Lunes, 16 de marzo de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Mario Toer *
En mi materia de Política Latinoamericana suelen cursar bastantes estudiantes extranjeros y, en una ocasión, conversando con una grácil, espigada y elegante estudiante norteamericana, me refirió que en su universidad jugaba al soccer de número 9. Me salió del alma. Le dije: “No te puedo imaginar saltando a cabecear en un corner”. Sabido es que el balompié en los EE.UU. es jugado en mayor proporción por mujeres que hombres y que así se han encumbrado en las máximas competencias mundiales. Nosotros, por el contrario, hacemos del fútbol un deporte viril, y no pretendemos que nuestras chicas alcancen glorias similares a las de nuestros varones. Y eso a pesar de que en damas podemos competir con buenas posibilidades en el basquet, el voley, el tenis y ni qué decir, el hockey. No cabe duda de que lo mío, quizá bastante compartido, es un prejuicio. Bien podría presumirse que hoy día existe respecto de la Presidenta una insistente campaña para alimentar el extendido prejuicio de que la política es cosa de hombres. Inacabables consideraciones sobre su look, sus entonaciones o gestos. Obviamente se pretende así alentar la desatención sobre las consistentes argumentaciones que CFK explaya en sus intervenciones con notable solvencia, con convicción, elocuencia y conocimiento de causa, sin tener que apelar a ningún machete de ocasión. Resulta que la Presidenta cabecea los centros como para que Maradona la tenga en cuenta y los de la platea no lo toleran. Los motivos son obvios. Descalificar a la persona, descalificar el proyecto, apartar a la población del discernimiento en torno de ideas, buscando reforzar el sometimiento a las versiones más superficiales que los medios cultivan en abundancia. Ante esto quienes nos movemos en el ámbito de la cultura no podemos callar ni quedarnos expectantes. Tampoco resulta oportuno ponernos en paladares negros y ensayar recomendaciones de poca monta. La operación en curso es deleznable desde donde se la mire y creo que hay que denunciarla como una grosera discriminación, por más que posen de sofisticadas consideraciones de índole estética apañadas en la libertad de expresión. Y que conste que esto no implica la subordinación incondicional al discurso oficial. De modo alguno. Desde mi modesto saber y entender, es indispensable que se expresen todos los pareceres que pueden sumar aportes a las tareas pendientes. Eso sí, aunque nos disguste, no estamos en un foro de librepensadores al margen de los tiempos. Estamos en el medio de una de las más feroces campañas por hacer retroceder a un gobierno y posibilitar una restauración conservadora. Hoy por hoy es eso lo que está en juego y cada cual debe tener la capacidad de poder discernir lo principal de lo secundario y ubicar sus legítimas aspiraciones en consecuencia. Hay muchas construcciones pendientes que no hay por qué suponer que deben venir desde arriba. Que los mejores puedan ir dando un paso al frente y los impresentables se jubilen, aquí y en Catamarca, hay que gestarlo, sobre todo, desde el llano. Y no necesariamente desde una banca parlamentaria. Son las vicisitudes propias de tener que reparar el barco en altamar.
La reciente propuesta de adelantar las elecciones nacionales resulta un recurso oportuno para saldar cuanto antes esta confrontación, buscando quedar posicionados lo mejor posible para después seguir, con el mismo empeño, impulsando y debatiendo las numerosas cuestiones de fondo que debemos garantizar que se instalen en la agenda pública, para que el curso abierto encuentre en el futuro tiempos mejores para los que más lo necesitan.
* Profesor titular de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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