Martes, 1 de junio de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Rodolfo Alonso *
Aunque haya debido pagar una vez más las consecuencias de sus iniciativas justicieras, aunque sus detractores y sus enemigos se feliciten entre sí estruendosamente, aunque se imaginen que han conseguido apartar de su camino ese obstáculo que tanto, tanto y tanto los irritaba, el juez Baltasar Garzón no ha fracasado.
No ha fracasado, no, porque nadie podrá evitar que la sociedad española, y en consecuencia la democracia española, haya comenzado a hablar en alta voz, haya comenzado a discutir públicamente y continuará discutiendo en forma pública lo que antes se quería acallar, borrar, tener al margen, censurar, suprimir, olvidar. Nadie podrá impedir que el pacto de silencio se haya roto, que las antiguas cicatrices, las viejas deudas de honor y de sangre se hayan vuelto evidentes, hayan sido puestas de una vez y para siempre clamorosamente a la luz.
Nadie podrá impedir lo que ya ha acontecido: los miles y miles de muertos anónimos, arrojados a la fosa común o al rincón olvidado, las víctimas del genocidio y del paseo fúnebre hacia las cunetas de la madrugada, los reprimidos y los exiliados, las víctimas de una dictadura que se imaginó capaz de construirse a sí misma un monumento sobre los huesos y hasta con las manos de los vencidos torturados y humillados, han salido de una vez y para siempre a la discusión pública, han hecho de sus fantasmas carne viva, presencia ineludible, algo que quema, algo que no se puede ya eludir.
No, el doctor Baltasar Garzón no ha fracasado. Como ya le ocurrió cuando fue el primero en pretender juzgar a dictadores latinoamericanos, a genocidas tan notorios como Pinochet y Videla, que hubieran preferido una y mil veces no verse expuestos a la luz, y aunque las circunstancias parecieran apenas por un momento darles el gusto, ya que no la razón, el coraje civil del juez Garzón no ha fracasado. Porque los crímenes se discuten ahora abiertamente en la plaza, al aire libre, y hasta el enconado vociferar de tantos defensores de lo indefendible, como ciegos de luz, no haya logrado percibir que con sus propios gritos estentóreos han contribuido a que el asunto vea definitivamente la luz, a que la espantosa cuestión esté en debate.
Los argentinos (los latinoamericanos) algo sabemos de desaparecidos. Algo sabemos de violaciones silenciadas, de memorias que se pretendían olvidadas, de bebés trocados como siniestras mercancías, de infancias que no se sabían creciendo en manos de los verdugos de sus padres masacrados. Y no ocurrió de golpe, no ocurrió de un día para otro, no fue por un milagro, sino por una leve, lentísima y persistente gota de agua que poco a poco, sin cesar un instante, comenzó a horadar la piedra, comenzó a develar la memoria que preferían petrificada.
Fue primero la valerosa ronda, solitaria y anónima, de unas madres desoladas alrededor de esa humilde Pirámide no menos solitaria en la Plaza de Mayo. Fue luego, con sus más y sus menos, pero de forma prácticamente única en el mundo, el juicio a los principales responsables de la peor dictadura argentina en los primeros años de la democracia recobrada. Hubo después retrocesos y lagunas, intentos de volver atrás, de silenciarlo todo nuevamente. Pero no fue posible. Y en los últimos años hemos visto cada vez más magistrados capaces de hacer actuar a la Justicia. Y hemos visto también, sobre todo, una maduración y crecimiento general de la memoria crítica, un dolor enorme hecho carne y conciencia en nuestra sociedad, y especialmente en nuestros jóvenes.
Y en eso no algo, sino mucho le debemos también a Baltasar Garzón. El acogió en España los reclamos de los familiares de las víctimas cuando no conseguían hacerse oír entre nosotros. El supo pasar a la acción y generar conciencia. Por eso es desde Argentina que se escuchan muchas y muchas voces de apoyo a su reciente intento de comenzar a hacer justicia en su propio país.
Desde la Argentina que vio llegar a cientos de miles de inmigrantes españoles, y después de 1939 a tantos exiliados republicanos, hoy no sólo podemos dar fe de que actitudes como la del juez Baltasar Garzón no han fracasado. También podemos celebrarlo. Gracias a gente como él, de aquí hacia allá, de allá hacia aquí, los alevosos crímenes de tantas dictaduras contra los derechos humanos no han caído ni caerán en el olvido. Hoy han cobrado ineludiblemente estado público. Hoy son memoria ya, memoria activa, tan ejemplar como imborrable.
Poeta, traductor y ensayista.
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