Lunes, 30 de junio de 2008 | Hoy
EL MUNDO › ENTREVISTA CON EL HISTORIADOR MILITAR ROBERT POTASH
El especialista en las relaciones cívico-militares en la Argentina durante la segunda mitad del siglo pasado descarta un regreso de las fuerzas armadas a las altas esferas del poder y critica la política de DD.HH. del Gobierno.
Por María Laura Carpineta
Desde Amherst
Abre la puerta con una sonrisa. Robert Potash sabe que durante la próxima hora discutirá su tema favorito: la Argentina. El mayor especialista extranjero de las turbulentas relaciones entre los militares y la política argentina tiene 87 años y hace rato se retiró. Vive junto a otros ex profesores de la Universidad de Massachusetts en un selecto complejo de departamentos en las afueras de Amherst, un pequeño oasis pacifista, en donde ser republicano es casi una mala palabra.
Con una privilegiada vista del valle Pioneer de fondo, Potash intenta explicar a PáginaI12 su fascinación con la Argentina. “Me interesó desde que empecé la universidad, pero recién cuando entré al Departamento de Estado pude dedicarme a pleno a entender la política argentina”, aseguró sentando en su sofá, frente a dos cuadros de artistas argentinos. En 1955, cuando Juan Perón estaba por ser derrocado, el gobierno estadounidense lo contrató para que fuera su experto sobre Argentina. Una década antes, había peleado en la Segunda Guerra Mundial como oficial de inteligencia.
Así empezaron los viajes a Buenos Aires. Primero como funcionario y más tarde como historiador. Por su grabador pasaron los dictadores Alejandro Lanusse, Juan Carlos Onganía, Jorge Rafael Videla y Roberto Viola. Durante la charla, Potash recuerda la fecha y el contexto de cada entrevista, y hasta las calles en donde se encontró con los entonces jerarcas militares. Salpicando sus relatos con frases en perfecto español, se lanza a hablar sobre las retenciones y la crisis política. De paso, también cuestiona la política de derechos humanos del Gobierno. “El peligro de centrar toda la atención en lo que sucedió 32 años atrás es que no se presta atención a los problemas actuales”, dice, mientras mueve la cabeza de un lado al otro para enfatizar su disgusto.
–En las últimas semanas, se volvió a hablar de un posible golpe de Estado. ¿Cuál es el estado actual de las Fuerzas Armadas y su relación con la política?
–Hoy las Fuerzas Armadas sólo existen en el papel, perdieron gran parte de su capacidad operativa. Sospecho que el gobierno de Néstor Kirchner pensó que si los militares no eran operativos, no podrían organizar un nuevo golpe de Estado y entonces el país estaría seguro. Descabezó a la cúpula, les quitó presupuesto y puso gente que conoció en Santa Cruz al mando. Pero paradójicamente esa decisión generó resentimientos entre los generales, que hacen creer que si pudieran tomar el poder lo harían, aunque en realidad saben que no tienen ni la fuerza ni la legitimidad para hacerlo. Pero lo cierto es que los militares aprendieron con la última dictadura y con el fiasco de Malvinas, y también aprendió la sociedad. Los gobiernos democráticos sacaron a los militares de la escena política y eso estuvo bien. Si todavía fueran actores políticos no habría habido tres meses de protestas y bloqueos en las rutas.
–¿Los militares no son actores políticos porque ya no tienen capacidad operativa o porque la gente ya no los aceptaría?
–Creo que hoy no son actores políticos porque no quieren serlo, y aun si quisieran, creo que tendrían más problemas que en el pasado. Antes cuando había una crisis los tanques salían a las calles. Hoy ya tenemos más de cien días de conflicto y nada. El Ejército hoy es muy distinto del de aquellos años. Está básicamente integrado por voluntarios, se redujo a cerca de 18 mil soldados y el presupuesto se achicó significativamente. Es una fuerza débil, aunque todavía tienen rifles y tanques, con los que probablemente podrían hacer algo si quisieran. Yo no creo que tengan la voluntad de meterse en política. Esto no significa que muchos oficiales retirados todavía no sueñan con hacer las cosas a su manera, pero cuando uno se retira se dedica a eso, a soñar. Desde principio de los noventa que los militares no demuestran una clara intención de meterse en la política.
–¿Es una etapa superada para los militares?
–No puedo asegurar que ningún oficial jamás vaya a pensar más allá de su rol militar. Pero en general, la idea de volver a meterse en política no va a surgir naturalmente. Podría pasar si existe una crisis importante, que, eso sí, ellos no habrían causado. Además tendría que haber sectores de la sociedad que digan: necesitamos que nos salven los militares. Algunas personas cometen el mismo error una y otra vez, pero creo que los gremios y las organizaciones sociales y comerciales saben que no salieron ganando de la dictadura.
–Pero algunos de las instituciones rurales que hoy se enfrentan al Gobierno sí se beneficiaron con el modelo económico de la última dictadura.
–Estoy seguro de que podemos mirar hacia el pasado y señalar a tal o cual porque hizo o no hizo alguna cosa. Pero estamos hablando de 1976. Eso pasó hace 32 años. Eran personas diferentes. El sector agrícola hoy no está dominado por esas mismas organizaciones. En Gualeguaychú los que lideran los sectores más enojados e intransigentes son los llamados autoconvocados; no son la Sociedad Rural y los grandes terratenientes. Los que siguen con la retórica de los setenta quieren denunciarlos como los mismos miserables que apoyaron los golpes de Estado en el pasado, pero la sociología del conflicto ha cambiado. La crisis no es sólo con el campo. Gran parte de la sociedad fue arrastrada no sólo por las retenciones, sino también por otros problemas que el Gobierno se niega siquiera a discutir, como la inflación. Las personas que están en el poder están cegadas por un discurso anacrónico que les hace ver una realidad que no existe.
–Usted fue muy critico con la política de derechos humanos del Gobierno de Néstor Kirchner. ¿Cómo ve el avance de los juicios contra represores en todo el país?
–Yo estuve de acuerdo cuando Alfonsín anunció el Juicio a las Juntas. Recuerdo que en ese momento Lanusse me dijo que era la primera vez que veía a un presidente actuando como un Comandante en Jefe. Y también estuve de acuerdo cuando tuvo que hacer concesiones después de la crisis de Pascuas. Lo que estaba en juego entonces no eran principios morales o ideológicos, sino el régimen. Fue una decisión pragmática. En la política no siempre se pueden tomar decisiones basadas en los ideales. Creo que mi país logró sobrevivir crisis tras crisis gracias a su pragmatismo.
–¿Avanzar en la búsqueda de la verdad y justicia no sería pragmático?
–Si entendemos por pragmático mantener el apoyo de las organizaciones de izquierda y de derechos humanos, lo es. Pero si entendemos que las personas en el poder todavía están motivadas por un sentimiento de venganza por lo que hicieron los militares en los ’70 y que van a castigar a cada una de las personas que participaron en aquella época, queda claro que es una decisión ideológica. El problema es que no se preguntan cuánto del futuro del país están sacrificando al volver a revisar el pasado.
–¿Cuál es el peligro de revisar el pasado y condenar a los responsables de los crímenes de la dictadura?
–Estos son crímenes que sucedieron en 1976. El peligro de centrar toda la atención en lo que sucedió 32 años atrás es que no se presta atención a los problemas actuales. En ese sentido, el Gobierno es bien pragmático; quiere desviar la atención. Mi miedo es que se reaviven las tensiones y los sentimientos de los setenta, en vez de superarlos. No se puede seguir viviendo en el pasado por siempre, aun si esto significa que no habrá justicia. A veces no todos pueden tener justicia.
–Más allá del avance de la Justicia y el Gobierno, ¿existe una discusión dentro de las fuerzas sobre lo que pasó?
–Creo que existe un reconocimiento de lo que pasó, aunque todavía muchos creen que lo que hicieron no fue totalmente incorrecto. De todas formas hoy la mayoría de los oficiales jóvenes ni siquiera había nacido a finales de los setenta.
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