Lunes, 30 de junio de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
La Argentina transmitida por los grandes medios ofrece, con particular intensidad desde la última semana, una imagen que asemeja a comedia dramática. Si efectivamente el país es eso, o si eso es lo que construyen como símbolo los flashes televisivos, puede no interesar mucho. Muchas veces, lo importante no es lo que pasa sino lo que la gente cree que pasa o lo que quiere que pase y, al cabo, otras tantas veces lo que se cree o lo que se quiere terminan siendo lo que es. ¿Cuál “vez” es ésta?
Los medios se regodean con las trifulcas verbales de esos ridículos encuentros parlamentarios en que los diputados aparecen apretados –-literalmente– por unos presuntos representantes campestres que amenazan con pudrir todo apenas se les ocurra. Cancherean gestos a la cámara mostrando que se sienten en medio de un circo, toman el micrófono o gritan a capella sus situaciones personales, se abren paso a los empujones y se plantan detrás del presidente de la Comisión convencidos (y aciertan) de que sólo importa ganar el foco; porque casi inmediatamente ya no importará quién diga qué sino concitar que los rodee una nube de cronistas concentrados en regalarles escándalo a los estudios centrales, donde siempre habrá alguien con cara de sufrir estreñimiento y que rematará con algún concepto profundo en la gama de “qué nos pasa a los argentinos”. Nadie dirá que, entre otras cosas, nos pasa que ni siquiera a un descerebrado podría ocurrírsele que puede darse un debate serio en esas condiciones. Algo que se aproximara a eso podría ser transmitir lo que sucediera en un marco liberado de energúmenos, ya sea en sala de comisión o en recinto, si es que tanto se pretende que el Congreso sea el republicano parlante de la Nación. Pero ni “la gente” ni los medios quieren eso. Es esto o “Bailando por un sueño”. Si no hay show, no sirve.
El carpódromo montado frente al Parlamento nacional es una especie de coronación de esta preponderancia impresionante del efectismo. Los macristas contrabandeando sus aspiraciones de policía propia ante la imposibilidad de desalojar a los acampantes kirchneristas, tras haberse prendido al corte de rutas en todo el país. El picadito entre el camping K y el gauchócrata como alegoría, dicen los medios, de que esto podría terminar con onda de “Un sol para los chicos”. Alguien diciendo que en un tumulto lo puntearon a cuchillo, para después mostrar una raspadura producto de un tropiezo mientras los noticieros titulaban que había un manifestante herido y que quisieron apuñalar a “Alfredo”. Y una fila de inimputables sacándose fotos al lado de un toro de plástico. No está mal. Es divertido y democrático, no se genera ni inflación ni desabastecimiento, no se toma de rehén a nadie y ni siquiera cortan la calle. La plaza se transformó en una especie de parque temático gratuito, donde todos los que pasen y tengan cualquier cosa para decir pueden contar con la seguridad de que habrá una cámara esperándolos.
El problemita de todo esto es cómo separar al espectáculo de la realidad, porque en caso de no hacerlo, y volviendo al párrafo inicial, se corre el serio riesgo de que la realidad sea el espectáculo. Y eso significaría que pasa a no comprenderse qué va en chiste y qué en serio. Bien que a un costo muy alto en varios sentidos, este conflicto permitió que mucha gente –incluyendo dirigentes políticos, periodistas e intelectuales– se desayunara respecto de temas que les eran parcial o absolutamente extraños: tenencia de la tierra, ingresos por exportación, agronegociados, contaminación del suelo. Pero a medida que el choque avanzó, esos bienvenidos aspectos informativos fueron cediendo paso a una lucha de intereses políticos en la que los representantes campestres desnudaron que, más allá de la puja por su bolsillo, se escondía la constitución de un movimiento opositor de derecha. Lo cual, a su vez, fue aprovechado por el Gobierno para erigir un discurso que reafirmara consenso a su alrededor. Y de esa segunda etapa se saltó a la tercera y actual, que consiste en esta cierta frivolización de la emblemática enfrentada. Los sectores medios malhumorados con el kirchnerismo, con el concurso de los medios de comunicación más poderosos, se prenden a todo relato que favorezca su malestar: quién paga las carpas en Congreso, los exabruptos de D’Elía, la “inocencia” de la oratoria campechana de De Angeli, la “oportunidad histórica” que pierde el país, la soberbia oficialista. Y las franjas afines al Gobierno, ya sea por convicción o por el espanto que produce lo que se les arremolina enfrente, trazan una lógica igualmente lineal en la que casi todo se reduce al duelo con la vieja y nueva oligarquía más sus gruesos funcionales. En el primer caso están disparándose a los pies, porque le abren la puerta a la posibilidad de que se reagrupen políticamente los bloques del capital ultraconcentrado que supieron incendiar el país con la propia clase media como víctima. Y en el segundo, lo imperioso de defender al Gobierno frente a la avanzada reaccionaria hace perder de vista que es el propio kirchnerismo el que está suicidándose, por obra de un modelo que sólo tiene la ocurrencia de servirse con la renta despampanante del agro. Con eso no alcanza para distribuir la riqueza y pagar la deuda, que este año tiene vencimientos por varios miles de millones de dólares.
Como viene la mano, al Gobierno no le queda mucho más que cuidar de y refugiarse en los sectores populares que tuvieron un grado de recuperación importante tras la crisis de 2001/2002. La clase media se le escurre como agua entre los dedos y ya hay tropa institucional que se muda de bando. El oficialismo habla de una nueva derecha, pero lo que sea que eso quiera decir viene después de lo que ya es verificable: la derecha la tiene adentro. Reutemann, Schiaretti, Cobos, Scioli, diputados, intendentes. En la mejor de las hipótesis, recuperar cierta expectativa benévola de esas porciones medias le llevará mucho más tiempo que el que insumen sus enormes errores y la capacidad destructiva de lo que se nucleó en derredor del movimiento campestre. En caso de profundizarse las estocadas de desestabilización, es probable que cuente con un apoyo más activo de actores estudiantiles, profesionales, intelectuales, y hasta algunos corporativos que se preocuparían por el modo en que los perjudicaría la densidad del clima. Pero ya estamos hablando más de una etapa de resistencia que de otra cosa.
Impensable hasta hace pocos meses, hay ahora la perspectiva más o menos cierta de que la derecha recobre fuerzas. Y ésa es la parte dramática. La de comedia se puede visitar en la Plaza del Congreso o poniendo cualquier noticiero a cualquier hora.
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