Miércoles, 16 de junio de 2010 | Hoy
EL PAíS › EL PREMIO NOBEL DE LA PAZ ADOLFO PéREZ ESQUIVEL DECLARó EN EL JUICIO SOBRE LA U9
Contó que lo subieron a un avión y que se salvó de un “vuelo de la muerte”, que lo llevaron en dos oportunidades a los “chanchos” y que fue torturado física y psicológicamente. Dijo que logró su libertad gracias a la presión internacional.
Por María Laura D`Amico
“A usted no lo va a salvar ni el Papa. Somos señores de la vida y de la muerte y a usted ni los obispos lo van a salvar.” Así recordó el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel las palabras que un suboficial de la Unidad 9 le dijo mientras estuvo detenido allí. Pérez Esquivel declaró ayer en el juicio que se realiza contra once agentes y tres médicos penitenciarios que se desempeñaron en ese lugar durante la última dictadura militar y relató que llegó a la cárcel luego de haber sobrevivido a un “vuelo de la muerte”.
Durante dos horas, Pérez Esquivel relató al Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata sus años como preso político: “Fui detenido el 4 de abril de 1977 en el Departamento Central de la Policía Federal cuando fui a renovar mi pasaporte”. Destacó que era el representante del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj), organismo que defiende los derechos humanos en América latina. “Veníamos trabajando sobre la situación latinoamericana. El caso argentino no es un hecho aislado, responde a la política de la Doctrina de Seguridad Nacional impuesta en todo el continente”, señaló.
Si bien a Pérez Esquivel nunca le informaron por qué lo detuvieron, no fue entrevistado ni tuvo proceso judicial (siempre estuvo a disposición del Poder Ejecutivo nacional), dijo creer que esa actividad fue crucial para su privación de la libertad.
Hasta llegar a la U9, el Nobel de la Paz pasó por varios centros de detención e incluso sobrevivió a uno de los “vuelos de la muerte”. Del Departamento de Policía fue trasladado a la Superintendencia de Seguridad Federal, donde había una pared con “una gran cruz esvástica y escrito ‘nazionalismo’. Ahí estaban detenidos el matrimonio Divinsky, directores de la editorial De la Flor; también llevan ahí al director del Buenos Aires Herald, Robert Cox, y a la familia Graiver”. Contó que allí lo “encerraron en un ‘tubo’, un calabozo muy pequeño, oscuro, maloliente, sucio”. Agregó que cuando el guardia abrió la puerta y entró la luz pudo ver en la pared “muchos nombres de seres queridos, de clubes de fútbol, insultos, y una gran mancha de sangre de un prisionero que había estado antes que yo y que había escrito con su propia sangre ‘Dios no mata’”.
“El 5 de mayo de 1977 me ponen las esposas y dicen que me van a trasladar. Me sacan de la Superintendencia y me llevan al aeródromo de San Justo. Me encadenan en un avión que carretea en la pista y vuela hacia el Río de la Plata. Veo las luces de Colonia, de Montevideo, de La Plata, es decir, el avión da vueltas. Pregunto qué va a pasar conmigo, porque sabía que arrojaban los prisioneros de los aviones. Nadie me contesta y, después de mucho tiempo, el piloto llama al oficial y le dice: ‘Tengo orden de llevar al detenido a El Palomar’, la base aérea de Morón.” Allí se bajan y a las dos horas regresan para informarle que sería trasladado a la U9.
Pérez Esquivel recordó que tras ingresar a la Unidad fue depositado en los “chanchos” (celdas de castigo), donde estuvo durante diez días. Luego fue alojado en los pabellones dieciséis y quince. “Ahí pasó de todo –afirmó–, desde una presión psicológica muy fuerte, hasta las requisas, en las que la guardia golpeaba las celdas, nos hacía desnudar, poner las manos contra la pared, las piernas abiertas, revolvían las celdas y tiraban todo lo que había.”
La segunda vez que estuvo en los “chanchos” fue por haberse movido en la fila. “Nos golpearon, nos insultaban. Después nos metían en la ducha de agua fría y nos hacían pasar un jabón amarillo para sacar las marcas de los golpes. Lo que más me aterró, una vez en el calabozo, era sentir cómo golpeaban a otros compañeros de la prisión. Eso era lo más duro.”
Recordó que en una oportunidad “apareció el jefe del penal, Abel Dupuy, con Raúl Aníbal Rebaynera y otros oficiales. Me hicieron salir de la celda y el jefe del penal llevaba un bastón de mando y me hacía levantar los brazos. Con el bastón me tocaba las costillas (donde había sido golpeado) y me decía ‘¿Duele aquí?’, y yo le decía que sí, entonces me decía: ‘Bueno, ya sabe cuál debe ser su comportamiento’, y taconeaba las botas. Me hacía acordar mucho a cómo hacían los nazis en las películas”, contó.
Pérez Esquivel intentó reconocer a los detenidos que había mencionado pero no logró ubicarlos: “Pasaron muchos años”, excusó y aceptó la solicitud del presidente del tribunal, Carlos Rozanski, para hacer un reconocimiento ocular en la unidad.
Además de los golpes recibidos, Pérez Esquivel afirmó que “hubo amenazas de muerte. Después de enterarse de que me habían dado el Memorial Juan XXIII de la Paz y que yo era candidato al Premio Nobel, me dicen ‘de aquí se sale con las patas hacia adelante’”. Indicó: “Lo que buscaban era quebrarnos moralmente, psicológicamente, humanamente. Esa era la política del penal”.
“Había una campaña muy fuerte por mi liberación, yo sabía que me iban a largar pero no sabía cuándo, porque unos días antes ponen en libertad al maestro Alfredo Bravo, que estaba en el mismo penal”, relató el Nobel de la Paz. Recordó que “había cosas que para mí eran surrealistas. Pasaban por los parlantes algunos partidos en los que jugaba Argentina. Había momentos en los que uno gritó, como todos, y después ya no quise gritar más los goles de Argentina. Porque todos gritábamos y era como que eso nos unía a todos. Era algo tremendo porque no había diferencia. Tanto los torturadores como los torturados gritábamos el gol”.
Respecto de su liberación, contó que “dos días antes de que terminara el Mundial de Fútbol me sacan de la celda y me trasladan donde estaba la oficina del jefe del penal. Ahí Rebaynera me dice: ‘con los subversivos hay que hacer esto’ y me rompe una foto de mi señora...”. Luego Raúl Guglielmine-tti, que se encargó del traslado, lo llevó hasta un Ford Falcon verde: “Me impresionó que en el piso del asiento al lado de conductor, donde yo tuve que poner mis pies, hay una ametralladora”. Relató que en el medio del viaje el agente le dijo que tenía que cargar nafta y cuando se bajó en la estación de servicio le quitó las esposas y dejó una pistola 45 en el asiento. Ante esta acción, Pérez Esquivel levantó las manos y las dejó sobre el tablero del conductor, “bien visibles”, porque sabía de casos de presos que habían sido asesinados en supuestos intentos de fuga cometidos al momento de su liberación. “Cuando Guglielminetti regresa le digo: ‘Se olvidó el juguete’. Y me dice: ‘Uy, qué distraído que soy’”.
En el juicio que se realiza en la ex AMIA de La Plata se juzga desde abril al ex director de la Unidad, Abel Dupuy; a los penitenciarios Víctor Ríos, Catalino Morel, Jorge Luis Peratta, Segundo Andrés Basualdo, Héctor Acuña y Raúl Rebaynera, y a los médicos Carlos Domingo Jurio, Enrique Leandro Corsi y Luis Domingo Favole, tres médicos que en ese momento se desempeñaban en la Unidad 9 de La Plata.
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