EL PAíS › ALBERTO FERRARI ETCHEBERRY EXPLICA AL CANDIDATO DEL PT Y SU PROYECTO
“Lula no piensa lo de republiqueta”
Un investigador escocés con base en Puebla dice que no hay que esperar el momento mágico de la revolución ni buscar cambios desde el Estado. El experto argentino que mejor conoce a Lula explica por qué el Partido de los Trabajadores de Brasil es el nuevo eje nacional entre los vecinos, cuáles son las diferencias con la Alianza y qué quiso decir el candidato cuando habló de la Argentina.
Por Martín Granovsky
Se entrevistó con políticos, se metió en una villa, habló con industriales chicos, se sorprendió con la Argentina convertible. Hace tres años el actual candidato presidencial del Partido de los Trabajadores, Luiz Inácio Lula da Silva, visitó la Argentina invitado por el Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad de San Martín. Su director, Alberto Ferrari Etcheberry, fue el guía de Lula. Aquí explica el fenómeno político que el domingo que viene puede llevar al gobierno al primer presidente obrero de América latina, si no hay segunda vuelta, o encaminarlo al ballottage con un porcentaje inédito de votos.
–¿Qué es el PT? ¿Un proyecto trotskista estilizado? ¿Un desarrollismo con inclinación social? ¿Una socialdemocracia a la brasileña?
–Nada de eso. Las tres variantes son típicamente argentinas, esto es, corresponden a una sociedad desclasada y desnacionalizada en la que la política aparece como un ejercicio de pura voluntad que concluye en la ausencia absoluta de voluntad, como ocurrió con la Alianza, o simplemente en una carrera para el enriquecimiento personal, como es el peronismo menemizado. El PT surge de abajo, en la huelga metalúrgica de 1979 del cinturón industrial paulistano crecido con la inmigración nordestina y es la expresión en lo político del proceso de formación de las clases populares urbanas en un sentido histórico.
–¿Por qué Brasil generó un PT y la Argentina no?
–Pecaría de petulante si contesto esta pregunta. Pero no creo serlo si apunto a la doble castración que significó para el “making” de las clases populares argentinas la estatización peronista y la proscripción política posterior. En Brasil, país continente, y además, varias décadas después, ni la estatización ni la represión pudieron detener la fuerza autonómica del proceso social.
–¿Usted, que lo conoce, piensa que para Lula la Argentina es una republiqueta?
–De ninguna manera. A Lula, como a la clase dirigente brasileña en general, le cuesta aceptar la realidad argentina actual. Tienen un concepto no geográfico de la Argentina. Para ellos es el país de la escuela pública, de la alfabetización, del pleno empleo, del ascenso y el equilibrio social. Es decir, lo que nosotros sabemos que ya no existe más. Lula tiene un profundo respeto por esa Argentina que no es, por cierto, la que expresa por ejemplo La Nación. Ese diario alegremente deformó sus palabras rasgándose las vestiduras como una virgen ofendida, mientras que para el ochenta y cinco por ciento de sus propios lectores, en su propia encuesta que figura en el site de Internet, la Argentina es efectivamente ahora una republiqueta. Una situación muy parecida a la que recientemente ocurrió con las opiniones del presidente uruguayo, de Jorge Batlle.
–El que criticó al Mercosur fue José Serra, el candidato oficialista.
–Y no de ahora. Siempre lo cuestionó institucionalmente, por lo que significaba la dependencia de Brasil respecto de socios mucho menores. También lo cuestionó por ser partidario (no sé si lo sigue siendo) de un desarrollismo industrial más tradicional. El PT y Lula, en contraste, quieren la profundización de las relaciones con la Argentina. Son críticos de la aproximación puramente comercial y favorecen al mercado común y no a la simple área de libre comercio, o sea a la mera integración a partir de la producción y de las relaciones económicas. Acá hay que entender que para Brasil, octava economía del mundo, su debilidad política en el plano internacional es una cuestión esencial. Brasil puede y debe privilegiar la necesidad de su fortaleza política aun con concesiones en lo económico, entendiendo este plano como distinto y más amplio que lo meramente mercantil. Creo que la posición de Lula se acerca más a las concepciones iniciales del proceso de integración argentino-brasileña bajo Alfonsín-Sarney, abandonadas por el oportunismo irresponsable que llevó en 1991 al Tratado de Asunción.
–¿Por qué oportunismo y por qué irresponsable?
–El tratado de integración argentino-brasileño era (es, porque paradójicamente sigue vigente) gradualista. Privilegiaba lo productivo sobre lo comercial. Y fijaba un plazo de diez años para lograr el mercado común. Además, del Paraguay de Alfredo Stroessner, en ese entonces, ni hablar, y tanto la Argentina como Brasil tenían separadamente sus propios instrumentos de vinculación con Uruguay. Enrique Iglesias solía decir: “Déjennos a nosotros decidir si queremos ser Luxemburgo o Suiza”. El Tratado de Buenos Aires reduce el plazo a la mitad, suma a Uruguay Paraguay y privilegia el intercambio comercial, que congela las asimetrías productivas. En la Argentina fue un regalo de (el entonces vicecanciller) Juan Carlos Olima a Menem para que le matara el punto a Alfonsín. Ya Menem y Fernando Collor habían abandonado los protocolos del Tratado de Integración con un gran éxito publicitario: Mercosur refresca mejor. El Mercosur esconde, para los argentinos, lo principal, que es la relación con Brasil, del mismo modo que la sigla ALCA esconde su esencia, la relación con Estados Unidos.
–La única vez que estuvo Lula en Buenos Aires fue por invitación suya. ¿Qué buscaba?
–En ese año, 1999, el presidente Cardoso ya había devaluado el real, cosa que aquí motivó una violenta reacción del gobierno y de otros sectores y provocó una crisis en la relación bilateral. Eso nos llevó a organizar un ciclo “Brasil plural”, que comenzó con Delfim Netto, para que se conociera mejor la situación brasileña y ayudara a comprender que nuestra absurda convertibilidad era la causa principal del conflicto. La otra razón era mostrar en una política como la Argentina, atada al electoralismo más pedestre, que Lula, quien había sido derrotado por tercera vez, expresaba un proyecto político sólido y vital.
–¿Qué quiere decir con proyecto político sólido y vital?
–Lula no puede ser comprendido desde la perspectiva de la política argentina. Lula muy probablemente va a ser presidente de Brasil en su cuarto intento, hecho sorprendente para la política basada en las encuestas y los formadores de opinión. Pero también François Mitterand y Salvador Allende llegaron a la presidencia en el cuarto intento. La comparación me parece pertinente porque en los tres casos no se trata de opciones electorales personales sino de candidatos que son la expresión de un proyecto construido didáctica y pacientemente, desde abajo y en representación de sectores sociales conscientes de sus intereses y de sus pretensiones. Admiro a Lula como persona y como político, pero lo que importa es el PT.
–¿Por qué para usted el fenómeno del PT es tan brasileño?
–Porque entronca con el de formación nacional, que tuvo en la industrialización del milagro brasileño, precisamente dirigida por Delfim Netto, un salto cualitativo, a contramano de las políticas neoliberales que en otros lados, como en la Argentina bajo el slogan “achicar al Estado es agrandar la Nación”, destruyeron tanto al Estado como a la Nación. Así el PT, en la misma medida en que va expresando los intereses obreros y populares, se va convirtiendo en el eje de una política nacional, en una alianza que no sé si tendrá éxito, pero que –se me ocurre– es la única que desde la perspectiva de la continuidad de la nación puede llegar a tener éxito en el marco actual de la globalización.
–¿Por qué Lula acepta como vicepresidente a un gran empresario como José Alencar?
–Me parece que la pregunta correcta es la inversa: ¿por qué Alencar acepta ser el vice de Lula? Porque el PT es eje de un proyecto nacional. Alencar, como usted sabe, es un poderosísimo empresario textil. Nosotros quisimos traerlo a Buenos Aires pero las exigencias de la campaña electoral lo impidieron.
–Alencar aquí es un perfecto desconocido.
–Ya lo sé. Queríamos que Alencar explicara al diario La Nación, al señor Mariano Grondona, a FIEL, al CEMA, a los gobernadores, a loslegisladores, a la Sociedad Rural, a la Unión Industrial, a Pérez Companc, a Bulgheroni y a la señora Fortabat por qué un empresario de un tamaño inexistente en la Argentina y con un patrimonio personal calculado en quinientos millones de dólares acepta ser el segundo de un nordestino que emigró a San Pablo huyendo del hambre (repito palabras de Lula), obrero metalúrgico, que no se sonroja por ser amigo de Cuba ni oculta su oposición al ALCA. Se me ocurre que hubiera sido refrescante.
–¿Hay un Alencar argentino?
–Sí, pero probablemente en Miami. Hace más de 15 años, me acuerdo que un grupo de industriales aceiteros mexicanos se enteró en una comida que el presidente de CIARA, la cámara aceitera argentina, había vendido su mediana empresa santafesina en ochenta millones de dólares al grupo Bunge y Born. Los mejicanos preguntaron por qué. Tuvimos que mentirles: porque estaba enfermo. Para ellos, igual que para los brasileños, es imposible entender que un empresario capitalista abandone su fábrica. En la era Menem ese ejemplo lo hemos visto multiplicado, y me parece que constituye un verdadero símbolo de lo que es la clase empresaria argentina.
–¿Por qué el sector industrial es más favorable a Lula que el sector financiero?
–Precisamente porque es un proyecto nacional, como le dije antes. No hay nación sin desarrollo industrial, porque no hay capitalismo real sin desarrollo industrial. La Argentina actual muestra al mismo tiempo la injusticia y la debilidad raquítica de nuestro capitalismo, que arrastra a la nación. La unión entre producción y trabajo que propuso la Alianza en la Argentina era pura retórica.
–¿En Brasil no?
–No, porque parece ser la expresión de intereses muy concretos, los de la clase obrera y los del empresariado industrial brasileño en una situación específica y concreta, el enfrentamiento a la especulación financiera internacional que amenaza con destruirlos, claro está que en el marco de un país continente y de raíces nacionales muy profundas. Por eso para los argentinos, me parece, la revitalización de la integración que puede llegar con Lula se acerca a una especie de transfusión que vitalice nuestra economía y nuestra política.
–¿Dónde pondrá Lula el acento inicial si gana la presidencia?
–Vaya uno a saberlo. Pero lo único que me atrevería a decir es que los Menem son un fenómeno principalmente argentino, aunque no nacido con Menem. Pienso en Arturo Frondizi, una exaltación de lo político que concluye en el travestismo, y que no me parece esperable de Lula, tenga o no éxito su eventual gobierno.
–Brasil es el país de Cardoso.
–Sí, tal vez sea lo más parecido a ese bonapartismo argentino de Frondizi y Menem. Cardoso, eso sí, lidera un grupo de tipos inteligentes, formados, que obliga a la derecha a elegirlos sin ser ellos mismos la derecha.