Sábado, 19 de abril de 2014 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Jorge Elbaum *
En abril de cada año se conmemoran –con diferencia de pocos días– dos acontecimientos trágicos del siglo XX, nombrados por lo que la filo-sofía política ha denominado “El mal absoluto”.
A principios del siglo XX, el nacionalismo de los jóvenes turcos, comandados por Kemal Atartuk, ejecutó el genocidio contra el pueblo armenio bajo la mirada mayoritariamente indiferente del resto del mundo. Veinte años después, entre otros factores, gracias a la impunidad obtenida por el Estado turco que nunca fue juzgado por sus crímenes, Hitler ordenaba la “Solución Final” que concluyó en el asesinato de 6 millones de judíos (entre ellos un millón y medio de niños menores de 12 años), y cientos de miles de opositores políticos, gitanos, testigos de Jehová, homosexuales y discapacitados.
Cada año se recuerda a las víctimas, a quienes se enfrentaron a la opresión totalitaria y a quienes se negaron a ser cómplices de las masacres. Sin embargo, el fantasma de los negacionismos –las prácticas consistentes en invisibilizar los genocidios, negarlos u ocultarlos en los pliegues de la historia– aparece como un desafío frente a quienes buscan mantener encendida la llama bifronte de la memoria: alumbrando por un lado a quienes fueron asesinados, y por el otro advirtiendo al mundo acerca de la posibilidad recurrente de matanzas similares.
Mientras los homenajes se suceden, pocas veces se hace referencia a los objetivos explícitos de los negacionismos “estratégicos”: quienes postulan el Gran Silencio no son sujetos de la ignorancia –aunque sus reproductores puedan serlo–, ni son portadores de escepticismo. Son simplemente los legitimadores de quienes buscan el perdón, el indulto, la amnistía o –incluso– el bronce de los victimarios. La validación de los jóvenes turcos como “verdaderos nacionalistas”, la aceptación de la limpieza racial como una válida estrategia de supervivencia en la “lucha por el más apto”, o la revalorización de quienes “lucharon contra los subversivos”, sólo pretenden impulsar el negacionismo y la desnaturalización de las hechos del pasado.
Los negacionistas buscan explícita y deliberadamente contar con la justificación de las atrocidades cometidas, e incluso preparar el terreno para la próxima matanza. Intentarán negar la existencia del genocidio armenio, afirmar que no fueron 6 millones de judíos las víctimas o enunciar la teoría de los dos demonios. En todas esas afirmaciones se esconderán las sutiles licencias para validar los genocidios o justificar a sus ejecutores asesinos.
El enfrentamiento al negacionismo exige trabajar con la verdad histórica sin pasteurizarla. Implica explicitar que los crímenes de lesa humanidad, cuando permanecen impunes, “auguran” y permiten nuevas oleadas de aniquilamientos, si las sociedades y los Estados, en su conjunto, no se abroquelan contra los genocidas y sus justificaciones pseudo nacionalistas, raciales o étnicas.
Nuestro país, desde 2003 hasta la actualidad, como nunca antes en nuestra historia ha optado por el camino de cuestionar toda forma de negacionismo, tanto en lo referente a los armenios, los judíos como a las desapariciones forzadas durante la última dictadura militar. En enero de 2007, el Parlamento de nuestro país sancionó la Ley 26.199 en la que se reconocen las indudables evidencias del genocidio producido contra un millón y medio de armenios. Recientemente, la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, anunció el emplazamiento del Monumento a la Shoá, en rememoración de los 6 millones de víctimas asesinados industrialmente por el régimen nazi. Las políticas de Verdad y Justicia han permitido que torturadores de mujeres embarazadas y secuestradores de niños permanezcan hoy en cárceles comunes, mientras los negacionistas siguen impulsando los indultos de dichos crímenes atroces.
Quienes pretenden hacer tabla rasa sobre el rol de los grupos de tareas, mantienen una histórica alianza compuesta por las rancias oligarquías patricias y el original neoliberalismo vernáculo. Por su parte, quienes se encargan de difamar la memoria de las víctimas del pueblo judío, se reducen a marginales falangistas locales y confusos seguidores de los ayatolás iraníes. Por último, quienes defienden y promueven el Gran Silencio sobre la catástrofe (Aghed) del pueblo armenio suelen ser periodistas financiados por el lobby turco y melancólicos defensores del Imperio Otomano.
Frente a estos tres agrupamientos negacionistas –hoy minoritarios–, la sociedad y el Estado deben permanecer alertas. El negacionismo no sólo es búsqueda por suprimir el pasado. Es, más específicamente, la intención denodada de quitarle gravedad, avalarlo y brindar el horizonte posible de una nueva y futura ejecución.
Frente a la negación no hay respuesta más efectiva que la Verdad y la Justicia. Y no hay acompañamiento más eficaz que recordar y homenajear a quienes –en los propios campos de concentración donde la ignominia se desarrollaba– se enfrentaban sin cuartel, incluso militarmente, contra el Itihad (partido genocida de los jóvenes turcos), los nazis o los torturadores de la ESMA.
El “Nunca más” deja de ser una consigna cuando las víctimas y los combatientes contra los totalitarismos son reconocidos y postulados como la expresión más frontal a sus designios. Las palabras proféticas del dramaturgo armenio Berdj Zeituntsiants desafiando el “Gran Silencio”, los grupos guerrilleros de Mordejai Anilavich combatiendo con revólveres y bombas molotov a los tanques nazis, y las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo desafiando la represión de los genocidas militares, son las imágenes más lacerantes a los ojos del negacionismo de toda laya. El enfrentamiento a los negacionismos debe ser sin miedo: sólo la imagen de la resistencia al terror los deja sin palabras.
Probablemente esto lo sepan bien los responsables de las fuerzas armadas alemanas, quienes, cada 20 de julio, en Berlín, llevan a cabo los juramentos de los nuevos soldados frente al Reichstag. Ese día rememoran a un grupo de hombres –civiles y militares comandados por Claus von Stauffenberg– que decidieron ponerle una bomba debajo de una mesa a Hitler. ¿Existe una foto más desafiante para los negacionistas que homenajear la memoria de quienes fueron tildados de “subversivos y terroristas”?
Las batallas culturales contra toda forma de tergiversación histórica también incluyen el reconocimiento de quienes se enfrentaron al Mal Absoluto en Turquía, en el Ghetto de Varsovia o en las calles ensangrentadas por los grupos de tareas. Reivindicar a quienes fueron la primera línea contra el terror es probablemente la forma más poderosa de enmudecer al negacionismo.
* Embajador argentino ante la Alianza Internacional para la Rememoración de la Shoá/Holocausto. Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.
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