Viernes, 18 de marzo de 2011 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Juan Gabriel Tokatlian *
Hasta hace unos años, las relaciones de la Argentina con el arco andino eran limitadas y confusas. Por distintas razones, algunas de escaso valor práctico en función de los intereses nacionales, los vínculos con las cinco naciones del área oscilaron entre la cercanía y el distanciamiento, entre la sobre-actuación y el sub-despliegue, entre el ensimismamiento y el activismo. Por primera vez desde los ’90, el país parece haber entendido que una estrategia zonal balanceada y asertiva es posible y deseable.
Una mirada al pasado ayuda a entender este argumento. En los ’90, Buenos Aires estableció un esquema de proyección poco fecundo en el arco andino. Enajenó una relación histórica con Perú al proveer, clandestina e ilegalmente, de armamento a Ecuador durante la guerra entre Quito y Lima de 1995. Respaldó, a su vez, con un alto perfil la “guerra contra las drogas” en Colombia: el apoyo a Bogotá se inscribía en un contexto más amplio de acompañar a Washington en muchas de sus iniciativas hacia América latina. Con Venezuela primó la diplomacia de los negocios –la Argentina llegó a ser el cuarto inversor del continente en Venezuela– y una sintonía política con las “reformas estructurales” de Carlos Andrés Pérez que terminaron en el “Caracazo”, prenuncio del colapso de su gobierno. Hacia Bolivia –y salvo por el tema del gas– no hubo una orientación acorde con la variada e intrincada agenda argentino-boliviana y pareció que el país cedía, de facto, terreno ante la creciente influencia de Brasil en el país andino.
En la primera década de este siglo –y en especial después de la feroz crisis de 2001/02– se procuró robustecer ciertos lazos con una parte del mundo andino. Venezuela fue la contra-parte central, tanto en lo político como en lo comercial. Bolivia pasó a concitar más atención, tanto debido a afinidades políticas como por las diversas tensiones institucionales vividas en el vecino país y cuyo efecto directo sobre la Argentina no era –ni es– menor. Con Ecuador se profundizó la sintonía diplomática (por ejemplo, la Argentina se encargó en Bogotá de las relaciones entre Ecuador y Colombia, rotas en 2008), en parte por las buenas relaciones creadas entre los mandatarios.
Perú y Colombia no fueron objeto de mayor interés, ya sea político–diplomático o económico-comercial, por varios años. Ahora bien: en marzo de 2010, la presidenta Cristina Fernández viajó a Perú con el propósito expreso de desagraviar a Lima por la conducta argentina en 1995. Como secretario de Unasur, el ex presidente Néstor Kirchner jugó un papel fundamental en la distensión entre Colombia y Venezuela, así como durante la intentona golpista en Ecuador. La visita a Colombia esta semana del canciller Héctor Timerman (a la que podría agregarse en el futuro una visita oficial a la Argentina del presidente Juan Manuel Santos) se inserta en lo que se podría denominar la “normalización” de la política andina de la Argentina. Esto significa desarrollar una estrategia integral y constructiva hacia el arco andino que no tenga como leitmotiv el ser pro o anti un determinado número de gobiernos y países.
Este incipiente regreso de la Argentina a los Andes puede ser una palanca importante para la política exterior sudamericana y latinoamericana del país. No hay una diplomacia carente de ideología, ni una buena diplomacia lo es por concebirse como pragmática. Lo que debe evitarse en política exterior es el dogmatismo. Guiarse por dogmas conduce a posturas rígidas, ingenuas y acríticas. Un sendero no dogmático como el que parece dispuesto a transitar la diplomacia argentina hoy es una buena señal: eso, más temprano que tarde, incrementa la influencia del país, le reduce su vulnerabilidad y aporta a su prosperidad.
* Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella y Miembro del Club Político Argentino.
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