Lunes, 16 de junio de 2014 | Hoy
EL PAíS › EL NUEVO MUSEO DE MALVINAS QUE FUNCIONA EN LA EX ESMA
El museo inaugurado la semana pasada plantea la soberanía argentina sobre el archipiélago con argumentos que van desde la historia y los derechos humanos hasta las ciencias naturales. “Malvinas es Patagonia”, define Jorge Giles, director del espacio.
En 1941, la cuestión Malvinas se convirtió en tema obligatorio de enseñanza en las escuelas del país, a través de materias como geografía e historia. Con la naturaleza de las islas, su clima, sus recursos naturales, no sucedió lo mismo. Con el tiempo, Malvinas quedó, después de la última dictadura, ligada a la guerra con Inglaterra en 1982 y, si a algún argentino se le pregunta cómo se imagina la vida en ese lugar, le será muy difícil explicarlo. El Museo de Malvinas inaugurado la semana pasada por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner intenta ahora acercar a los visitantes a las islas, disipar ese manto de neblina que las recubre, y aportar una nueva mirada, lejos de esa concepción del archipiélago como un par de rocas perdido en el sur del Mar Argentino.
“Un museo de la vida y de la paz, no de la guerra.” Esa fue la idea hace tres años cuando se decidió crear el primero de estos espacios en el país dedicado a la cuestión de las islas Malvinas, al reclamo por su soberanía y a la recuperación de la historia. El museo abrió al público el sábado pasado y, a cada paso, señala que la soberanía se demuestra con más argumentos que los históricos y los legales.
Además de remontarse a la época en la que las tierras eran colonia española, la reciente institución muestra que a las Malvinas hay que verlas como una parte más del sur del país. “Malvinas es Patagonia. No se puede entender Malvinas si no es entendiéndolas como la Patagonia”, remarcó el director del museo y creador del guión que dio vida a ese edificio, Jorge Giles.
Por eso, una sala prólogo donde se proyecta un audiovisual en 360 grados recrea la historia, el paisaje y el ambiente en las islas con un objetivo ambicioso pero noble: hacer que el visitante sienta Malvinas, que vea el mismo cielo que se ve ahí, que viva sus orillas. Parece alcanzarlo: sentados en el suelo alfombrado, los visitantes no se pierden ninguna imagen. Alguno llora. A todos los conmueve. Y es sólo la introducción.
La cabina del prólogo está recubierta por una línea de tiempo. Allí se inscriben casi 400 años de historia, desde la colonia española hasta la posterior soberanía argentina. Ahí aparece también la relación de nuestro país con Gran Bretaña, marcada siempre por la sombra de colonialismo, con puntos como las invasiones inglesas de 1806 y 1807 y la Vuelta de Obligado. Sobre la estructura, desde el techo, cuelga el avión de Miguel Fitzgerald, un simple civil que voló desde la Patagonia con la intención de dejar en tierra malvinense una proclama y una bandera argentina para reclamar por la soberanía del archipiélago.
Como Fitzgerald, son varios los ejemplos de civiles que se recuperan y exhiben en el museo. Desde el gaucho Andrés Rivero, que no abandonó las islas ante la ocupación británica en 1833, hasta la Operación Cóndor de 1966, encabezada por Dardo Cabo, las imágenes audiovisuales señalan las huellas de distintas reivindicaciones de los derechos argentinos sobre las islas.
Este “museo de la vida” introduce también a la flora y a la fauna del archipiélago como argumento. “Nos unen no solamente las mismas especies, sino los mismos ejemplares. El elefante marino que uno ve en Península Valdés es el mismo ejemplar que después va a Malvinas”, añadió Giles en diálogo con Página/12.
Es así que, en este museo, los animales también aportan a generar soberanía, como el albatros de ceja negra que estará en el diseño del billete de 50 pesos dedicado a las islas. Esos pájaros vuelan al continente, a la Patagonia, pero no a Londres, una idea que ya mencionó la Presidenta al reclamar una vez más por la soberanía argentina.
Raúl es veterano de la guerra y asistió el sábado al museo. Aprovechó la primera visita guiada que se realizó desde que el espacio abrió, apenas horas antes, al público. “La que más habló sobre el tema de Malvinas es Cristina. Si fuera por ella, iría y se pararía ahí mismo hasta que las devuelvan”, dice.
En el museo, los ex combatientes aparecen no sólo desde la historia. “Malvinas, además de ser una causa nacional, es una causa de derechos humanos”, explicó Giles. “Allá fueron a pelear colimbas sin instrucción. Esa dictadura que acá torturaba, secuestraba y mataba, también fue allá. Y no se volvieron santos al pisar Malvinas. Tuvieron un comportamiento similar”, subrayó.
A lo largo de sus salas, el museo propone un recorrido interactivo, moderno. “De vanguardia”, se anima a decir María Inés, otra de las primeras visitantes en probar los dispositivos de audio dispuestos frente a las pantallas. “Está bueno para no entorpecer el sonido”, elogia. También hay tecnología para los chicos: un espacio con Zamba, el personaje de PakaPaka, les ofrece juegos para conocer los animales y las plantas de las Malvinas.
Como el prólogo, la proyección en la sala de las “tres Plazas de Mayo” es otra de las que sacude al espectador al mostrar un recorrido que comienza en la manifestación de la CGT el 30 de marzo de 1982, seguida apenas once días después por el triunfalismo de Leopoldo Galtieri y la multitud que lo vitoreó al anunciar la guerra. Al final, el repudio popular del 14 de junio tras la rendición. Al visitante le queda luego retirarse en silencio, mientras comienza a entender sin que nadie se lo explique por qué el museo está emplazado en medio del predio de la ex ESMA.
“Queremos romper con esa atadura de Malvinas a la dictadura militar. Nos guste o no, eso quedó como una victoria cultural de la dictadura”, remarcó Giles. “Recuperamos Malvinas desde la historia y desde los derechos humanos. Es un tejido roto durante muchos años que el museo se propone humildemente reparar”, añadió. Ahí, 1982 aparece casi como un año más.
Lo que sí se revela todo el tiempo es ese nuevo enfoque propuesto para que, al final del recorrido, el visitante mire hacia abajo y hacia afuera y vea una recreación en miniatura de las islas con su mismo relieve, rodeadas de agua. Y que allí, desde “el puente de la soberanía”, las descubra finalmente como lo hicieron los exploradores en el siglo XVI, pero esta vez las reconozca como eso que son: una parte más del Sur argentino.
Informe: Aldana Vales.
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