Domingo, 26 de julio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Puertas que se entreabren, una dinámica política difícil de parar. La interna de la CGT, la relación de Moyano con el oficialismo. Su historia, la de sus competidores, minisemblanzas. Un nuevo reparto de poder. Los opositores, sus reflejos. Las corporaciones, en ofensiva.
Por Mario Wainfeld
“Esta puerta se abrió para tu paso”
Homero Manzi. “No habrá ninguna”
“Que sepa coser
Que sepa bordar
Que sepa abrir la puerta
Para ir a jugar.”
“Arroz con leche”, son infantil.
Las acciones del Gobierno son ambiguas, parciales, suelen ser presentadas de modo escondedor. El primer diseño del diálogo político resultó entre confuso y capcioso, se debió mejorar sobre la marcha, a instancias de la oposición. El Consejo para el diálogo económico social (CDES) se está tejiendo desde hace tiempo, tiene una estructura legal, es más ambicioso y más coherente, pero de todas formas sus últimos trazos fueron febriles, contra reloj.
La reforma del Indec que presentó Amado Boudou se mueve, al modo de Ricky Martin, “un pasito p’alante y un pasito p’atrás”. A favor, la asunción de que algo debe ser revisado, el cambio de órbita pasando a depender del ministro de Economía. La conformación de los comités académicos y de usuarios. En su contra cabe computar que es insuficiente y que la destiñe la continuidad de Guillermo Moreno.
El futuro es impredecible, en esa panorámica pintada con grises. Pero hay algo que difícilmente se pueda detener: se entreabrieron puertas para la participación, la discusión, la búsqueda de información. La oposición entra a la Casa Rosada, los gobernadores intercambian demandas con la Presidenta con liturgia y asiduidad novedosas, los expertos y los consumidores podrán hurgar en la data del Indec. Esas transiciones pueden zigzaguear, pero son inexorablemente dialécticas: cuando las puertas se entreabren (máxime en una sociedad vivaz y demandante como la argentina), es muy difícil volver atrás. La polémica, el debate, la información alternativa tienen mejor plafond. Nada es irrevocable, ya se dijo, pero el cambio pinta como irreversible.
Al fin y al cabo, de eso se trata.
Imposible sustraerse al contrafactual: cuánto hubieran ganado la Presidenta, la sociedad argentina y aun las chances electorales del Frente para la Victoria si esas movidas se hubieran habilitado al comienzo del mandato. Por buenas o dudosas razones: para recobrar imagen, para tomar la iniciativa haciéndose cargo de reclamos de la oposición, para dejar a los otros sin argumentos, para quedarse con las banderas..., por cualquiera de las razones propias de la acción política, en un sistema democrático.
Otro sería el horizonte si hubiera primoreado con más legitimidad, con menos desgaste. No fue así, se sabe.
En ese tránsito, la dirigencia política muestra racionalidad instrumental, mientras las corporaciones atisban que hay nuevas perspectivas de reparto de poder. Y van por más, puertas adentro y en el ágora.
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Hay una sola CGT: Hugo Moyano es un protagonista maltratado por el sentido común mediático dominante, tanto que suele sustraerse su condición de secretario general de la CGT. Su relación con el oficialismo suele explicarse como una variante de la amistad (“Cristina se reunió con Moyano”), alienando su base institucional. La historia oficial, que endiosa a las gremiales empresarias (sin inmiscuirse jamás en sus internas), despoja de institucionalidad a la principal central de trabajadores. Es evidente que el trato cotidiano con la CGT se afea por irregularidades, por zonas colonizadas del Estado, por pactos no transparentes. Así ocurre también con las empresas privadas de servicios públicos que infiltran los organismos de control o con la dirigencia empresaria que copó durante años el Ministerio de Economía. Pero esos paradigmas, que algo cambiaron como ya se dirá, no se sinceran, mientras a Moyano se lo desviste de la pilcha de secretario general, una licencia narrativa plena de resonancias políticas.
La alianza del Gobierno con el líder cegetista sirvió de cimiento a la gobernabilidad durante varios años. Paritarias anuales con alza de salarios (como no se tenía memoria en décadas), Consejo del Salario, aumentos de jubilaciones y ampliación de la masa de beneficiarios sin parangón en el último cuarto de siglo, todo contra un nivel de conflictividad social comparativamente bajo. Los trabajadores en relación de dependencia (los del transporte terrestre a la cabeza, pero no solitos) mejoraron su condición relativa.
Moyano tiene una capacidad reivindicativa superior a la de sus competidores en la CGT, más millaje de calle luchando contra la desregulación salvaje de la última década del ’90 (menemismo y Alianza). Sus lados flacos los comparte con sus compañeros-enemigovios. La CGT “se quedó” en el Estado de bienestar, en el pleno empleo. No tiene perspectiva ni proyectos para los desempleados, para los subempleados, tarde se percató de la necesidad de una extendida cobertura social para los desocupados.
Otra marca de fábrica del sindicalismo peronista tradicional (que le cabe a Moyano algo menos que a otros compañeros, pero lo implica también) es que, en tiempos de pleamar, defienden más a los sindicatos que a los trabajadores. La praxis tiene una justificación pragmática: si las organizaciones sobreviven, estarán disponibles cuando llegue la hora de remontar la cuesta. Pero, en la cancha, es demasiado amplio el hiato entre la condición proletaria y la (ejem) robustez de los gremios. Sin contar que en el camino a los dirigentes no les va tan mal, gorditos.
La cerrazón a un cambio de paradigma sindical, del cual el demorado reconocimiento de la CTA sería un paso inexorable y a la vez parcial, es otro factor común de los popes cegetistas.
El punto es que, con un plexo común, Moyano es más representativo que sus antagonistas. Lo probó en el espacio público, en las paritarias, en las conquistas. Armando Oriente Cavalieri se queja de que le roba afiliados, como quien se alza con una cautiva en ancas. En puridad, se le van yendo porque, en la opción entre ser camionero o “de comercio” se dirimen muchos pesos en el bolsillo, mejores prestaciones, una cúpula que brega más por los derechos de los laburantes. No hay secuestros, los compañeros votan con el bolsillo o con los pies (mudando de sindicato). Casi siempre la lógica gremial es así, utilitaria, operada desde arriba o desde abajo.
También se juegan espacios en reparticiones públicas clave, para aliados dotados de saberes o de lealtades, en magnitudes cambiantes, no siempre virtuosas.
En balance, la entente entre los Kirchner y la conducción de la CGT dio cobijo a una etapa de gobernabilidad sosegada y avances de los trabajadores que cobran con sobre. Moyano, un conductor demasiado individualista, demasiado despectivo de la opinión pública, a menudo prendado en exceso del personaje hosco que encarna, acompañó mucho al oficialismo, en un quid pro quo que benefició a ambos y a millones de argentinos.
La derrota electoral tenía que golpear a Moyano, también vencido. Apostó fuerte, acto de masas incluido: tenía que “garpar” por su opción. Los apodados “Gordos” buscan vendetta, también meter baza en la interna peronista, recuperar terreno. Detestan al kirchnerismo, como lo hizo Moyano en sus albores, todo lo que huela a izquierda peronista los escama.
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El espectro no moyanista es variado, incluye a menemistas que siguen siéndolo, como el mencionado Cavalieri, Oscar Lescano o José Pedraza, entreguistas del patrimonio público como el que más. Los ferrocarriles, la empresa estatal de electricidad son de los otros, las vaquitas se prorratearon entre las nuevas patronales y la vieja dirigencia, incluidos algunos ex combativos como Pedraza, que entendieron demasiado bien el signo insolidario e individualista de esa época.
Otros actores, como Gerardo Martínez o Andrés Rodríguez, componen un tercer género, lo que explica por qué mediaron en estos días. Sus bases gremiales prosperaron durante las administraciones kirchneristas. La construcción pegó un salto fenomenal en importancia, en masa de empleados, en salarios. “Gerardo” fue un niño mimado en la Rosada y zonas de influencia, se le atribuyó moderación, racionalidad, puso gente en varias movilizaciones fundantes del oficialismo. Otro tanto ocurrió con los estatales de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN), cuyo secretario general, Rodríguez, consiguió enormes franquicias para sus afiliados, relegando a la combativa Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), pilar de la CTA. El Gobierno metió mano en esa interna, jugando abiertamente desde 2003 a favor del ex ubaldinista, ex menemista, ahora devenido súbitamente ex filokirchnerista.
Rodríguez también fue pieza maestra en la sucesiva decadencia del PJ Capital, junto a Víctor Santamaría. Su conducta en la campaña reciente desató furias en varios despachos oficiales: se los acusa (con pruebas consistentes) de haber jugado a menos, damnificando las chances de la secretaria de Trabajo, Noemí Rial. Mala retribución a tantos beneficios o privilegios. Como módica compensación, en esta semana jugaron de intermediarios.
Otro tránsfuga digno de unas líneas es José Luis Lingeri, entregador de Obras Sanitarias ungido, durante la presidencia de Néstor Kirchner, autoridad de la reestatizada AySA. Su curriculum sugería que no capacitaba para ese rol, que no era la persona indicada para encabezar una experiencia de gestión que fuera modelo. Una bandera adecuada, como puede serlo la recuperación de servicios públicos mal gerenciados por las privatizadas, debe ser enarbolada con unción. No cualquiera está a la altura de esa responsabilidad cuya torpe ejecución puede desprestigiar y hasta desbaratar una propuesta sugestiva. Lingeri jamás puso empeño en transformar a AySA en una experiencia modelo de gestión mixta, con espacio para el control y la participación de los usuarios. Siempre tuvo amparo del oficialismo, ahora comienza a darse vuelta, una lección para quienes lo mimaron sin que lo mereciera.
La comidilla de Palacio sugiere que Lescano era el más intransigente de los rupturistas, que Carlos Tomada y Julio De Vido fueron mediadores eficaces ante ese sector. Y que la propia Presidenta, que parece asumir un rol protagónico mayor al usual, disuadió a Moyano para que no echara leña al fuego. El líder camionero, demostrando que maneja más registros de los que le atribuye su leyenda, morigeró su verba. También intercedieron dirigentes de la Unión Industrial Argentina que quieren acunar al CDES.
Los mimos, los retos, las amenazas, los consejos habrán incidido pero, acaso, primó un sesgo atávico del gremialismo peronista. Este es hijo del Estado y siempre amó a su padre. Claro que como el Estado es un ente complejo, la relación filial se traba más con los gobiernos, cualquiera fuera su signo. El calorcito del poder político siempre atrae a la corporación cegetista, en cualquiera de sus vertientes.
Dejar vacantes en el CDES y en el Consejo del Salario era una buena bravata pero un mal prospecto. Las construcciones institucionales tienen, entre otros encantos, el de inducir a los protagonistas a implicarse. Desde luego, la tregua es parcial. Las facciones son, en sus alas extremas, inconciliables. Pero los Gordos esperan su tiempo, sin cortar contactos con el oficialismo. La interna peronista recién amanece, no hay liderazgos alternativos claros. De nada vale ser atolondrado. Parafraseando al General, más vale ensillar (aposentarse en la silla) hasta que aclare. Perder un asiento antes de que sea imprescindible es un problema para quienes saben atornillarse y sacarle el jugo.
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Poder líquido: Las corporaciones están en estado de alerta y movilización. El resultado electoral rompió los relojes, no se esperaba una caída tan amplia del oficialismo. Las líneas internas desplazadas buscan su lugar bajo el sol, en la CGT. Las centrales empresarias despliegan ofensivas varias, AEA emite su Plan de Operaciones noventista, un documento que les pide todo a los demás (al Estado y al Gobierno en especial) sin comprometer ningún esfuerzo propio adicional. Las patronales grandes se perciben como sosías de “Don Carlos”, el simpático empresario pyme de la publicidad de la AFIP, que blanquea a sus empleados tras años de evasión y recibe (pues merece) vítores y aplausos. Ese retrato es pura imaginación, no se corresponde con sus prácticas. El mundillo de la AEA (en cuyo consejo directivo revistan altos directivos del Grupo Clarín y de La Nación cuyos comentaristas no tienen la delicadeza de señalar esa doble pertenencia) tiene desempeños menos edificantes, que ameritarían mayor introspección, y así fuera pour la gallerie, una promesa de frugalidad, cumplimiento de las leyes impositivas o cosillas de ese jaez.
Todas las corporaciones fueron transigentes en los años iniciales de Kirchner. El presidente ejerció una autoridad de crisis, empuñó el timón con firmeza, con repercusión muy favorable en casi todos los sectores productivos. Hubo una reactivación amplia, bonanza pocas veces alcanzada durante lapsos tan prolongados. El kirchnerismo, contra lo que pretenden sus panegiristas, poco o nada hizo respecto de la concentración económica, hasta las políticas estatistas encarnadas por Guillermo Moreno aceptaron esa variable, reforzándola.
Pero hubo un cambio sustancial, de entrada admitido, que ahora se pone en cuestión. El poder político recobró centralidad, se excluyó a las corporaciones (empresarias, militar y religiosa) del núcleo de las decisiones. La Casa Rosada concentró poder, las corporaciones lo cedieron. Hoy y aquí, van por la revancha, por el retorno a relaciones más carnales con el poder democrático.
El poder tiene componentes materiales (“la caja”, las armas, los recursos estatales, entre otros) y otros también reales, aunque más arduos de mensurar (la legitimidad, la organización social). Pero no es una materia. Cuesta mucho determinar su quántum pero está probado por experiencia que varía según las contingencias. La mengua del Gobierno puede trasladarse a las corporaciones o derivar a otros actores del sistema político. O puede difuminarse, al vaivén de las pujas sectoriales.
Cuando está por cumplirse un mes desde el 28 de junio, se advierte que la dirigencia política opositora recapacita acerca del llamado teorema de Baglini. Quienes ya ejercitan poder (intendentes y gobernadores) o quienes tienen virtualidad para llegar a la Casa Rosada en 2011 (UCR, socialismo, peronismo disidente, Mauricio Macri en el PRO) muestran reflejos prudentes. Su suerte futura está ligada a un horizonte sin catástrofes ni pérdida de gobernabilidad. Quienes están más distantes (Francisco de Narváez, Felipe Solá) acentúan su radicalidad, como modo de ser visibles. El promedio, combinado con las señales aperturistas del Gobierno, es bastante templado para los cánones locales y el clima previo al comicio.
Las corporaciones también buscan reconfigurar el tablero, condicionado al oficialismo y a la oposición papábile, entre cuyas filas no ven emerger un liderazgo claro y confiable. De ahí sus movidas, estentóreas como las de AEA y los “Gordos”, o más quedas. Por caso, la ausencia de la mayoría de los jefes de la Mesa de Enlace en la apertura de la Exposición Rural fue un dato digno de mención en una crónica semanal. Daniel Scioli honró esa oda al ganado, a las mieses y a la Argentina para pocos, varios popes ruralistas no. Todo un detalle.
La dinámica democrática reformuló correlaciones de fuerzas e indujo al Gobierno a entreabrir puertas. El desafío para la Presidenta es conducir esta etapa novedosa, sin cerrarlas y sin resignar su rol constitucional. Un camino de cornisa, que la compele (más allá de a un nuevo estilo) a un nuevo modo de conducción. De eso y de la capacidad conjunta de la apodada clase política depende buena parte del mediano y largo plazo. El escenario también clama por lineamientos generales (algo parecido a un programa de coyuntura en la crisis) que orienten, contengan y den norte al conjunto social.
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