el padre de Bush visitó Buenos Aires para la inauguración del diario Tiempos del Mundo, propiedad del reverendo Yung Sun Moon, al que George padre no se cansó de elogiar. La prensa argentina no tardó en comentar las conexiones de Moon con las dictaduras más siniestras de Latinoamérica y sus lazos con ex oficiales nazis. Un año después de la visita a Argentina, el reverendo Moon donaba un millón de dólares para la Biblioteca Presidencial de George H. W. (el padre) en Texas. Pero los principales aliados de su hijo vienen de la derecha evangélica. Ellos fueron los partidarios más entusiastas de invadir Irak. Y multiplicar su apoyo para el año que viene es la prioridad número uno del jefe de campaña de Bush, Karl Rove, uno de los arquitectos de la reciente gira por Auschwitz y Medio Oriente.
Algunos analistas consideran que el intento de Bush por pacificar esta región es una apuesta de algo riesgo. Si no hiciera nada al respecto, no perdería nada. Pero si se mete y fracasa, podría perder parte del casi 70 por ciento de apoyo que tiene ahora en Estados Unidos, junto con su reelección en el 2004. Si tiene éxito, los votantes estadounidenses le perdonarán todo: sus tramoyas para evitar ir a Vietnam, su arresto en 1972 por posesión de cocaína, sus negociados con empresas de Texas, su dudosa gestión al frente del equipo de béisbol Texas Rangers, su escaso nivel intelectual, sus “bolufrases”, su record en ejecuciones cuando era gobernador de Texas e incluso su elección como presidente de Estados Unidos, la más cuestionada en toda la historia de este país. Bush ya demostró que para hacer la guerra está mandado a hacer. Pero no es tan simple pasar de la guerra a la paz, como quiere hacer creer. Exagerando un poco, es como si Hitler se hubiera presentado a elecciones como el pacificador de Europa un par de meses después de invadir Rusia. Hoy Bush estará en la cumbre, pero mañana podría estar en el precipicio. Hace semanas que en Bagdad reina el caos. Así que necesita salir airoso de esta prueba. Si fracasa, su electorado podría empezar a recordar ciertas cosas. Sin olvidar la economía: fue, despuès de todo, la percepciòn popular de que su padre se ocupaba demasiado de polìtica exterior y demasiado poco de política doméstica lo que frustrò su campaña por la reelecciòn.

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