EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Integridad
Por J. M. Pasquini Durán
La comparación con el inminente desenlace electoral en Brasil subraya, como si no fuera suficiente con lo que está a la vista, la mala calidad de la misma competencia en Argentina. Los candidatos, los partidos o coaliciones, sobre todo las expectativas sociales, reflejan la diferencia sin ningún disimulo. Por supuesto, nadie está en condiciones de predecir la suerte de un gobierno que, al parecer, será encabezado por un tornero mecánico y el Partido de los Trabajadores (PT), aunque por el momento esos datos son suficientes para una ilusión diferente. Aquí, en cambio, el establishment político, económico y cultural, acompañado por una fracción significativa de los empadronados, hubieran quedado satisfechos si las chances electorales del PJ estuvieran en manos de Lole Reutemann, actual gobernador de Santa Fe, una de las provincias con mayor índice de miseria en el país: 29 por ciento de la población en la indigencia y 57,8 por ciento, más alto que el promedio nacional, en la pobreza. Aparte de haber llegado a la política de manos de Carlos Menem, ha sido uno de los partidarios más firmes de las políticas del riojano en los años 90, las mismas que hoy son señaladas como partes sustantivas del problema nacional, no de las soluciones. Los veteranos del automovilismo deportivo recuerdan que cuando el actual gobernador era corredor en F1, el dueño de la Ferrari solía definirlo con dos palabras: “Tormentoso e tormentato”. De parte del bipartidismo tradicional este personaje sería lo mejor que puede ofrecer de futuro a una sociedad atormentada por las penurias de todo tipo.
Para los que se han beneficiado del menemismo es comprensible la preferencia por semejante candidato, pero es más difícil discernir las razones de otros sectores del electorado. A lo mejor, hay dos sentimientos que prevalecen: uno es el temor a lo nuevo, no tanto por su novedad sino por la resistencia que tendrían que afrontar de parte de los poderosos intereses que prefieren el statu quo. La Alianza de Fernando de la Rúa y Carlos Alvarez fue en su momento una oferta inédita y ya se sabe cómo terminó. El otro sentimiento, más típico de franjas de la clase media, es la prevención ante el desorbitado tropicalismo de candidatos ya conocidos, entre ellos el propio Menem, que arrastran además la ferocidad de riñas internas que no se detienen ante nada o son coaliciones tan heterogéneas que ponen en duda la autoridad de todo liderazgo que pretenda disciplinarlas en una misma y única dirección.
No son prevenciones vanas. Si es correcto, aunque sea en parte, el análisis del gobernador Solá y del ministro Cafiero acerca del complot de violencias múltiples urdido entre políticos, policías y bandidos para desacreditar su gestión en la provincia de Buenos Aires, pese a que no empezaron todavía a tocar los nervios más sensibles de los núcleos enquistados en los privilegios y la corrupción, en el imaginario colectivo se agitan toda clase de espectros sobre un porvenir librado a las confrontaciones facciosas.
El ataque a balazos contra el domicilio de Estela de Carlotto, titular de las Abuelas de Plaza de Mayo, con armas habituales en las fuerzas de seguridad, vino a ratificar una línea de violencia sin límites que a diario cobra su cuota de sangre, aunque a veces las víctimas, sin notoriedad mediática, no alcanzan la repercusión simbólica de este caso ni levantan suficientes expresiones de repudio. Hay una tendencia nacional a criminalizar la protesta social, como acaba de suceder en Jujuy, que debería ser suficiente para alzar las voces y las conciencias de la buena gente, porque ya suman demasiados los muertos y heridos pero también hay miles de luchadores sociales que corren peligro de terminar en prisión, enjuiciados en algún tribunal por sus compromisos militantes con la realidad. El partido de la vida, aunque no se presente a elecciones, amerita que una convergencia pluralista lo nutra y lo alce para frenar a los violentos, antes que la única respuesta posible sea más violencia, en una espiral que no reconoce límites.
Aun en los momentos más oscuros, es el único partido que resplandece siempre, a veces sostenidos por minorías y otras iluminando a pleno, alimentado por el sentido de humanidad y el deseo de convivencia pacífica. Reivindicar estos principios sobre el espanto, el deseo de venganza y el patriotismo de banderita, excitado a propósito, de la inmensa mayoría de los miembros de una comunidad no debe ser nada fácil y, sin embargo, en Estados Unidos, un grupo de hombres y mujeres, la mayoría vinculados a la academia y la cultura, se plantó frente al militarismo y la popularidad de George W. Bush para reclamar que se detenga la máquina guerrera con un argumento sencillo: “No en nuestro nombre”. No es fácil reunir el coraje para hacerlo, pero se logra comprensión y respaldos cuando se lo intenta sin segundas ni terceras intenciones. Por lo general, no es recomendable mezclar estas apelaciones con posiciones electorales indefinidas o confusas, pues se corre el riesgo que los ciudadanos supongan que la buena intención, aunque exista en algunos, llegue envenenada por manipulaciones de los cazadores de votos. En ese caso, duran tanto como una pompa de jabón.
En la mayoría de los ámbitos partidarios este tipo de consideraciones suele descalificarse como el debate acerca del sexo de los ángeles. Los recientes resultados electorales en Santiago del Estero, que registró en la última medición del INdEC 27,8 por ciento de indigentes y 60,2 por ciento de pobres, donde hubo puebladas que incendiaron las sedes institucionales y las residencias privadas de políticos, dieron continuidad a la autocracia que gobierna esa provincia como si fuera de propiedad privada de una familia. ¿Acaso en ese distrito los ciudadanos no quieren que se vayan todos? A juzgar por las abstenciones y votos inválidos, más o menos la mitad del padrón decidió que si no los podía echar tampoco los votaría. La otra mitad, con algunas variantes, repitió el voto habitual. Hubiera sido esclarecedor para tantos otros que están en la incertidumbre sobre sus deberes cívicos que los partidos, sobre todo los que apoyan la renovación más completa posible, ofrecieran un riguroso y detallado informe sobre las cifras del escrutinio, así sea para dibujar el mejor camino hacia una vida mejor.
Es tiempo que la sociedad, o parte de ella, se haga cargo de la propia responsabilidad en el mantenimiento de poderes arcaicos e injustos. Salvo que uno crea que las soluciones vendrán bajo el brazo de un líder oportuno, no hay más remedio que esclarecer las razones de cada cual para que la mayoría social no se entregue a la bronca pasajera o a la resignación. Si los que acuden a los mítines del que puede pagar un módico precio por cabeza quedan justificados por el nivel de sus necesidades, cuando mañana vendan el voto al que les pague mejor, estarán amparados por la impunidad del silencio de los que, incluso en igualdad de condiciones, prefieren conservar la integridad, porque si la entregan habrán perdido una condición fundamental para ser un socio activo de la comunidad. Son muchos los que sostienen su autoestima sin alquilarse al mejor postor, aun en condiciones indescriptibles, y merecen distinguirse en el respeto y el reconocimiento de los demás.
En situaciones tan difíciles y confusas como las actuales, es mejor si cada uno sabe con quién podrá contar en los momentos de mayor apuro. Hoy, nada está seguro, ni siquiera el calendario electoral o las candidaturas que ya se conocen y las que faltan por conocer. En circunstancias semejantes a veces hay que vivir cada día a medida que se presenta, sin ninguna capacidad para planificar con la debida anticipación las conductas individuales o colectivas, pero eso no justifica cualquier cosa ni la espera confiada en huracanes purificadores. Ojalá fuera así, por peso específico propio, pero no hay nada más errátil que la trayectoria de un huracán. En cambio, todavía la gota horada la piedra.