EL PAíS › OPINION
Zaffaroni y el progresismo light
Por Mary Sánchez *
Los otros días, Estela, una compañera del Suteba militante de los ‘70 y esposa de uno los muchos compañeros desaparecidos en la dictadura, me dijo: “Creí que me iba a morir sin verlo...”. En ese instante, un torbellino de sentimientos me cerraron la garganta y lloré desconsoladamente, expulsando toda esa angustia contenida, que sólo desata la alegría de poder ver lo que suponía no veríamos nunca. Verbalizó la sensación exacta que tuve cuando el presidente Néstor Kirchner propuso al Dr. Raúl Zaffaroni como juez de la Corte, encendiendo una vez más las esperanzas y heridas por tantos años de mentiras y traición.
Fui consciente entonces de que había comenzado un duelo, mi segundo duelo político. El primero fue desafiliarme del justicialismo y ser parte activa de la construcción del Frente Grande. El segundo es vomitar el asco diseminado por los que hoy intentan ser parte del supuesto “progresismo”, pero no del progresismo constructivo, vanguardista y de resistencia; sino del más hipócrita y mediocre de los progresismos.
Más bien son los antípodas del tan anhelado progresismo político del que dicen formar parte y que, ocultos tras la fachada de su evolución, conservan aún las peores mañas y sus más dañinas enfermedades: la especulación, la rencilla por los cargos, la fragilidad, la competencia mediática y la carencia de una verdadera autocrítica y de una identidad patriótica. Todas estas células son las que han corroído al punto en que se encuentra hoy, a una de las más maravillosas actividades que el hombre puede realizar.
Pero la historia siempre da revanchas, se despierta y se agiganta cuando reconoce que la política da los pasos necesarios demostrando que no es sólo una palabra mancillada. Proponer a Raúl Zaffaroni a la Corte Suprema de Justicia fue un paso que enfureció a la derecha argentina y sorprendió a los “progre”.
Lamentablemente no fuimos sus compañeros del Frente Grande los que pensamos en él, o quizá las células liberales y de derecha dentro de la Alianza nos devoraron tan rápidamente que ya era tarde para tratar de restablecer el Derecho y eliminar la impunidad, pues había cambiado su rostro para poder seguir deambulando por los pasillos del poder (con el consentimiento de De la Rúa y compañía).
Por estas enfermedades que laceran la política, Raúl no fue en la lista de diputados del Frente en las elecciones del ‘99. En aquel entonces los jefes y candidatos progresistas analizaron que restaba votos y, por temor a que triunfe Cavallo, lo separaron de la lista con urgencia –morbosidad política en evidencia– y se lo fueron a informar al velatorio de su tía, quien lo había criado desde siempre. A los que quedaron en la lista les pareció un horror, pero callaron; eran decisiones que además no cuestionaban sus lugares. Otros no lo reivindicamos en su momento por pertenecer a otro distrito o por creer que aquel progresismo era real y, pensando en no romper la esperanza, guardamos el silencio erróneamente.
Así, los progresistas nos fuimos allanando al discurso e ideología dominante, diciéndole gente al pueblo y despreciando las conductas de nuestros compañeros, olvidando –por un momento– los ejemplos de vida de nuestra propia generación de luchadores.
Hoy se enciende una vez más la esperanza y todo lo que posee de bello lo posee de peligroso. El peligro habita en la diversidad de progresismo diseminado dentro del actual mapa político y en la contundente unidad neoliberal.
La elección de Raúl no es casualidad: su historia, su solidez y la enorme capacidad intelectual –reconocida mundialmente– lo vuelve un digno destinatario de la presidencia de la Corte. El es y será un progresista constructor, vanguardista y resistente –como lo ha sido siempre–; por eso, si esa luz que se enciende cuenta con el oxígeno de “Zaffa”, es la hora en que nadie debe dejarlo solo. Raúl lo merece y nosotros, el pueblo, también.
* Ex diputada por el Frepaso.