SOCIEDAD › PROFESIONALES DE ALTA CAPACITACION EN EL PLAN JEFES DE HOGAR DESOCUPADOS
La lista sorpresa
Son analistas de sistemas, diseñadores gráficos, operadores de turismo. Algunos hasta llegaron a gerentes. Pero la crisis terminó con sus empleos y los barrió de la clase media. Ahora cobran subsidios como desocupados. Y para aprovechar su alta capacitación dan cursos sobre sus especialidades.
Por Eduardo Videla
Hasta no hace mucho, todos llevaban un nivel de vida desahogado: además de ser profesionales o graduados, tenían trabajo y eso les permitía integrar el vasto club de la clase media. Hoy, convertidos ya en desocupados crónicos, engruesan el ejército de beneficiarios del Plan para Jefes y Jefas de Hogar Desocupados. Algunos han encontrado la ocasión de brindar un servicio, como contraprestación de ese modesto pero imprescindible subsidio de 150 lecops: desde hace tres meses, dictan cursos de computación, idiomas, diseño, turismo, nutrición y agricultura orgánica, entre otros. Sus alumnos ocasionales también forman parte del abanico de desocupados, desde los recién salidos del secundario hasta los que están a punto de entrar en la tercera edad. Todos, con el objetivo de capacitarse para afrontar la malaria en condiciones menos adversas. En la ciudad, son en total 53 los beneficiarios del plan que dictan cursos, algunos en los Centros de Gestión y Participación, otros en centros culturales y vecinales de los distintos barrios.
“Yo, que he tenido un buen nivel de vida, ahora estoy en la pobreza extrema”, se lamenta Raúl Hidalgo, un ex gerente de ventas de una operadora mayorista de turismo que está al frente de uno de los talleres de capacitación. Raúl aún viste saco y corbata, pero camina 22 cuadras por día para dictar el curso de Auxiliar de Turismo en la histórica Casa Marcó del Pont, en Flores. Hace ya ocho años que no tiene trabajo fijo y ahora, a los 51, se han cortado los rebusques con los que vino sobreviviendo durante ese tiempo. “Presenté un proyecto para capacitar en tres meses a interesados en dar servicios turísticos”, cuenta Raúl. Y muestra el manual de 35 páginas, que él mismo diseñó para este curso y que el gobierno porteño entrega en forma gratuita a los estudiantes.
La de Walter Carlomagno (40) es una historia parecida. Diseñador gráfico hábil con la computadora, hace cuatro años que perdió su último empleo fijo, donde diseñaba stands y puntos de venta y, desde entonces, hace trabajos eventuales. “En marzo me anoté en el plan, sin demasiadas esperanzas porque mi esposa tiene empleo, aunque está en negro. Sabía que hay gente más necesitada que yo”, dice Walter.
Sin embargo, cuando en la Dirección de Empleo y Capacitación porteña examinaron su currículum, lo citaron para ofrecerle dictar un curso. “Empecé hace dos meses con un taller de Windows y Word, y ahora vamos a empezar uno de Corel, que tiene más que ver con mi profesión”, explica.
Walter vive en Devoto, pero dos días por semana viaja hasta la Boca para dictar el curso. No es docente y su única experiencia como educador había sido enseñarles a compañeros de trabajo. Pese a eso, ponerse al frente de una clase le significó un cambio de planes. “El hecho de estar sin hacer nada desde fines del año pasado me había hecho caer anímicamente –relata Walter–. Tenía una depresión terrible.” Con dos hijos de 7 y 13 años, la falta de trabajo lo obligó a asumir, por la fuerza, los roles hogareños que en algún momento había ocupado su esposa, que hoy mantiene el hogar.
La prestación de un servicio es uno de los requisitos, aunque no indispensable, para los beneficiarios del subsidio. Para que sea obligatorio, el servicio debe ser requerido por algún organismo, empresa o asociación civil. El dinero es aportado por la Nación, pero la gestión corresponde al gobierno porteño, concretamente a la Secretaría de Desarrollo Económico. En esa área fue donde se detectó que un importante porcentaje de inscriptos eran personas con un alto nivel de formación educativa y capacitación laboral. “Nos propusimos que los beneficiarios con un perfil de mediana y alta calificación pudieran poner en práctica aquello para lo que se han formado”, explica Eduardo Hecker, secretario de Desarrollo Económico. “Para facilitar el proceso y darle continuidad, pusimos a disposición la infraestructura de los Centros de Gestión y Participación”, destaca Ariel Schifrin, secretario de Descentralización.
Susana Negri (37) trabajaba en una escuela privada hasta que quedó cesante. A la hora de inscribirse en el programa para desempleados hizo valer su especialidad: alfabetizadora científico-tecnológica para chicos talentosos, con orientación en agricultura natural. “Había presentado el proyecto en una escuela de mi barrio, en Flores. Les interesó, pero no lo aceptaron porque no me cubría el seguro y si tenía un accidente dentro de la escuela...”, recuerda Susana. En cambio, cuando presentó la misma propuesta en la Dirección de Empleo, fue aceptada y hoy está dando el curso de agricultura natural y ecológica en el CGP de Villa Urquiza.
“Se ha formado un grupo muy bueno, con interés de armar microemprendimientos y de largar un segundo curso”, se entusiasma la docente. De las 21 personas que empezaron el taller, después de cuatro meses, llegaron al final 16. Como Susana, la mayoría son desempleados que aprendieron, entre otras cosas, a elaborar fertilizantes con los desperdicios de las verdulerías. Hasta esos recursos escaseaban, aclara Susana: “Tuvimos que ponernos de acuerdo con la gente necesitada, que se lleva esos desechos para comer”. Sus alumnos, a punto de recibir el certificado final, se entusiasman con armar una corporación de productos naturales. El nuevo itinerario la incluye a Susana, único sostén de una hija de 13 años. Por ahora, complementa el subsidio dando clases particulares, pero necesita otros ingresos para sostener su hogar.
La historia de Stella Maris Negro (30) tiene muchos puntos en común con la de los otros docentes ocasionales. Es operadora de sistemas, pero está sin trabajo desde febrero de 2001, cuando un ajuste de presupuesto la dejó afuera de un proyecto de las Naciones Unidas. Tiene un hijo de dos años y también es el único sostén del hogar.
“Enseñar tiene la recompensa de ver cómo los alumnos aprenden en base a los conocimientos que uno puede transmitir”, se alegra Stella Maris, luego de sus primeros tres meses de experiencia como docente. Después de su cesantía, tuvo las actividades más variadas, desde diseño de páginas web hasta ventas tras el mostrador de una joyería. Ahora dicta dos cursos: uno de Windows, Word e Internet, y el otro, de programas de Office, en un nivel muy básico: los alumnos tienen estudios primarios o secundario incompleto y la mayoría no tiene manejo de computación.
“Nunca pensé en ser docente –concluye Raúl Hidalgo, antes de entrar a su clase de coordinación turística–. Pero dar las clases, para mí era un deber moral: estoy devolviendo con mi trabajo los 150 pesos que recibo y eso me hace sentir bien.”