Lunes, 20 de julio de 2009 | Hoy
EL PAíS › DOS OPINIONES SOBRE LAS ELECCIONES DEL 28 DE JUNIO Y EL FUTURO DEL KIRCHNERISMO
Por María Esperanza Casullo y Abelardo Vitale *
Para comprender las raíces de la derrota sufrida por el kirchnerismo, tal vez sea un buen punto de partida revisar la fórmula que supo darle buenos resultados en sus días de auge, entre 2003 y 2005, así como su subsiguiente erosión. De este ejercicio, creemos, pueden desprenderse lecciones válidas tanto para el actual Gobierno como para partes importantes de la oposición.
Partes de la historia ya han sido revisitadas hasta el hartazgo: el ascenso inesperado de Néstor Kirchner a la presidencia en 2003, luego de que Carlos Menem rehusara a presentarse en el ballottage, la precaria legitimidad de origen de un presidente que asumió en el contexto de lo que aún era una fortísima crisis social y económica con el 22 por ciento de los votos, la apuesta explícita de los grupos de poder a que el nuevo gobierno no pudiera levantar vuelo (expresado en el ya famoso “La Argentina eligió darse gobierno por un año”, de José Claudio Escribano), la para muchos sorprendente consolidación del nuevo gobierno y la subsiguiente reconstrucción de la autoridad presidencial, principal éxito de ese período.
Durante un lapso, la nueva administración enhebró una seguidilla de medidas exitosas: la renegociación de la deuda, la renovación de la Corte Suprema, el repago al FMI, el manejo exitoso del tipo de cambio, el fortalecimiento del superávit fiscal y el sostenimiento de la moneda. En el plano político, la decisión de romper públicamente con Eduardo Duhalde pareció ser premiada en 2005, cuando el nuevo Gobierno pudo ganar una mayoría de bancas en el Congreso. Por un breve momento, parecía que la capacidad del entonces presidente, Néstor Kirchner, de llevar adelante sus iniciativas parecía casi ilimitada, lo que rápidamente llevó a varios a sostener que Argentina se constituiría en un país con un régimen unipartidario.
Una de las razones de este importante éxito (¿más fugaz de lo pensado?) residió en la capacidad del nuevo Gobierno de alinear, cual círculos concéntricos, a tres grupos del arco político: el peronismo más tradicional y orgánico –o lo que luego varios llamaron peyorativamente “pejotismo”–, el progresismo no peronista y el kirchnerismo no peronista ni progresista. (Este último círculo era el más pequeño de los tres, pero la pertenencia de varias de las principales figuras del Gobierno hace que, en gran medida, fuera quien traccionaba a los otros dos).
Y ésta fue la principal novedad del kirchnerismo: su capacidad para, al menos por un momento, lograr solapar por primera vez desde 1983 partes importantes de los círculos peronistas y progresistas detrás de una agenda de políticas comunes. Orientando al peronismo hacia políticas progresistas por vez primera en décadas y orientando al progresismo hacia la gestión concreta también en décadas.
Este es un punto que no suele encontrarse en los análisis del kirchnerismo: lo novedoso que este solapamiento de los círculos peronistas y progresistas resultó en términos históricos y cuan productivo resultó este alineamiento.
Los círculos peronistas y progresistas fueron, desde 1983 hasta 2003, circunferencias absolutamente tangentes. El liderazgo alfonsinista atrajo casi unánimemente al progresismo durante su gobierno, pero enfrentó la resistencia activa del peronismo. Durante el menemismo, todo el arco progresista fraguó en su oposición absoluta al gobierno peronista. Y, a pesar de las raíces peronistas de la mayoría de los líderes del Frepaso, la capacidad de atraer votos peronistas al frustrado gobierno de la Alianza resultó cuasi nula.
El gobierno de Néstor Kirchner, que llegó al poder como un producto casi exclusivamente peronista, de la mano de Eduardo Duhalde y con un primer gabinete con una fuerte presencia de peronistas bonaerenses, tomó luego una serie de iniciativas, de discursos y hasta de elecciones estéticas que no pertenecían al peronismo en sus versiones menemistas o duhaldistas sino que eran claramente progresistas. El caso más claro es el de la política de derechos humanos, que resultó ser una repudiación total de la llevada adelante por Carlos Menem, y también por Eduardo Duhalde. Pero también la renovación de la Corte Suprema, las posiciones tomadas en política exterior, la negativa a reprimir la protesta social, la inclusión de movimientos sociales en el Gobierno, las políticas educativas y de salud fueron páginas sacadas del manual progresista, y muchas veces implementadas por esos cuadros técnicos.
A partir de ese momento, y por razones que exceden estas líneas, los tres círculos que se habían, si no alineado completamente, sí solapado, comenzaron a derivar en direcciones opuestas. Y esta deriva resultó en una pérdida de iniciativa política, de bases de sustentación, y finalmente de legitimidad social.
Creemos que hay aquí algunas lecciones preliminares. Por un lado, para el Gobierno: cualquier política que conduzca a un cada vez más progresivo encierro en un solo círculo, el de los kirchneristas puros, terminará muy probablemente en grados menores de autonomía y legitimidad. La ampliación del abanico de políticas públicas hacia agendas progresistas (sean éstas el ingreso universal, el avance en la institucionalización de mecanismos de control político, la refundación del sistema de estadísticas públicas, y otros), lejos de constituir una pérdida de control, constituyó la clave del momento de mayor autonomía relativa. Sin mencionar que, además, una discusión pública centrada en políticas y no en tales o cuales elementos psicológicos de la presidenta o del ahora diputado electo es justamente lo que el Gobierno debería tratar de lograr.
Por el otro lado, hay una enseñanza a los sectores progresistas no peronistas, que ahora se interrogan si deben “dar la pelea” dentro del peronismo o en construir una alternativa por afuera, que supere, aunque no repita, la experiencia de la Alianza. Cuando, por convencimiento o por conveniencia, con mucha o poca convicción, sectores del peronismo apoyaron políticas de corte progresista, se pudieron hacer avanzar iniciativas que pocos años antes parecían imposibles. Las voces que ahora dicen que “todo lo que toca el peronismo lo contamina” y que, por lo tanto, cualquier coalición debería ser enteramente no peronista están ignorando que, por un lado, en su momento y aún también ahora, hay sectores importantes dentro del peronismo que sienten que una agenda progresista es su propia agenda, que se han jugado por un proyecto político que sentían suyo y que siguen estando disponibles para una coalición orientada por políticas y no por liderazgos personales. Al mismo tiempo, la renuncia voluntaria a dar una disputa en estos términos terminaría entregando al peronismo institucional a un proyecto liderado por los sectores más identificados con un renovado liderazgo empresario y antipopular. Esto es justamente lo que ellos quieren, ya que esta es la fórmula que tan bien funcionó durante los años noventa.
Trazar la línea en la arena de esta forma ofrecerá seguramente una agradable sensación de paz moral, pero sería condenar a un proyecto progresista y popular a una casi segura minoría en el mediano plazo.
Y si algo debemos aprender, de todos estos años de avances y retrocesos, es que el anhelo de justicia social no debiera quedar limitado a un hipotético y épico futuro venturoso.
* María Esperanza Casullo es politóloga. Abelardo Vitale es licenciado en Ciencias de la Comunicación. Ambos escriben en Artepolitica.com
Por Mario Toer *
Pasados algunos días desde las elecciones muchas son las interpretaciones que se han venido conociendo y puede decirse que en buena medida coinciden en aspectos centrales. Es extendida la consideración de que la experiencia que venimos transitando es muy valiosa pero se careció de recursos para enfrentar al bloque dominante una vez que éste salió de su sorpresa y atonía y desplegó todo su potencial para detener la confluencia popular en ciernes. Las carencias pueden explicarse de diferente manera pero lo cierto es que nadie venía tallando como para contar con la experiencia y la sabiduría que la dureza de la confrontación requería.
Resulta unánime el destaque del papel de los medios como elemento articulador de la contraofensiva reaccionaria, llevada a cabo de manera impiadosa, rigurosa, contundente, desvergonzada y con notable pericia profesional. Quizá lo que cuesta un poco más asumir es que cuando se avanza, esos recursos van a operar de la manera que lo hicieron. Así viene ocurriendo en otras latitudes de nuestra América. Hoy por hoy ya son un dato de la realidad y continuarán con su sórdido despliegue. Para eso están. En cualquier caso, va quedando más claro que, si bien la inventiva de la cadena mediática es inconmensurable, es por demás naïf darles flancos que van a ser explotados hasta la extenuación. El cuidado y el ingenio para contrarrestar semejantes operativos merecen intensificarse. Podemos ser mucho más perseverantes y creativos y nunca debemos subestimar su capacidad para hacer daño.
Así las cosas, para retomar la iniciativa se requiere metabolizar la experiencia, aprender de los errores y comenzar a darle consistencia a todo aquello que nos faltó. Paradójicamente, uno de los saldos más ricos que quedaron de la campaña es una amplia militancia que no quiere bajar los brazos. Y aquí aparece la primera responsabilidad, con un buen número de liderazgos claves implicados, de arriba abajo. La demanda, el clamor apunta a constituir instancias, redes, que no dispersen esfuerzos y potencien las ganas de hacer sentir las propias fuerzas. Bien nos valdría aprender de nuestros hermanos uruguayos y constituir espacios donde las diferencias puedan procesarse sin que sean motivo de enemistades o pugnas por figuraciones de menor cuantía.
Todo parece indicar que NK ha comenzado a moverse en la perspectiva de reunir a quienes resultan inequívocamente confiables al interior del PJ con la intención de desplazar a los oportunistas de diverso pelaje y a quienes se ofrecen con escaso pudor para liderar el curso de la restauración reaccionaria. Puede que sea el camino más aconsejable para no regalar semejante estructura al campo contrario. Y que las internas abiertas contribuyan al debate y la construcción de fuerza propia. Puede suponerse también que serán posibles nexos más consistentes con quienes no pertenecen al PJ y quieren ser de la partida. Así nos lo expresó NK en la Asamblea de Carta Abierta. Pero esto no tiene que significar, más bien todo lo contrario, que este amplio espectro de variantes que no se reconocen parte del justicialismo se queden a la expectativa. Hoy urge convocar a una amplia confluencia de quienes no queremos ceder terreno, queremos cuidar lo que tenemos y seguir avanzando, tanto por arriba como en los ámbitos de trabajo y estudio. Mostrar que juntos podemos pretender que hay un mundo por ganar. Quedarán afuera los que, como lo enfatiza Emir Sader en su nota del 15/7, siguen aferrados al señalamiento del presunto cambalache donde supuestamente todo da igual y se empeñan en la mera crítica que termina siendo destructiva. Es de esperar que se sumen, en cambio, quienes como Sabbatella no dejan de recordarnos la necesidad de que nos afirmemos en el piso común desde donde partimos. Medidas indispensables que atiendan a los más necesitados habrán de requerir espaldas más anchas. Iniciativas que permitan revelar las diferencias entre los opositores requerirán miradas más perspicaces.
No son tiempos de lamentaciones ni angustias paralizantes. Sobran los tiempos peores en nuestra historia pasada. Nos hemos sincerado y nos conocemos mejor. Hace seis años no había nadie. Hoy podemos empezar a contar con uno de cada tres.
* Profesor titular de Sociología y Política Latinoamericana (UBA), secretario adjunto del gremio docente Feduba.
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