EL MUNDO › OPINION

Una medalla de doble filo

 Por Claudio Uriarte

Fue uno de esos típicos premios salomónicos (Henry Kissinger-Le Duc Tho en 1973, Menajem Begin-Anuar Sadat en 1978, Yitzhak Rabin y Shimon PeresYasser Arafat en 1994) o insípidamente institucionales (Fuerzas de Mantenimiento de la Paz de la ONU en 1988, Médicos sin Fronteras en 1999) que a la Academia Sueca, tal vez la institución políticamente más correcta del mundo, tanto le gusta dispensar, pero en este caso extrañamente unidos en la misma persona y en la misma institución, y con un mensaje doble. En otras palabras, se premia al Mohamed El Baradei y a la AIEA de 2003 (que se opuso a la invasión estadounidense de Irak), pero también al Mohamed El Baradei y a la AIEA de 2005 (que están en un creciente curso de confrontación con Irán). Por eso el premio recibió consensos de kilómetros de extensión pero centímetros de profundidad (incluyendo el “bien merecido” de Condoleezza Rice); por eso también, solamente lo criticaron organizaciones ultrapacifistas y, claro, Irán.
En septiembre, más de dos años después de desautorizar la invasión norteamericana a un país por armas de destrucción masiva que éste no tenía, y después de años de interminables idas y vueltas de negociación con el régimen de los ayatolas, Teherán fue duramente criticada en el último informe de El Baradei. Tras la publicación de ese texto, el Consejo de Gobernadores de la AIEA adoptó una resolución sobre el programa nuclear iraní que, sin pedir expresamente la denuncia del caso de Irán ante el Consejo de Seguridad de la ONU, dejó abierta la puerta a esa futura medida. En su informe, El Baradei afirmó que la AIEA aún no está “en condiciones, tras dos años y medio de inspecciones y de intensas investigaciones, de establecer ciertas cuestiones en suspenso”. Por eso el titular de la Cámara de Relaciones Exteriores del Parlamento iraní pronunció ayer vaticinios sombríos tras conocer la noticia del premio (ver crónica principal); por eso, también ayer, una manifestación en Teherán tras concluir las oraciones del viernes se lanzó a las calles con la mística consigna de completar el ciclo de enriquecimiento de uranio.
Desde el punto de vista práctico, este premio no tiene ninguna consecuencia (nunca la tiene). La idea de que potencias o personalidades políticas confluyan al campo de la paz por la medalla, el dinero o el prestigio que entregan una institución legada por el padre de la dinamita es ingenua, para decir lo mínimo. Pero va a ser interesante observar, de cara a lo que ocurra con Irán, si el premio de ayer fue para el Mohamed de la Paz o para el Mohamed de la Guerra.

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