Martes, 26 de enero de 2010 | Hoy
EL PAíS › LOS POSICIONAMIENTOS ANTE EL OFICIALISMO Y LAS CARACTERíSTICAS DE LA OPOSICIóN
Por Mario Toer *
Después de varios experimentos fallidos o efímeros, producto de limitaciones, rasgos contradictorios o su naturaleza ambivalente, por primera vez desde el campo popular en torno del llamado kirchnerismo emerge a la izquierda de la escena política una alternativa con posibilidades de gravitar en la disputa del poder. Su estilo y sus límites tienen que ver con su historia, sus componentes y otras características que recogen atributos de una herencia imprecisa y sin demasiados bagajes que permitan suponer una masa crítica de experiencias y saberes, indispensables para una confrontación de tamaña envergadura. Lo que se encuentra en consonancia con los límites de nuestra sociedad en lo que hace al arraigo de una cultura crítica, con el consiguiente predominio de demandas que no suelen trascender el espontaneísmo, casi siempre filtrado por el control de las ideas dominantes, a pesar de los rasgos orgullosos y combativos de sus protagonistas.
La emergencia de lo que hoy consideramos como una corriente novel e imprevista, en cualquier caso sui generis, que se hace del Gobierno en forma sorpresiva, se encuentra notoriamente a la izquierda de los sentimientos, anhelos y expectativas del grueso de la población. Han sido sus iniciativas y su perseverancia lo que han hecho notoria su presencia a la izquierda de la escena política, con intenciones de desplegar un proyecto congruente con los nuevos vientos que soplan en la región, lo que no ha sido ignorado por los guardianes del establishment, que han desplegado una intensa y despiadada campaña acorde con los riesgos que supone esta anomalía. Buena parte de la sociedad, sometida a un feroz proceso de desinformación, reacciona en los términos esperados por quienes regentean los pareceres públicos, que paradójicamente usan en su beneficio el descrédito de “los políticos”, fruto de décadas de frustraciones.
De este modo termina produciéndose un fenómeno que José Natanson expresó en su artículo “Balance sin frutas abrillantadas” (Página/12, 3/1/10): el Gobierno pierde el soporte un tanto difuso que alcanzó cuando en el establishment primaba la confusión pos-marasmo neoliberal, pero a su vez gana en cohesión, ya que solidifica en su torno el respaldo de aquellos que podían sentirse convocados por un proyecto de cambios sustanciales. De allí las arduas consecuencias y características del período presente. Varios representantes del centro político, socios inevitables para conformar un gobierno que pretenda consolidarse, abandonan el barco y se suman a la troupe de políticos dispuestos a ser parte de una fórmula que suponga un retorno a la normalidad. Empezando por Lavagna y siguiendo por Cobos, personajes del viejo tronco justicialista y ahora el jefe del Banco Central. No tiene por qué sorprender, aunque siempre se puedan localizar falencias que podrían haber evitado o retrasado estas migraciones. Ninguno de estos migrantes ostenta un pedigrí que se asocie a las esperanzas populares. El oportunismo del vicepresidente obligó a Cristina Fernández a posponer su viaje a China para no dejar en sus manos el control del país. Puede que este gesto consiga agrietar la indulgencia mediática hacia Cobos y poner en evidencia que no puede justificarse su permanencia en el cargo.
Más difícil es entender los alineamientos de personajes de los que sí podían esperarse posicionamientos más inteligentes. Aunque si uno revisa la historia en diferentes coordenadas, siempre aparecen figuras que ostentan los atributos de convocar el mero disgusto de quienes reclaman por todo lo que falta con escasas posibilidades de abordar un encuadre que permita evaluar el escenario político de conjunto. Solía llamárselos exponentes del péndulo pequeño burgués. Forman lo que llamo “el partido de la gata Flora” y no son exclusividad de la Argentina. Su rasgos más relevantes son la presuntuosidad y la soberbia, su incapacidad para percibir los fenómenos más profundos que ocurren en el ámbito popular y la facilidad con la que se alinean junto a lo más granado de la reacción. Hacen mucho daño porque contribuyen a sembrar el desconcierto. Si no fuera que son congruentes con sectores sociales que tienden a expresarse en esos términos, cabría pensar que son un mero invento de lo más reaccionario que emerge en la política nacional.
Así, no nos queda otra, y hablo en primera persona porque no es posible mirar la escena desde la tribuna, más que insistir y mostrar que las iniciativas que se alientan son la manera responsable de convocar a cambios que atiendan los requerimientos mayoritarios en las actuales condiciones. No se puede enfrentar a todos los enemigos al mismo tiempo. Se ha tenido el tino, con una consistente movilización popular, de sitiar la colina estratégica del monopolio de los medios. Ahora hay que abrirse paso hasta la cima. La derecha sabe lo que está en juego y hace denodados esfuerzos por continuar con el desgaste, esta vez para evitar la utilización de fondos que contribuyan a recuperar posiciones en el ámbito global y terminar de dejar atrás lo peor de la crisis. Hasta han suspendido momentáneamente el respiro estival para hacer cola frente a las cámaras con sus destemplados discursos. Mañana será otro el motivo. No hay tregua.
El destino de tener que arreglar la embarcación mientras se navega en alta mar es un rasgo ineludible del tiempo actual. De allí que las modalidades de las críticas y los debates inexcusables deban llevarse a cabo atendiendo a mantener altiva la moral de la tripulación. Máxime cuando las aguas que recorremos están infectadas de bucaneros. La independencia del espíritu crítico no puede relegar la defensa de las posiciones alcanzadas. En cualquier caso, nuestras ambiciones no tienen que tener límites estrechos y no es una tragedia que se pierdan batallas en el largo recorrido que resta. Cohesionar el campo del pueblo partiendo de los más necesitados es indispensable. En ese contexto hay que saber diferenciar entre los adversarios leales y los que harían cualquier cosa para terminar con esta experiencia. A los primeros hay que tratarlos con deferencia e invitarlos al diálogo. Es la única manera de separarlos de la avalancha desestabilizadora que la derecha se esmera en propiciar. Así es como algunos pueden incluso optar por alinearse junto al pueblo y producir una corriente en sentido opuesto a la de quienes abandonan el barco, cuando se presumen tiempos de definiciones. También depende de nosotros.
En nuestra América se ha producido un despertar imprevisto en sólo una década y podemos esperar muchas cosas que a fines del siglo que se fue parecían quimeras. Habrá retrocesos, como en Chile. Pero servirán para redefinir a los protagonistas que se encontrarán en mejores condiciones para retomar la iniciativa y dar pasos adelante de mayor profundidad. En nuestro país, por primera vez en la historia, tenemos desde dónde dar pelea. Y está visto que será implacable. Con seguridad, no hay tregua. Pero aun perdiendo tenemos mucho que ganar. Ellos, aun ganando, pueden entrar en el vestíbulo de derrotas aún más severas. Nada está dicho. Una razón más para que sea preferible estar de este lado.
* Profesor de Política Latinoamericana (UBA).
Por Norma Giarracca *
En la columna “Lo destituyente” (Página/12, 17/1/10), Sandra Russo planteó una serie de elementos para analizar el conflicto del Banco Central y se interrogó por qué las posturas de centroizquierda no pueden reconocer el momento de peligro que acecha a esta democracia y se ubican en la oposición, al lado de posturas políticas y mediáticas de derecha y destituyentes. Me cuesta mucho debatir con personas que intuyo que tienen la misma fuerte y honesta convicción que yo acerca de una sociedad más justa e igualitaria, aunque le adjudiquen distintos sentidos a la cuestión. Pero leyéndola recordé una historia que tal vez pueda acercarle comprensión de las motivaciones por las que algunos mantenemos una fuerte e irreductible distancia con el Gobierno.
La historia me la contó Gustavo Esteva, un intelectual latinoamericano sugerente y creativo que conoció el Estado mexicano por dentro y luego decidió trabajar en y para las comunidades de su Oaxaca natal. Contaba que en una campaña electoral fue el representante del partido de gobierno, reunió a los comuneros de Oaxaca y en castellano les prometió “trabajo, desarrollo, progreso, participación”. Cuando finalizó, ellos le hablaron en sus lenguas y el político, molesto, dijo que no comprendía; entonces, uno de los referentes comunales lo interpeló en castellano acerca de su pretensión de “gobernarlos” sin comprender sus lenguas, sus culturas, sus modos de encarar la reproducción económica y social, el afecto por el territorio que los rodea. Terminó con un consejo: si deseaba hacer un “buen gobierno”, debía comprender que las comunidades sólo necesitan un poco de sombra, como la que otorga un frondoso árbol, protegiéndolos del sol y habilitando la vida. Que el resto se los dejara a ellos, que eran experimentados conocedores del “buen vivir” y no necesitaban propuestas de “desarrollo y progreso”.
Argentina no es una comunidad indígena con experiencia sobre el “buen vivir” (aunque algunos de los que la habitan tienen esos orígenes y sentidos), pero en sus escasos dos siglos de vida como nación algo ha aprendido y está plasmado en la Constitución con las reformas de 1994. Podría mejorar, pero es la que se ha logrado acordar como conjunto social y, cada vez que las dictaduras la violan o no se logra su absoluto respeto, se registra un gran sufrimiento social. En la metáfora del árbol, el respeto por nuestra Constitución es un ombú frondoso que nos protege como sociedad heterogénea, abigarrada, mestiza sobre fértiles y diversos territorios; lo hace con sus articulados igualitaristas, con el respeto a los tratados internacionales que garantizan territorios y autonomía a los pueblos originarios; con toda la potencia del derecho ambiental; con la preservación del patrimonio natural, cultural y la diversidad biológica; con los derechos al progreso económico con justicia social garantizando la real igualdad de oportunidades; con el respeto a los ancianos y a las mujeres y a una opción de género, con el derecho a los consumidores; con el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales; con la convención internacional para eliminar toda forma de discriminación racial; con la Convención sobre los Derechos del Niño; y podríamos seguir. Recordemos que la Constitución habilitó el fallo del juez Jorge Ballestero sobre la deuda externa en el “caso Olmos”, que no se ejecutó. Necesitamos esa sombra vital que es el respeto a la Constitución para resignificar el sistema de representación democrática; necesitamos interacciones entre las poblaciones en “movimiento(s)” y legisladores idóneos utilizando los dispositivos plebiscitarios, el derecho a presentar leyes como ciudadanos (iniciativa popular) para achicar las distancias entre instituciones y poblaciones. Es indispensable una Justicia apegada a estos pactos y un Ejecutivo con vocación para cumplirlos y exigir su cumplimiento. Esto se pidió a los gritos en 2001-2002; esto recogemos de las poblaciones en nuestra labor de cientistas sociales; éste es un sendero posible hacia una “sociedad mejor”, o hacia “el buen gobierno”, esto, a mi juicio, es “un gobierno progresista” posible.
¿Por qué no lo es este gobierno? Porque a pesar de su política de derechos humanos y su habilitación a democratizar los medios, sigue los derroteros esenciales del neoliberalismo global que lo inhabilitan para seguir los mandatos igualitaristas, ambientalistas y protectores de los acuerdos constitucionales. El neoliberalismo es inequitativo, polarizante, extractivista y contaminante. Y las políticas gubernamentales fomentan una economía extractiva depredadora, contaminadora que genera violencia, enfermedades y represión. El neoliberalismo presenta una dinámica donde los cuerpos son prescindibles y en ese contexto se comprende la incapacidad para parar el genocidio de jóvenes y niños/niñas pobres objetos y víctimas del dispositivo semiótico de “la inseguridad”. En el neoliberalismo no caben políticas de fuertes inversiones en salud o educación, porque pasaron de ser bienes comunes a ser mercancías que se compran, y “lo social” se resuelve con políticas bajadas por el Banco Mundial que fomentan experiencias heterónomas atadas a la suerte de los gobiernos; el neoliberalismo es polarizador y en ese contexto se justifica que millones de argentinos sufren condiciones de pobreza frente a una descarada exhibición de opulencias, de vidas privadas millonarias y de acumulación de riqueza en pocos años. En el neoliberalismo predomina la “tecnociencia” al servicio de la ganancia y de este modo se comprenden las consecuencias de la mentada “sociedad del conocimiento” en universidades colonizadas por la lógica de las corporaciones y empobrecidas en sus pensamientos sociales. Sumemos los dramas del Indec, de no tener la voluntad política para debatir la deuda externa y de las muertes, sufrimientos y persecuciones de diaguitas, mapuches, wichís y campesinos.
Simplemente de eso se trata, esto también ocurre desde 2003 y hubiese podido ser de otro modo. En 2011 puede empeorar, es una posibilidad cierta (Chile es un ejemplo, aunque los mapuches ni se enteren), pero la democracia, aún limitada, otorga otras posibilidades que registran la urgencia de parar esta plaga neoliberal porque las montañas, las yungas, la tierra no se pueden volver a producir y los niños y niñas pobres tienen una sola vida. Por todo esto, estimada Sandra Russo, me planteo sus propios interrogantes invertidos: ¿A qué llamamos democracia? ¿Qué cálculos estratégicos hacemos? ¿Qué acumulación de fuerzas privilegiamos? ¿Quiénes somos “nosotros”? ¿Qué cosas nos importan realmente? Y sobre todo, ¿contra quién, contra qué peleamos?
* Socióloga, investigadora del Instituto Gino Germani (UBA).
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