EL PAíS › OPINION

Cuidado con los idilios

Por Eduardo Aliverti *

José R. vivía en Lomas de Zamora hasta el año pasado. Era dueño de un autoservicio de comestibles y llegó ese maldito día en que un asalto a mano armada lo despojó de todo. Antes de su vida que de la mercadería, porque sólo le quedó la nada y un pasaporte alemán. Ni siquiera fondos atrapados en el corral; 50 años y cuatro hijos en edad de dependencia. Y ese pasaporte. Entendió que era la única reserva que le quedaba y la liquidó rumbo a Stuttgart, solo. Sin contactos de casi ninguna índole, dio las vueltas imaginables y hace pocos días consiguió trabajo como basurero. De pequeño empresario en una localidad bonaerense a recolector de residuos en el sur alemán, sin escalas. Con cierto ingreso fijo, eso sí, agregado a los 10 euros diarios que le brinda el gobierno estadual para que pueda arreglárselas en alguno de los comedores económicos de Stuttgart.
Esa es una de las demasiadas historias que se pueden escuchar a cada rato aquí y en buena parte del resto de Europa, acerca de los argentinos emigrados. En varios casos, con ese perfil dramático que caracteriza al devenir de José R., que dejó en Lomas a toda su familia. En otros, simplemente con sus cargas de aventura y punto; y en otros, con componentes de una y otra cosa, u otras varias. Pero en todos con la determinación de esos miles y miles y miles de argentinos que pretenden radicarse en este continente justo cuando los europeos (gobiernos y ciudadanía) profundizan hacia sí mismos el interrogante de hasta dónde, y hasta cuándo, van a tirar de esta cuerda que les proporciona mano de obra barata a cambio de problemas, entre serios y graves, de tipo variopinto: demográficos, de seguridad social, de integración.
El estallido formal de la crisis argentina y la decisión de fugar de ella geográficamente coinciden con un momento muy inadecuado del ánimo europeo para seguir asimilando inmigración. En el caso particular de Alemania, los últimos índices oficiales ratifican alrededor de cuatro millones y medio de desocupados. La mayor parte se concentra en esta ciudad, donde el desempleo trepa al 15 por ciento y en algunos barrios a más del 20. Se mantiene la malla de protección estatal a quienes quedan fuera del circuito laboral, pero con dificultades en crecimiento porque el perro se muerde la cola: menores ingresos fiscales, mayor caída en el sostenimiento eficiente de la protección. Una Berlín financieramente en bancarrota, además, entre otras cosas como producto de la fortuna invertida en una reunificación que en muchos aspectos, muy por lo bajo, muchos alemanes comienzan a cuestionar. La especulación financiera quebró al banco de la ciudad y el Estado salía en rescate de sus ahorristas, pero al costo de tomar garantías por 25 mil millones de euros. Dinero que en algún momento los serios capitalistas alemanes oblarán sí o sí de alguna manera, dicen. Y la manera también se restará de la seguridad social.
Esta ciudad imponente ofrece casi a cada metro la impresión de una riqueza expansiva, con construcciones descomunales y, cómo no, algunas exhibiciones futuristas que se presentan inmorales frente a un mundo que sume en la exclusión a miles de millones de seres. Apenas se raspa, sin embargo, con ese espíritu curioso que debe tener cualquier periodista y del que puede disponer cualquier turista inquieto, se corroboran problemas densos. Muy densos. Suena obvio, pero no tanto si se escuchan las ofertas de primer mundo idílico que venden algunos ilusionistas y compran tantos desesperados.
* Desde Berlín.

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