MITOLOGíAS › LA PáGINA DE ANáLISIS DE DISCURSOS

Cristina Fernández tiene un problema, ¿y ellos?

La fragmentación intencionada de un discurso presidencial dio por resultado una frase “soberbia”, que es un adjetivo muy usado. La escena de la Plaza del Congreso, también partida mediáticamente para que en ella drene lo que cuaja con la idea de circo (pero circo malo).

 Por Mariana Moyano *

Cristina Fernández tiene un problema: eso que dice es exactamente lo que quiere decir. A simple vista pareciera un contrasentido afirmar que aquí hay un inconveniente, sobre todo luego de que tantas voces se han levantado en contra del “doble discurso” de los –así llamados– “políticos”.

La oratoria de la Presidenta tiene dos pilares fundamentales: es moderna y setentista. Moderna porque recupera palabras de la política a las que el neoliberalismo les había robado el sentido y en cada discurso batalla para que recuperen su significado original. Y setentista no porque remita a la JP, a su militancia juvenil o la generación de aquellos tiempos, sino porque enumera, primero, los puntos principales de su alocución y luego los desarrolla en un orden llamativo. El discurso del acto en Parque Norte es, quizás, el ejemplo más acabado de esta fórmula. “Siempre he creído que cuatro son las condiciones que caracterizan a la condición humana –planteó la jefa del Estado–. La racionalidad, la sinceridad, la sensibilidad y la responsabilidad”, enumeró y empezó su sorprendentemente ordenado desarrollo con la frase “Quiero analizar, junto a ustedes”.

Se puede, entonces, discutir con sus argumentos, contraponérseles otras ideas, indicar los desacuerdos e incluso oponérseles de plano. Pero a esta palabra –llamémosla– preformativa sólo se la puede hacer caer en trampas a través de los mecanismos de la edición. No hay mejor herramienta en el periodismo para hacer invisible la construcción de la información y disfrazarla de “reflejo de la realidad” que mantener un textual. Sólo, claro, que quitando a la palabra lo que la hace poderosa: el contexto.

El ejemplo más claro de esta operación tuvo lugar en (algunas de) las coberturas del acto en Plaza de Mayo del miércoles 17 de junio.

“Es entonces hora de que todos los argentinos advirtamos la importancia de esos instrumentos que los grandes países desarrollados utilizan”, sostuvo la Presidenta y agregó “estamos ante una gran oportunidad histórica. Por primera vez ellos necesitan más de nosotros que nosotros de ellos”.

¿Quiénes son ellos en estas afirmaciones? A releer, pues. “Los países desarrollados”, por supuesto. Sin embargo, ¿qué ocurre si se arranca apenas un extracto de lo dicho y se lo combina con otra de las frases que Cristina Fernández lanzó desde el escenario?

“Cuatro personas a las que nadie votó, a las que nadie eligió”, dijo –y quiso decir– la Presidenta refiriéndose a que los dirigentes de las cuatro entidades agropecuarias en conflicto habían sido electos por sus representados pero que parecían arrogarse el derecho se hablar en nombre de todo el pueblo.

Hagamos aquí el ejercicio y montemos la operación: “Cuatro personas a las que nadie votó, a las que nadie eligió” y agreguemos el amenazante “por primera vez ellos necesitan más de nosotros que nosotros de ellos”. Vuelve la pregunta inicial, pero seguramente con otra respuesta: ¿Quiénes son ellos en estas afirmaciones?

Cristina Fernández, como se dijo, tiene un problema. Y una obsesión: la noción de relato. Se ha dicho por ahí que la Presidenta se equivoca, se confunde. “Nosotros los periodistas no escribimos ficción”, fue el argumento que más a mano les quedó a algunos y trataron con esto de equiparar una noción tan cara a los análisis del lenguaje con la posibilidad de que alguien estuviera sugiriendo que los periodistas en lugar de notas escribían cuentos.

Puede no parecer un debate central. Después de todo, se trata sólo de una palabra. Si se lo considera de este modo, la subestimación del término sería pertinente, pero en realidad detenerse en los “modos” y los “mecanismos” del armado de los relatos es echar por tierra de una vez y para siempre la tan mentada “objetividad”, nada más y nada menos que el basamento sobre el cual se ha fundado todo el sistema de medios. Si los medios asumen que “construyen una realidad” y no que la “reflejan” se verían obligados a dar cuenta ante la sociedad de cuáles son esos mecanismos a través de los cuales fabrican las noticias, lo que implicaría que deberían asumirse ya no como espacios en los cuales la vida social aparece “reflejada”, sino como actores sociales y políticos del acontecer de una Nación. Reconocer estas dos cuestiones implicaría colocarse ya no sólo en el lugar del decir, sino que abrirían la puerta a que se les pudiera decir a ellos también.

Se podrá patalear, habrá quienes se enojen y otros mantendrán la bandera de la objetividad hasta sus últimos días, pero, como explica Ana María Amar Sánchez “lo real no es describible ‘tal cual es’ porque el lenguaje es otra realidad e impone sus leyes: de algún modo recorta, organiza y ficcionaliza”. Y agrega “los medios –lenguaje, sonido, imagen– ‘median’, son un filtro que se interpone entre los acontecimientos y el lector o espectador; un filtro de segundo grado en tanto lo que se llama realidad es también una interpretación, un resultado de lo percibido. La realidad medial es, por consiguiente, una realidad mediatizada. Los medios no pueden reproducir la realidad (...) están en lugar de una realidad y de ese modo son productores de realidad, construyen versiones sobre lo real”. Relatan.

La Presidenta dice exactamente lo que quiere decir y con este tipo de provocaciones quizás esté invitando a que otros recojan el guante y digan, también, exactamente lo que quisieron decir. Puede que Cristina Fernández tenga, entonces, un problema. ¿Y ellos?

* Docente de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA.

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