Miércoles, 29 de marzo de 2006 | Hoy
Una de las consignas de la campaña electoral que llevó a la victoria al PT en las elecciones del 27 de octubre de 2002 ponía énfasis en la idea de que había llegado el momento de dar una chance a su candidato, el mismo que fuera derrotado 3 veces en 1989, 1994 y 1998: “Ahora es Lula”, era el eslogan.
En los últimos días, los sectores más chiítas de la oposición liderados por el conservador Partido del Frente Liberal (PFL) y el centrista Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB) han repetido, pero con sentido inverso, la misma frase en los corrillos del Congreso y en su principal reducto político, el estado de San Pablo, gobernado por Geraldo Alckmin, candidato presidencial por esa coalición. Alckmin ha prometido aplicar una política tan liberal como la de Lula o Cardoso, pero su cotización entre los operadores financieros aún es tímida debido a los 23 puntos que recoge en los sondeos, contra 42 del actual presidente.
Aunque no es unánime, la idea opositora es asestar un golpe final al mandatario ahora, cuando el gobierno perdió a sus dos ministros más importantes, Palocci y José Dirceu, el ex jefe de la Casa Civil (Interior), dimitido el año pasado bajo acusación de sobornar a diputados para engrosar la base oficialista.
Para tal fin anunciaron una operación múltiple sobre Palocci, que incluye investigaciones en el Parlamento y la Justicia, donde se apuran unas 50 causas que incluyen supuesta recaudación ilícita de dinero de campaña a lobbies para contratos estatales. El propósito es demostrar que el ex ministro delinquió con la aprobación presidencial. Citan como ejemplo el hecho de que Palocci mandó a revisar las cuentas bancarias del jardinero que lo denunció luego de trasladar subrepticiamente sus oficinas al Palacio del Planalto, donde tiene despacho Lula. Estuvo unos diez días allí, semiclandestino. “Es imposible que el presidente se haga el desentendido y niegue participación en este delito, como antes negó saber lo que hacía Dirceu.” Es un argumento convincente, pero resta saber si el electorado también lo entiende así.
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