Sábado, 30 de noviembre de 2013 | Hoy
EL PAíS › PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein
El petróleo ha embadurnado a la humanidad con guerras, crímenes, golpes, invasiones y conspiraciones malditas. Embarró el corazón de la política mundial y lo seguirá haciendo por varias décadas, al tiempo que alimenta el florecimiento de las economías modernas. La nacionalización de YPF no merece quedarse solamente en las páginas económicas. Hay una pulsión desde el petróleo que resiente todos los procesos económicos y políticos, y desde allí afecta todos los ámbitos de la vida de las personas, su calidad de vida y sus derechos ciudadanos. El último capítulo de la epopeya de la YPF argentina se fue desplegando en las dos semanas que pasaron. El déficit energético frente al crecimiento de la industria y la escasez de dólares por una balanza comercial vulnerable conducen al petróleo y rebota sobre el proceso político. Una encrucijada económica entre la gran devaluación que pide el capital concentrado para achicar el bolsillo y bajar el consumo o un camino con varias bifurcaciones, entre ellas buscar divisas con deuda e inversión productiva externa. El petróleo puede ser un puente en una encrucijada que es económica, pero por donde transita también la política, que debe introducirse por nuevos laberintos de trampas y desafíos.
La estrategia de Repsol era aislar a la Argentina para obligarla a negociar desde una situación desfavorable. Vaca Muerta fue una carta de doble filo, porque la Argentina necesitaba inversiones para su explotación y eso era una presión en contra. Pero al mismo tiempo había grupos interesados en invertir, que presionaron a Repsol a buscar una salida y le acortaron los tiempos, que eran su carta más fuerte.
No existe una sola grabación o documento donde algún funcionario afirmara que no se iba a pagar. Si se siguen escrupulosamente todas las declaraciones de los funcionarios argentinos, lo que se ve es una discusión de precios. Es el modo del negociador que le tira abajo el precio al vendedor y alarga los plazos.
Desde el lado contrario, Repsol tenía aliados importantes en la Argentina, en un fuerte lobby mediático que insistía en que había que pagar lo que su presidente, Antonio Brufau, exigía y en las condiciones que planteaba. Varios de estos periodistas son los que ahora tergiversan la crónica y dicen que el Gobierno había prometido burdamente que no pagaría.
En la primera ronda, Brufau pidió 12 mil millones de dólares. El Gobierno contraofertó menos de la mitad, 5 mil millones, pero 1500 de esos 5 mil debían ser invertidos en Vaca Muerta. Brufau lo rechazó y empezaron los planteos en su directorio. El representante de la mexicana Pemex y otros directores cuestionaron la estrategia de Brufau, pero rechazaron la propuesta argentina. En la última fase de la negociación, que se realizó en Buenos Aires, la Argentina pidió que no participara Brufau. El Gobierno ofreció entonces pagar 5 mil millones en bonos de la deuda sin plantear las inversiones en Vaca Muerta, y Repsol aceptó.
Si se confirman todos los estudios realizados, Vaca Muerta sería un yacimiento del tamaño de los más grandes del mundo, pero la Argentina no tiene la tecnología de avanzada ni las inversiones siderales que requiere. Si quiere convertir el yacimiento en riqueza para los argentinos, está obligada a asociarse para extraer el petróleo. El planteo de una explotación autárquica puede terminar siendo retrógrado porque esa opción no existe y deja a los argentinos sin el usufructo de sus riquezas. Un laberinto de la política se abre en esa esquina: los que rechazaban la asociación con empresas extranjeras con argumentos nacionalistas en realidad estaban favoreciendo la estrategia colonialista de Repsol que buscaba aislar a la Argentina e impedir la explotación de Vaca Muerta.
En todo caso, la discusión debería centrarse en las condiciones de esa asociación. Pero esas condiciones dependerán en gran medida de las circunstancias, de la urgencia de cada parte y la relación de fuerzas entre ambas a partir de sus necesidades y sus aportaciones. En cada momento, cada quien hará un balance de costos y beneficios para aceptar o rechazar condiciones. No hay un dogma de condiciones concretas. La única condición fija es la defensa del interés nacional.
La negociación con Repsol por YPF y las conversaciones con otras petroleras como Pemex y Chevron pusieron en el centro de ese interés, y como prioridad, hacer que el yacimiento empiece a trabajar, así como la llegada de las nuevas tecnologías para que detonen su explotación masiva. Las inversiones anuales tendrían que ser multimillonarias en dólares, y además la puesta en producción haría menos vulnerable la balanza energética hasta lograr progresivamente el autoabastecimiento y también la exportación. Los estudios arrojaron que el yacimiento tiene más de 28 mil millones de barriles de petróleo, lo que es más del doble de las cuencas petroleras que descubrió Brasil en el Atlántico. El gas se calcula en 850 TCF (Loma de la Lata, el yacimiento más importante de la Argentina, tiene 10 TCF). Si se confirman estas previsiones, Argentina sería el cuarto país del mundo en cuanto a este tipo de petróleo y el segundo con respecto al gas. El uso del verbo en potencial es porque los especialistas afirman que la confirmación definitiva se produce cuando esa riqueza se empieza a extraer. En ese contexto, a mediano y largo plazo, la ecuación de la economía argentina cambiaría de manera radical y la existencia de YPF como una empresa con mayoría estatal será aún más estratégica que cuando fue fundada porque, en esa perspectiva, Argentina pasaría a convertirse de un país con petróleo a un país petrolero, que antes nunca fue.
Este verbo en potencial, hablando de un futuro potencial, y parados sobre una riqueza potencial, tiene un aura de irrealidad casi inocente, como el “hasta que no lo vea, no lo creo”. Y, al mismo tiempo, el peso tremendo de todas estas consideraciones nada fantasiosas, posibles, probables y actuales las convierten necesariamente en una parte central del devenir político.
Frente al monumentalismo de esas consideraciones que tendrían el impacto de dos revoluciones sojeras simultáneas para el país, la nacionalización de YPF adquiere una significación del mismo tamaño. Crece como hecho histórico a medida que lo hacen las previsiones sobre la riqueza de Vaca Muerta y su explotación. La YPF abocada a la explotación del petróleo tradicional, cuyas reservas son cada vez menores, era necesaria y tiene su importancia. Pero la YPF puesta en la cresta de la ola de una inminente revolución hidrocarburífera resulta esencial. Sin YPF, Vaca Muerta hubiera sido otro capítulo en las anécdotas del despojo. En ese proceso, y por esta sola medida, el gobierno kirchnerista ya tendría un lugar destacado en la historia.
La resolución de las negociaciones por la petrolera argentina esta semana no fue planteada con esta proyección en el tiempo. Se mantuvo dentro de los carriles tradicionales que ha tenido esta discusión histórica en la Argentina alrededor del petróleo, sin darse cuenta de que los términos de esa discusión han sido muy sobrepasados, que los volúmenes y las consecuencias pasan a niveles que nunca hubo en el país. En este momento, Ecuador y Brasil están licitando yacimientos asociándose con empresas extranjeras, igual que lo hacen Bolivia y Venezuela. La Argentina está muy detrás de esas experiencias porque recién está poniendo en pie a su propia petrolera.
Resulta hasta patética la forma en que el diario Clarín tituló sobre el pago a Repsol, sumando los intereses a la cifra final, exagerando el precio y dándole un tratamiento de disputa cortesana a un tema que puede cambiarles la vida a los argentinos. La Argentina pagará 5 mil millones de dólares en bonos a diez años. Si se mantiene el actual proceso de crecimiento y se confirman los estudios sobre Vaca Muerta, en la mitad de ese tiempo la Argentina estará ahorrando esa cifra por año por el petróleo y el gas que dejará de importar. Y las estimaciones sobre la riqueza del yacimiento hablan de existencias para más de cien años de explotación.
El periodismo tiende a abusar de las profecías apocalípticas. Se borran los matices, se igualan cosas que son diferentes y se exageran los rasgos que le convienen al profeta de ocasión. Tampoco son buenas las profecías de paraísos y perfecciones. Y está el “hasta que no lo vea, no lo creo”. A pesar de todos esos recaudos, todas esas prevenciones y cautelas, es imposible desconocer que la nacionalización de YPF que terminó de concretarse la semana que pasó abre la puerta a una etapa en la Argentina cargada de señales, de posibilidades y de nuevos aires.
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