Viernes, 22 de julio de 2011 | Hoy
EL PAíS › ESTELA DE CARLOTTO Y DOS NIETAS RECUPERADAS HABLARON SOBRE EL DERECHO A LA IDENTIDAD
La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Victoria Montenegro y Tatiana Sfiligoy hablaron desde la experiencia en la IX Conferencia sobre Genocidio. “Queremos saber si son los nietos que estamos buscando”, dijo Carlotto sobre el caso Noble.
Por Ailín Bullentini
Estela de Carlotto tiene 81 años y desde hace 33 busca a su nieto, Guido, hijo de su hija Laura, asesinada por la última dictadura argentina. Victoria Montenegro fue María Sol Tetzleff hasta hace poco más de una década, cuando descubrió que quien creía era su padre había secuestrado, torturado y desaparecido a sus padres biológicos y se había apropiado de ella para criarla. Tatiana Sfiligoy descubrió en 1980, y con la ayuda de su familia adoptiva, que ella y su hermana Laura eran hijos de padres desaparecidos. Las tres son a la vez origen y destino de una búsqueda mutua, consciente e inconsciente: la de la identidad. “Criar al hijo del enemigo mintiéndole y educándolo con una concepción opuesta a la que le hubieran dado sus padres fue la intención de los apropiadores. Pero se olvidaron de que esos niños tienen raíces”, comentó Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, quien añadió que “el robo de bebés es un delito de acción pública que sólo culmina cuando la víctima recupera sus derechos. Las Abuelas no distinguimos entre el nieto de una familia y otra, para nosotras son todos la misma clase de víctimas y merecen la misma reparación”, dijo en alusión al caso Noble Herrera (ver aparte).
Carlotto, Montenegro y Sfiligoy compartieron la primera sesión plenaria de la IX Conferencia sobre Genocidio organizada por la Universidad Nacional de Tres de Febrero y la Asociación de Investigadores sobre Genocidio (IAGS), que las tuvo como protagonistas. Contaron que la reparación del delito de apropiación, el descubrimiento de la verdad, no obstante, es un proceso lento, doloroso y conflictivo. “Uno nunca deja de recuperar su identidad”, destacó Victoria. “Las Abuelas de Plaza de Mayo también somos madres, pero nos abocamos a buscar a nuestros nietos con la intención de criarlos”, sentenció la presidenta de uno de los organismos fundantes, junto con Madres de Plaza de Mayo, del movimiento de los derechos humanos en el país.
Además de secuestrar, torturar y eliminar físicamente a 30 mil personas, los responsables de la última dictadura militar argentina robaron bebés nacidos de mamás en cautiverio o que eran muy pequeños cuando sus padres fueron “chupados”. “Cuando la joven estaba embarazada, se la dejaba vivir hasta que naciera ese niño, pero no para salvarlos a ambos sino para apropiarse de los chicos y criarlos en el seno de las familias de los asesinos de sus padres, o abandonarlos en algún lugar lejano para que jamás sus familias biológicas pudieran encontrarlos”, detalló Carlotto.
“Yo la odiaba a ‘la Carlotto’. Conocí a mi familia biológica porque me obligó un juez, y acepté ir con la condición de no cruzarme con ella. Estela acompañó a mis tíos y primos hasta una cuadra antes del lugar donde debían verme. Todo para no incomodarme. Eso demuestra el respeto con el que Abuelas nos tratan a los nietos”, recordó Victoria, cuya historia pertenece al primer caso mencionado por Carlotto; hasta los 25 años vivió en la casa de Herman Tetzleff, coronel jefe del centro clandestino de detención El Vesubio, donde sus padres biológicos fueron detenidos y torturados. Hoy permanecen desaparecidos.
Como el de tantos otros, el camino de recuperación de su identidad que Victoria inició en 1992 fue duro, doloroso, costoso. “Me crié con Herman entre cuarteles. Para mí, las Abuelas eran unas viejas locas que sólo hacían persecución política”, rememoró. Como tantos otros, se negó a hacerse el análisis genético, actitud que definió como “un intento de proteger a la –hasta ese momento– familia de uno, no una negación a saber la verdad”. “Veíamos en la negación la posibilidad de proteger a nuestros apropiadores y a nosotros mismos de la culpa; cuando supe que era hija de desaparecidos, sentí vergüenza: me autodefiní como hija de la subversión”, apuntó.
Con grietas en la voz, contó que sólo pudo dejar de ser María Sol cuando declaró por última vez ante la Justicia, en abril pasado, en el marco del juicio por el plan sistemático de robo de bebés.
La historia de Tatiana es diferente. Cuando los represores secuestraron a su mamá, Mirta Britos, en 1997, en una plaza de San Martín, ella, de entonces 3 años y medio, y su hermana, de meses –e hija de diferente padre, también desaparecido–, quedaron a disposición de la Justicia de San Martín como NN. Medio año después fueron adoptadas por una familia “desde el amor y la buena fe”, destacó. En 1980, un grupo de Abuelas localizó a las niñas; Tatiana, entonces, tenía seis años: “Me preguntaron si reconocía a dos señoras. Claro que las reconocía, tenía casi cuatro años cuando me separaron de ellas, mis abuelas, pero en ese momento no quise decirlo. Sin embargo, tuve la suerte de que me adoptara una familia que nunca me ocultó mi origen y nos crió rodeadas de verdad”, remarcó Tatiana.
“No es lo mismo encontrar a un bebé que encontrar a un adulto, que trae una crianza falsa, dudas, miedos. Las Abuelas respetamos el deseo que a cada paso tiene cada nieto recuperado y les ofrecemos asistencia psicológica”, apuntó Carlotto. Tatiana, además de nieta recuperada, integra el equipo de psicología del organismo. Victoria reconoció que el trabajo no termina “nunca”. “No lo odio (a su apropiador), pero cada vez me cuesta más recordar momentos felices de mi infancia. En su momento no tenía ganas de conocer a mi familia biológica, pero la sangre es más espesa que el agua y cuando los tuve enfrente, no pude no quererlos”, señaló Victoria. No obstante, Tatiana marca una distinción entre el derecho a la identidad y “la libertad de elección” de conocer la verdad: “Antes del momento en el que una persona piensa si quiere o no saber su identidad, existió un delito: un genocidio. Ahí nadie eligió nada. Por eso, en el proceso de elaboración es fundamental el papel de la Justicia que haga valer el derecho a la identidad, y exija la reparación de ese delito”.
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