Miércoles, 4 de septiembre de 2013 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Robert Fisk *
Lo más sorprendente fue la transparente audacia con la que nuestros líderes pensaron que podían nuevamente confundir a sus legisladores. Bienvenido sea el fin de la relación especial. Qué momento incómodo; no se lo puede describir de otra forma. Alguna vez Líbano, Siria y Egipto temblaban cuando Washington hablaba. Ahora se ríen. No sólo tiene que ver con lo que pasó con los estadistas del pasado. Nadie se creyó que Cameron fuera Churchill ni que ese hombre tonto en la Casa Blanca fuera Roosevelt, si bien Putin es un Stalin aceptable. Se trata más de una cuestión de credibilidad; nadie en Medio Oriente toma ya en serio a Estados Unidos.
Basta con haber visto a Obama el sábado pasado para darnos cuenta de por qué. Parloteó de la manera más racista sobre antiguas diferencias sectarias en Medio Oriente. ¿Desde cuándo un presidente de Estados Unidos es experto en esas supuestas diferencias sectarias? Constantemente nos muestran mapas del mundo árabe con zonas chiítas, sunnitas y cristianas pintadas de colores diferentes para enseñarnos las naciones de la región a las que nosotros generosamente impusimos una demarcación. ¿Pero cuándo un periódico estadounidense publicará un mapa de colores de Washington o Chicago con las zonas de población blanca y negra por calle?
Pero lo más descarado fue que nuestros líderes pensaran que nuevamente podían manipular a sus órganos legislativos con mentiras, tambores de guerra y aseveraciones absurdas.
Esto no significa que Siria no haya usado gas contra su propio pueblo, frase que solíamos aplicarle a Saddam cuando queríamos ir a la guerra contra Irak, pero sí demuestra que los líderes están ahora pagando el precio de la deshonestidad de Bush y Blair.
Obama, quien cada vez se asemeja más a un predicador, quiere ser el Castigador en Jefe del Mundo Occidental; el Vengador en Jefe. Hay algo en él que recuerda al imperio romano, y los romanos eran buenos para dos cosas: creían en la ley y en la crucifixión. La Constitución estadounidense, los valores estadounidenses y los misiles crucero tienen, más o menos, ese mismo enfoque. Las razas inferiores deben ser civilizadas y castigadas, aun cuando sus diminutos lanzamientos de misiles parecen más actos perniciosos que una verdadera guerra.
Todo aquel que estuviera fuera del imperio romano era llamado bárbaro; todo aquel que está fuera del imperio de Obama es llamado terrorista. Y como siempre, la visión global tiene la costumbre de borrar pequeños detalles de los que deberíamos estar al tanto.
Tomemos Afganistán, por ejemplo. Recibí una interesante llamada telefónica desde Kabul hace tres días; y parece que los norteamericanos le impiden al presidente Karzai adquirir nuevos helicópteros rusos Mi, porque Rusia vende esas mismas naves a Siria. ¿Qué les parece? Por lo visto, Estados Unidos ahora trata de dañar las relaciones comerciales entre Rusia y Afganistán. El porqué los afganos quieren hacer negocios con una nación que los esclavizó durante ocho años es otra cuestión, pero Estados Unidos relaciona el asunto con Damasco.
Ahora, otra pequeña noticia. Hace poco más de una semana dos enormes coches bomba estallaron afuera de dos mezquitas salafistas en la ciudad de Trípoli, al norte de Líbano. Murieron 47 personas y quedaron heridas otras 500. Ahora se descubre que cinco personas fueron acusadas por los servicios de seguridad libaneses de los atentados y se dice que una de ellas es el capitán del servicio de inteligencia del gobierno sirio.
A este oficial se le achacaron los cargos en ausencia, y quisiéramos pensar que hombres y mujeres son inocentes hasta que se compruebe su culpabilidad, pero dos jeques también fueron acusados y uno de ellos, aparentemente, es el jefe de una organización islamita pro Damasco. Se dice que el otro jeque también es cercano a la inteligencia siria. Obama está tan empeñado en bombardear Siria y tan indignado por los ataques con gas que pasó por alto esta información, que ha enfurecido a millones de libaneses.
Supongo que esto es lo que pasa cuando se pierde de vista la pelota.
Todo esto me recuerda un libro publicado en 2005 por la editorial de la Universidad de Yale, titulado El Nuevo León de Damasco, escrito por el profesor de la Universidad de Trinity, Texas, David Lesch. En esos tiempos, aún se consideraba que Bashar al Assad sería un líder reformista para Siria. Lesch concluyó que Bashar, en efecto, es la esperanza y la promesa de un futuro mejor.
El año pasado, cuando Occidente finalmente dejó de lado sus sueños sobre Bashar, el buen profesor publicó otro libro, también en Yale, y esta vez lo tituló La caída de la dinastía Assad, y en él la conclusión de Lesch es que Bashar resultó ser un miope y se engañó a sí mismo. Fracasó miserablemente.
Como bien dice el señor que me vende libros en Beirut, tenemos que esperar el próximo libro de Lesch, que probablemente se titulará: Assad ha vuelto, y bien podría durar más que Obama.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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