Domingo, 5 de diciembre de 2010 | Hoy
EL PAíS › COMO COMPRENDER LAS RELACIONES CON EE.UU. SIN MAREARSE CON WIKILEAKS
La Wikimanía es divertida pero es un pedacito de la realidad. Cómo hacen las embajadas para recolectar datos. La relación con los argentinos. Zuleta contra “un grupo de alcahuetes”. Y cómo funciona la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado.
Por Martín Granovsky
El embajador era un tipo simpático, entendía bien español, captaba incluso los chistes con doble sentido, trataba con mucha gente diversa y leía los informes de Inteligencia. Pero además había construido su propio indicador: una vez por semana tomaba el auto y recorría de punta a punta el Camino del Buen Ayre. “No quiero que me cuenten todo”, decía. “Algunas cosas quiero verlas con mis propios ojos.”
Las villas a los costados del camino que une el Acceso Norte con el Oeste del Gran Buenos Aires crecieron explosivamente en los años ’90.
¿La situación social argentina y la distribución del ingreso eran los dos asuntos que más preocupaban a los Estados Unidos? Probablemente no. Pero a ese embajador le gustaba disponer del tablero completo de la realidad.
Hubo otro embajador de los Estados Unidos menos simpático pero muy inteligente. Cuando se retiró comenzó a trabajar para consorcios argentinos y norteamericanos. En los primeros meses de 2002, muy poco después del final a los tiros de la administración Fernando de la Rúa-Nicolás Gallo y a comienzos del gobierno de Eduardo Duhalde, el Wilson Center de Washington convocó a un seminario con académicos, políticos y periodistas norteamericanos y argentinos. El ex embajador estaba entre el público. Cuando terminó uno de los paneles se acercó a un periodista argentino.
–¿Le puedo hacer una pregunta?
–¿A mí? –se rió el periodista–. Si usted de la Argentina sabe todo.
–Pero quiero entender un fenómeno nuevo –repuso el ex embajador–. ¿Me puede explicar quiénes son los piqueteros?
El periodista le dijo que las organizaciones piqueteras eran una consecuencia de la pérdida del empleo, de la baja en la sindicalización, de la necesidad social de agruparse en medio de la fragmentación y de buscar un modo de representar a los desocupados en su pelea por la creación de fuentes de trabajo.
–¿No son extremistas? –preguntó el embajador.
–No. Son una forma de protesta no violenta.
–¿Y esa protesta no puede desembocar en una nueva guerrilla?
–Tampoco –contestó el periodista–. Le diría que justamente ellos canalizan la protesta e impedirán la violencia.
La charla se prolongó por otros quince minutos y al final el ex embajador confesó su alivio:
–Le agradezco. Usted no sabe la cantidad de estupideces que me dicen los empresarios argentinos cuando vienen aquí.
¿Un ex embajador marxista? No, un amante de los análisis reales igual que aquel otro diplomático, de rango menor entonces, que todos los días chequeaba información sobre cómo votaría cada miembro de la Corte Suprema sobre la constitucionalidad de la ley de Obediencia Debida. Era 1987 y el diplomático no ignoraba que, para chequear, las reglas del juego caballeresco indicaban que no sólo debía preguntar. También debía contar cuál era su propio escenario. Y, sin decir todo, no mentir.
¿Un luchador contra la Obediencia Debida? No, un diplomático en busca de un panorama real sobre la situación militar. En Semana Santa los Estados Unidos habían apoyado al gobierno de Raúl Alfonsín a tal punto que fue un funcionario argentino quien redactó el borrador del comunicado que emitió el entonces embajador Theodore Gildred repudiando el levantamiento de Aldo Rico.
El escándalo de Wikileaks oculta algunos datos elementales.
Uno, que la relación abierta de los diplomáticos norteamericanos con políticos, economistas o periodistas existió siempre.
Otro, que hay diplomáticos con apertura mental y vocación de trabajo y otros más holgazanes y cerrados.
Un tercer elemento, que no todos los argentinos establecen el mismo tipo de relaciones con los norteamericanos. Están los que se plantan de igual a igual, aun sabiendo la enorme disparidad de poder, o aun teniendo diferencias con la visión del mundo de los Estados Unidos o con una administración en particular, y están los que el consultor Enrique Zuleta llama, sin vueltas, “un grupo de alcahuetes”. A la última categoría podrían pertenecer algunos de los que fueron consultados en 2009 por la continuidad del gobierno de Cristina y la pusieron en duda delante del encargado de negocios Thomas Kelly. Lo gracioso es que la conclusión de Kelly después de escucharlos, según revela el cable 853 de Wikileaks, fue que Cristina seguiría. O sea que cabe una vuelta más en el razonamiento. A veces los Estados Unidos consultan alcahuetes sin capacidad de análisis.
Por qué algunos norteamericanos los consultan igual, aunque los alcahuetes sean malos, es un misterio con dos hipótesis. Una hipótesis, la más naïf, es que esos norteamericanos se mimetizan con el sector más improductivo de la clase alta argentina y la sintonía ideológica o social les obtura su capacidad de análisis. Otra hipótesis es que al convocarlos seguido estimulan su ego. Entonces, henchidos de narcisismo, los alcahuetes reproducen sus inexactitudes fuera del mundo diplomático convencidos, a esa altura, de que son la verdadera representación de Washington en la tierra. De ese modo, por acción o por omisión, los pronosticadores de caída de gobiernos a corto plazo o dólares a diez pesos terminan siendo, de hecho, vehículos de acción psicológica. No hay una sola respuesta. Ambas hipótesis pueden convivir. En cuanto a la número dos (la hipótesis de la acción psicológica inducida) depende del grado de irritación de la respectiva administración norteamericana. No hay una contestación que pueda darse como regla general. Varía de momento a momento y los argentinos que gusten del análisis realista deben percibir los cambios de humor en tiempo real y mirando todas las caras de los Estados Unidos: la Casa Blanca, la diplomacia, las empresas, los grandes medios, el Departamento del Tesoro, los cambios en la CIA y en la estructura de inteligencia, Wall Street, el peso de cada embajador y las cuestiones estratégico-militares.
Un caso interesante es el de Terence Todman. Embajador entre 1989 y 1992, dejó correr la idea falsa de que era un gran lobbyista comercial de los Estados Unidos. No lo fue. Todas las privatizaciones terminaron en manos europeas. Pero garantizó el fin de los ensayos misilísticos o nucleares (el Cóndor II, la cooperación con Irán) y lo hizo de tal forma que la Argentina no terminó con ambas aventuras por un acuerdo con Brasil sino entregándolas a Washington. El razonamiento del equipo del canciller Guido Di Tella y el vicecanciller Andrés Cisneros era que ese modo de graficar la alineación mundial, que había comenzado con la participación argentina en la coalición para la primera guerra del Golfo, sería ventajoso para la Argentina. La leyenda dice que las relaciones carnales fueron económicas. La realidad, que fueron estratégico-militares.
Wikileaks muestra sólo una cara de las relaciones de los Estados Unidos con cada país: la recolección de datos. Y muestra solamente una parte de esa tarea. No hay cables sobre las negociaciones de alto nivel ni reportes escritos por la Agencia Central de Inteligencia o la inteligencia militar que depende del Departamento de Defensa, el famoso Pentágono. Es obvio que para un país convertido desde 1991, cuando cayó la Unión Soviética, en la única superpotencia económica y militar, al menos hasta la crisis financiera mundial de 2008, la recopilación informativa va acompañada de la acción.
Salvo un cable sobre Malvinas de fines del ’66, la información de Wikileaks acerca de la Argentina filtrada hasta ahora se limita a los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner.
¿Qué quiso hacer Washington en la Argentina, además de saber qué pasaba?
En este punto conviene citar el consejo recogido de un experimentado académico, Abraham Lowenthal, en 1986, durante la crisis centroamericana.
–Usted no se decepcione por lo que voy a decirle –reflexionó una vez, de visita en Buenos Aires–. La política específica de los Estados Unidos hacia la Argentina no existe. La Argentina no es un gran problema ni una gran oportunidad para los Estados Unidos.
Ante la pregunta de cómo convenía situarse analíticamente frente a su diagnóstico, Lowenthal dijo:
–Es fácil contestar pero más difícil el trabajo. A usted le conviene actuar por deducción. Está obligado a analizar toda la política de los Estados Unidos, la interna en primer lugar y la exterior después, y deducir luego qué efectos tendrá para la Argentina. Si no jamás entenderá nada.
Un ejercicio en homenaje a la sabiduría de Lowenthal podría incluir, hoy, los indicios que siguen.
Primero, Néstor Kirchner asumió apenas un año y medio después del ataque a las Torres Gemelas.
Segundo, George Bush estaba preocupado de manera casi excluyente por Al Qaida.
Tercero, Buenos Aires había sido víctima de dos atentados de origen externo, en 1992 y 1994.
Cuarto, estaba clara la nula simpatía de Néstor y Cristina Kirchner por Al Qaida. Y había sido nítida la crítica de Cristina como legisladora nacional, durante la causa AMIA, a las maniobras de la Justicia y el Ejecutivo para trabar la investigación.
Quinto, en América latina la Argentina no era un desafío ni objetivo (por poder real) ni subjetivo (por ideología manifiesta) al poderío militar de los Estados Unidos. La mayor contradicción real terminó siendo la cuestión de integrar o no un Area de Libre Comercio de las Américas (Alca), un proyecto que quedó sepultado en la Cumbre de Mar del Plata de 2005 por la acción coordinada de Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva.
Sexto, cuando Kirchner asumió Bush acababa de comenzar la guerra de Irak. Kirchner tomó el mando el 25 de mayo de 2003. Bush invadió Irak el 20 de marzo.
Séptimo, después de Irak vino la preocupación norteamericana por Irán.
Octavo, la Argentina terminó enfrentada de hecho a Irán, a tal punto que no hay relación diplomática con nivel de embajadores, luego de pedir la extradición de ciudadanos iraníes, que Teherán niega a Interpol.
Noveno, Washington participó en el intento de golpe en Venezuela el 11 de abril de 2002, es decir, sólo un año antes de la asunción de Kirchner. Fracasó por la debilidad de la élite antichavista y desde ese momento eligió una táctica de erosión de Hugo Chávez.
Décimo, ni Néstor ni Cristina Kirchner fueron chavistas. Siempre desplegaron una política con dos metas. Por un lado, de amistad e integración con Venezuela. Por otro, junto a Brasil, de factor moderador de Chávez. Es lógico que los Estados Unidos buscaran castigar el primer objetivo. El caso de Guido Antonini Wilson revela la conexión entre lo peor de cada casa y a la vez deja un dato que alguna desclasificación de informes de inteligencia con base en Miami puede develar en el futuro: a qué jefatura respondía, al principio o al final de la historia, el valijero Antonini, hoy residente en los Estados Unidos.
La conclusión de los diez puntos mencionados es la que cualquier observador serio puede ver. Los Estados Unidos nunca buscaron destituir al gobierno de Néstor Kirchner ni al de Cristina. Tampoco sienten ninguna simpatía especial por ellos, aunque siempre hubo colaboración en temas de terrorismo internacional. Quizás el Departamento de Estado todavía no terminó de entender qué significan en Sudamérica gobiernos como los de Lula, los Kirchner o Tabaré Vázquez-Pepe Mujica, pero se van resignando a ellos y por arrastre, de a poco, se resignan a los de Evo Morales y Rafael Correa.
El desafío, para los analistas argentinos, más allá de la ideología de cada uno, es si resultan tan bobos como los informes más bobos de la embajada o tan realistas y curiosos como aquellos dos embajadores y el diplomático de menor rango que prefería la información a las predicciones de Horangel.
–Todos dicen que yo investigo, pero mi fuente es la guía telefónica –bromeaba el gran editor Jacobo Timerman.
Así destacaba la necesidad de analizar los datos públicos y no solamente los chismes, que por otra parte le encantaban para que un artículo fuera –decía él– “bien crocante”.
Un buen ejemplo es el dichoso cuestionario enviado por el Departamento de Estado a su embajada en Buenos Aires en 2009 sobre las actitudes de Cristina Kirchner y cómo conjura el stress.
En el cable difundido por Wikileaks figura una sigla: INR. Internet es una herramienta peligrosa si uno quiere reemplazar los libros o la formación previa, porque no la suplanta, pero facilita mucho las cosas. Vayan, por favor, al Google y pongan INR + State Department. Les dará un resultado que, al clickear, abrirá está página: http://www.state.gov/s/inr/. Allí se lee, en inglés, “Oficina de Inteligencia e Investigación”. Las dos primeras letras de INR son las primeras de “intelligence”. La última es la erre de “research”, investigación.
Allí se lee: “La Oficina de Inteligencia e Investigación (INR) está encabezada por el Secretario Adjunto Philip S. Goldberg. Su misión primaria es aprovechar la inteligencia para servir a la diplomacia de los Estados Unidos. Al recurrir a inteligencia de todo tipo de fuentes, INR provee análisis independientes con valor agregado sobre los hechos a los encargados de realizar las políticas del Departamento de Estado. Asegura que las actividades de Inteligencia respaldan la política exterior y los objetivos de seguridad nacional. Y sirve como núcleo del Departamento de Estado para garantizar políticas de contrainteligencia y de cumplimiento de la ley. La oficina también analiza problemas geográficos y de límites internacionales. INR es miembro de la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos”.
La INR es conocida entre los investigadores norteamericanos por un antecedente. En 2002 fue el sector de la comunidad de inteligencia que realizó una advertencia interna. Dijo que Irak no disponía de los tubos de aluminio necesarios para las centrifugadoras capaces de producir uranio enriquecido para uso bélico. Bush, sin embargo, habló públicamente de esos tubos, del mismo modo en que relacionó a Irak con Al Qaida a pesar de que el entonces director de la CIA,
George Tenet, le dijo que la dictadura de Saddam Hussein no tenía relación alguna con el terrorismo islámico. Los tubos, el uranio y Al Qaida fueron los tres argumentos que usó Bush para lanzar la guerra de 2003.
Es divertido Wikileaks. Crocante. Pero además están la historia y el Camino del Buen Ayre.
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