Domingo, 22 de agosto de 2010 | Hoy
EL PAíS › OPINION
La táctica opositora, en pos del veto. Argumentos sin fondos sustentables. El dilema de Proyecto Sur. Las contribuciones patronales, una propuesta válida y desechada. Un lazo entre el Tango 01 y el Fútbol para todos. Macri retracta sus desafíos. Y apuntes sobre reformas necesarias en un contexto propicio.
Por Mario Wainfeld
En la década del ’60, en un programa cómico de la tele, el actor Rafael Carret componía a un simpático viejito “tano”, “jubiliado” él. Amén de ser tomado de punto por un alemán que interpretaba Vicente Rubino, el personaje del Pato Carret rezongaba todas las semanas porque no se le pagaba “el ochenta y dos por asiento” y porque no se le reconocían aportes por varios años de trabajo, conduciendo un tranvía.
Algo más cerca en el tiempo, pero también en el siglo pasado, en 1995, el sociólogo francés Pierre Rosenvallon escribió el libro La nueva cuestión social. Proponía “repensar el Estado providencial”, que ya entraba en su ocaso. Señalaba, entre otras cuestiones, “el progresivo financiamiento fiscal de los gastos sociales” que mutaba el paradigma de los sistemas contributivos. En Francia, se subraya, cuyo Estado benefactor tiene raíces añejas y profundas.
En nuestros días, en toda Europa se aumenta la edad de retiro y se restringen las prestaciones. El problema no es nativo ni comenzó en esta semana. Abordarlo seriamente es un severo desafío, que la contingente mayoría opositora en Diputados sustituyó por un simulacro.
Se votó una ley declamativa, concisa como un boceto, escrita entre gallos y medianoche, sin hacerse cargo de los dilemas que plantea su sustentabilidad en un plazo que trascienda el año que viene. Peor todavía: sin mencionar siquiera la fuente de financiamiento de la mayor inversión resultante.
El oficialismo despotrica al respecto, con razón. Pero tampoco recoge el guante de asumir la precariedad en el mediano plazo del valioso esquema de salida de emergencia construido como las viejas casas chorizo: agregando habitaciones año tras año. Aducir o prometer que la Argentina seguirá aumentando año a año la masa de jubilados y sus haberes, sin cambios sustanciales en el sistema impositivo, es una utopía irrealizable.
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Repartir las cargas: Modificar el sistema impositivo, (re)incorporando tributos progresivos, le agrega calidad al debate. El centroizquierda mantuvo ese discurso y esa moción, que tiene congruencia conceptual e ideológica. Lo hicieron tanto Proyecto Sur y sus aliados cuanto los partidos más afines o transigentes con el oficialismo. Pero les faltó la fuerza, la maña o la posibilidad (habría que ver) para hacer valer su potencial conjunto.
Los diputados liderados por Fernando Solanas toparon con un dilema tradicional: acompañar al Grupo A en una ley chirle, inconsistente y derechosa por su afán de preservar al capital o empacarse en sus trece, restando quórum si no se aprobaba el financiamiento. En el primer caso, eran funcionales al aglomerado de centroderecha pero quedaban a cubierto de la sospecha de serlo al kirchnerismo. Fue su opción, ante una disyuntiva inconfortable. Dejaron a salvo en el recinto una diferencia que no incidió en el resultado, antes bien lo garantizó.
El razonamiento de Proyecto Sur es que, sin tener los votos, se instaló la bandera del 82 por ciento. Podrá ser. El episodio también revela algo que esa fracción del centroizquierda no termina de reconocer. El Grupo A, que en este caso contaba con muchos más diputados de los imprescindibles, está herméticamente cerrado a medidas progresivas o a rozar la delicada epidermis de la colita de los poderosos.
En el cuadro de situación vigente, cualquier norma exige para su aprobación la amalgama de fuerzas diferentes. Cuestionar a Proyecto Sur por bascular entre unas y otras es excesivo. Pero esa fuerza yerra al no percatarse que tributos como las cargas patronales sólo llegarán a ser realidad efectiva si el Frente para la Victoria se vuelca para ese lado, tal como hizo con la reestatización del sistema jubilatorio, con la Ley de Medios Audiovisuales o con el matrimonio igualitario. Inclinarse hacia la otra facción no gana terreno.
Cierto es que, respecto de las cargas patronales, el oficialismo no las tiene todas consigo. La Casa Rosada y Economía no acompañan la iniciativa, porque suponen que no es el momento. Su discurrir se parece demasiado al discurso noventista que refutan a diario. Y la deuda en materia de progresividad fiscal ya acumula años, en un marco de crecimiento sostenido.
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El Fútbol para todos y el Tango 01: De sus remotos tiempos de abogado, el cronista recuerda una máxima: cuando se dispone de razones potentes para la decisión favorable de un caso, hay que ceñirse a ellas, evitando sobreabundar en argumentos. La vastedad de la retórica opositora es la contrapartida culposa y ocultista de la debilidad de su postura. Años atrás, la Alianza prometía reparar el desquicio de la política neoconservadora y del privatismo irresponsable del peronismo de los noventa, con dos herramientas sencillas: un gobierno sin corrupción y la venta del Tango 01. No honró siquiera esas promesas instrumentales. La crisis se les cayó encima, mientras mataban argentinos antes de la renuncia de Fernando de la Rúa o se entretenían sobornando a senadores de su propia bancada.
Un minimalismo similar cundió en la larga sesión iniciada el miércoles, evocando la carestía programática (que devino, de cajón, en impotencia impolítica) de la Alianza. Se llegó a sugerir que el flujo necesario para sostener durante años una suba formidable de la inversión social se lograría reasignando partidas, acabando con el Fútbol para todos o dejando de subsidiar a Aerolíneas Argentinas (que como todas las líneas aéreas del planeta, es deficitaria). En fin.
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La plata está: “La plata de los jubilados” es un sonsonete que agrada a dirigentes facilistas y a periodistas con inclinaciones semejantes. Los recursos para sostener el sistema, como decía el inteligente científico social citado en las primeras líneas de esta nota, requieren fuentes variopintas. En la Argentina actual muchos jubilados no pusieron siquiera una fracción de esa plata intangible que sería suya, sin embargo (en buena hora) son titulares de derechos. Una de las mejores políticas desde el 2003 fue la incorporación masiva de jubilados no aportantes o con aportes manifiestamente insuficientes. Se puede clamar al cielo (hubo quien clamó, aunque ahora calle) porque esos beneficiarios recibían “la plata de los trabajadores activos” o de todos los argentinos que cotizan impuestos. Sería una falacia, impiadosa con los que menos tienen. La solidaridad, expresada en el esfuerzo fiscal, prima cada vez más en el presupuesto social. La rémora de pensar en un sistema de aportes cuasi privado donde todos retiran lo que pusieron no se sostiene ni en el concepto ni en la caja.
Un Estado nacional debe compensar las desigualdades mediante distintas formas de solidaridad. Sin pretensiones académicas, resaltemos:
n La intergeneracional que se pone en acto en estos años cuando buena parte de la recaudación se vuelca en los chicos y los ancianos cuyas “cajas” estaban exhaustas y carcomidas por el despilfarro de muchos años.
n La interterritorial: el Estado nacional y las provincias más desahogadas sostienen al resto. Eso ocurrió, por caso, cuando el Tesoro nacional rescató las cuasi monedas provinciales, de un saque, ordenando sus economías y restituyendo una moneda con valor. En la semana que pasó, el gobierno nacional firmó con varias provincias un nuevo acuerdo de refinanciación de la consiguiente deuda, con plazos e intereses desahogados. Los apologistas de un federalismo banal, en verdad un sistema confederado pensado en clave de las provincias ricas, omitieron percatarse.
n La que se impone entre los más ricos y los más pobres, por vía de la intervención impositiva.
Imaginar un Estado presente y reparador sin activar esas variables (más aún, desactivando la tercera) es una quimera o algo peor.
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Vetame y decime A: El artículo 14 bis de la Constitución estipula la movilidad jubilatoria. Claro que no impone un guarismo, sería un disparate. El elegido surge de la tradición acuñada en tiempos diferentes y, ya se dijo, muy pocas veces plasmada. Este cronista no cree que el Grupo A busque desfondar al Estado, porque ese conglomerado da por sentado que su propuesta es virtual, mediática. No tiene fondeo ni verá la luz.
El proyecto, apuesta el escriba, no será una de sus prioridades si gana las elecciones del 2011. No lo fue en las elecciones de 2007 ni en las del 2009. Su objetivo es primario: restar capital político al oficialismo. Si llega a atravesar el Senado, la frenará el veto presidencial. A ese horizonte apuestan, dando por hecha la deslegitimación pública del oficialismo. Abuso del fulbito político, máxime si viene acollarado con un haz de proyectos que reducen impuestos.
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Un grano por izquierda: En el charro terreno del día a día, el 82 por ciento es un grano para el Gobierno. Es una bandera sensible y, si algo incomoda al kirchnerismo, es ser corrido por izquierda. Los cuestionamientos de muchos economistas de derecha a la propuesta son un salvavidas de plomo para el kirchnerismo. Su réplica es mostrar sus realizaciones en materia laboral, social y previsional. Igual, tácticamente, queda a la defensiva. La bola de cristal del cronista, como es regla, está empañada: no está en capacidad de profetizar si la oposición sacará ventaja de su movida y, en su caso, la magnitud del avance, aunque tiene la intuición de que en partidas como estas el oficialismo está en la incómoda situación de quien transita entre perder algo o empatar. En la Rosada y en Olivos lo saben: su defensa es avanzar con acciones de gobierno. Por eso intentaron anticiparse con los aumentos de jubilaciones, asignaciones familiares y asignación universal por hijo. Elaboran otras medidas y ponen sus fichas al crecimiento, al consumo, a la mejora de los niveles de empleo.
Pero, por una vez, la oposición fue más taimada y le sacó ventaja.
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Mauricio se desdice: Mauricio Macri debió, forzado por las circunstancias y por la unidad transitoria de su oposición, retractar varias compadradas anunciadas con énfasis, días atrás. Exigió que se adelantara su juicio oral; ahora sus abogados recurren a Casación, en un trámite que va casi seguro hacia el rechazo pero que demorará el expediente. Los tribunales, usualmente, son acogedores con quien busca demorar; esperar justicia es otro precio.
Tampoco se cumplirá la bravata de dejar a la Comisión investigadora sin legisladores del PRO. Era un disparate político, entregar todo el escenario. Victimizarse es un rebusque cotidiano que encuentra su techo en la cotidiana.
El jefe de Gobierno irá a la Legislatura, instancia a la que legalmente no estaba obligado. Lo hará mañana, muy tempranito. Sus asesores de imagen entienden que a esa hora, con menos encendido en los canales de noticias, su exposición será menor. El cronista, con todo respeto, cree que se sobrevalora el impacto de esas transmisiones en vivo, con un punto o dos de rating, máximo ante una audiencia dotada de poder de zapping. También le suena voluntarista la lectura de encuestas sobre el costo político de la pesquisa legislativa y el procesamiento. Es prematura, pues ambos seguirán limando a Macri durante meses. Nuevamente, se abdica de vaticinar pero se supone que un empate sería glorioso para Macri. El hombre sobreactuó su ambición de travestirse de acusado en fiscal. Como Emile Zola o Fidel Castro, por imaginar ejemplos incomparables que Macri ni debe conocer. De hecho, está a la defensiva. Su táctica es dramatizar la “persecución” kirchnerista. Hay un público para esa representación, pero quizá se hastíe de un gobernante que sólo anuncia malas artes ajenas versus recusaciones o estrategias judiciales propias. Los logros de gestión, la supuesta gran promesa del ex presidente de Boca brillan por su ausencia aun en sus presentaciones.
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Legibilidad y politización: A comienzos de la segunda mitad del siglo XX, cuando prosperó el Estado benefactor, la estratificación social era, vista desde hoy, sencilla y legible.
En esta etapa se acrecentaron las diferencias sociales, la desigualdad, tanto como la diversidad y el pluralismo. Es más arduo leer la sociedad actual, sobre todo si se lo hace con las herramientas del pasado.
En ese contexto de transición, la Argentina recuperó legibilidad, digamos desde 2002. Hay moneda, hay estabilidad política y económica, hay plata en caja. Le guste a quien le guste, se sostienen los equilibrios macroeconómicos, hay un diagrama previsible para el pago de la deuda. Y el Banco Central, que está en la inédita capacidad de remesar una pequeña fortuna al Tesoro nacional, puede manejar cuándo lo hace.
La legibilidad y la ardiente politización acelerada durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner configuran un panorama apasionante, que habilita debates de calidad. Difícil es comprenderlo siguiendo la coyuntura cotidiana, de verbo encendido y con muchos protagonistas de vuelo rastrero.
La oportunidad, sin embargo, es la más propicia desde el inicio de la continuidad democrática. Vale la pena puntualizarlo, incluso tras una semana de alto volumen y baja calidad.
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