Domingo, 13 de abril de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
No hubo paros generales contra el gobierno durante la presidencia de Néstor Kirchner ni durante el primer mandato de Cristina Fernández de Kirchner. En el segundo ya se registran dos, encarnados por una curiosa coalición gremial y política. La marca sugiere cómo les fue a los trabajadores sindicalizados en la larga década K.
Uno de los saldos más evidentes de la huelga reciente es que la seguirán otras. Sobre esa realidad deberá moverse el Gobierno y actuar el secretario general de la CGT Azopardo, Hugo Moyano.
Más allá de las argumentaciones del oficialismo, es Moyano quien lidera al abanico de huelguistas, lo que no equivale a decir que los “conduce” sin dificultades ni rebeldías. Las divergencias ideológicas, metodológicas y de proyecto se notaron el 20 de noviembre de 2012 y el 10 de abril, sin impedir la concreción de las medidas de fuerza.
La capacidad de los gremios de transporte que prevalecen en la CGT de Moyano es la que garantiza el resultado obtenido. Aun en la euforia socarrona de las conferencias de prensa, el Negro y sus adláteres mostraron bronca porque los piquetes de “los troscos” les robaron cámara, desflecaron un poco su preeminencia. A su ver, “con la chapa puesta” además, fueron superfluos porque la adhesión de los laburantes propios bastaba para lograr los mismos resultados. Claro que también le fueron funcionales para que un número indeterminable pero no menor de argentinos desistieran de trabajar ese día, no por adhesión sino porque la perspectiva de un día difícil les cerró el camino.
Dirigentes de la CTA que conduce Pablo Micheli y del Partido Obrero sinceraron la incidencia de la fuerza en la conducta de “otros” trabajadores. En cambio, Moyano y la prensa dominante (extraña pareja) se hicieron los distraídos.
La fuerza se hizo violencia en el caso de los subtes, que mostró un cambio interesante. El gremio de los trabajadores del subte (antes metrodelegados) decidió en asamblea que no adheriría al paro. Hubo divergencias y hasta tomas de posición diferentes. El nuevo gremio honró la democracia interna aun aceptando disidencias. En cambio, la burocrática conducción de la Unión Tranviarios Automotor (UTA) optó por prepear y agredir. No fue el tono dominante de una jornada pero sí una señal de alarma acerca del variopinto conjunto que acompaña a Moyano.
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El líder camionero desprecia al secretario general de la UTA, Roberto Fernández, por su falta de representatividad interna. Y en su torno anotaron el escaso acompañamiento que le prodigaron los gastronómicos a Luis Barrionuevo.
Ya se conoce cuál es el sentimiento íntimo de Moyano sobre la CTA opositora y sobre las agrupaciones de izquierda radical. La “unidad en la acción”, más vale, es pragmática y no se nutre de preferencias.
Pero el diseño de las tácticas futuras toma en cuenta esa diversidad, que incluye la perspectiva de que las rebeldías compliquen el futuro común. Moyano es un protagonista muy despectivo de la opinión de quienes no lo siguen. Ya pagó caro esa tendencia en la arena política a la que se lanzó hace un buen par de años, con sonado fracaso.
La continuidad de las huelgas es cantada. Esta vez, Moyano se arregló para evitar una movilización que podría haber desnudado una limitada convocatoria propia. Y que podría habérsele escapado de las manos, comentan en su torno.
Barrionuevo y las izquierdas le piden acelerar el paso. Es su juego, en el que tienen menos que perder que Moyano porque muy otro es su capital. De cualquier modo, parece inexorable que el tercer paro antikirchnerista llegue antes del Mundial.
En el ínterin, Moyano no fisuró el frente gremial más cercano al Gobierno. Los alineamientos están cristalizados, en sustancia, desde hace un buen rato. El Gobierno apuesta a que las convenciones colectivas y una mejora general de las condiciones económicas acentúen ese cuadro.
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