Jueves, 23 de julio de 2015 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
Pocos lo rememoran porque la memoria es falible y no está bien visto repasar los archivos. Cuando en 2011 arrancó la maratón de elecciones provinciales anticipadas se produjeron sorpresas en dos provincias diferentes a las demás y entre sí: Catamarca y Chubut. Cada distrito de la Argentina tiene su historia peculiar desde 1983, esos no constituyen excepción. Son dos entre veinticuatro, no su media aritmética ni los más gravitantes.
Catamarca había sido feudo peronista hasta que el asesinato de María Soledad Morales desprestigió socialmente y derrocó a la dinastía de los Saadi. El cambio posibilitó al radicalismo gobernar en un espacio que le era ajeno. Cuatro años atrás, el Frente para la Victoria (FpV) le arrebató una votación que lucía como pan comido para los boinas blancas provinciales y sus aliados.
En Chubut, el peronista federal Mario Das Neves –que hasta tenía berretines presidenciales– sudó tinta para conservar su bastión que parecía tener muy consolidado, en definición dudosa y por penales.
Los dos casos aislados y particulares impactaron parecido en imaginarios distintos. Divulgaron una percepción transversal a los competidores de diferentes partidos: se avecinaba una oleada de votos kirchnerista.
Así fue, en efecto. La mayoría de los dirigentes de la “opo”, con los presidenciables a la cabeza, intuyó el tsunami y (visto con el confort que concede el tiempo) se entregó sin luchar como el protagonista de “Cafetín de Buenos Aires”.
Surge acá un brete para la interpretación cartesiana. La lectura fue correcta, aunque se fundaba en pocos datos duros y parciales. Ni aún ahora se puede explicar bien por qué podían ser (y lo que es más serio: fueron) extrapolables.
Las evocaciones vienen a cuento en estos días. La Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA) rebosa de particularidades que se trasladan al comportamiento electoral de los porteños. Sin embargo, el ballottage del domingo produjo una conmoción que trascendió sus fronteras.
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Dedicados a señalar hechos y admitir paradojas recordemos que en sustancia el PRO mantuvo su ya larga hegemonía en la CABA. Añadamos un detalle más: es uno de los contados distritos en los que se aplica el régimen de ballottage. Son apenas cuatro, tres de los cuales eligieron el sistema tradicional que exige para ganar el 50 por ciento más uno de los votos en primera vuelta. Puesto de otro modo, que señaló el politólogo aficionado y novato Mauricio Macri: si la CABA rigiera el ballotage nacional, el PRO se hubiera impuesto en la primera vuelta. Más aún: le hubieran sobrado alrededor de cinco puntos porcentuales.
El impacto del resultado local, no exportable de pálpito, se propagó como un reguero de pólvora a la escena nacional. Hasta se habló de “victoria pírrica”, un exceso interpretativo.
Pero el veredicto dejó atribulados a quienes ganaron de local como a Das Neves antaño.
Jaime Durán Barba pregona que los candidatos deben porfiar en decir lo que “la gente” quiere escuchar. El criterio es discutible, lo sabemos y sostenemos. Entre otros factores porque por ahí “la gente” no es un conjunto unánime, sin segmentaciones, preferencias, ideologías, tradiciones o arraigos sociales. Como fuera, el especialista entendió eso, propuso un giro de timón y el jefe de Gobierno actuó en consonancia.
“La gente”, tradujo el macrismo con velocidad y aturdido por el haber ganado con diferencia exigua, quiere escuchar un mensaje menos antagónico, menos antiestatista, menos rupturista.
Macri lo explicitó, contradijo sus discursos y prácticas parlamentarias de años. Todavía falta saber si Durán Barba acierta con los cambios durante el partido como Marcelo Gallardo o si se perjudica como, ay, le ocurrió al Tata Martino. De tácticas de campaña hablamos: el resultadismo prima.
¿Fue ya el canto del cisne? Sería atolondrado darlo por seguro. Una de las lecciones del templado domingo porteño es que no hay que creer irrevocables los resultados hasta que no suene la pitada final, caramba.
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Durante dos semanas el diario La Nación y una reconocida camarilla de comunicadores zamarrearon a Martín Lousteau exigiéndole que resignara su candidatura. Estaba perdido, profetizaron, la diferencia era irremontable. Continuar la porfía podía limar las perspectivas de Macri. El riesgo era que el discurso de Lousteau, ineficaz en lo distrital, resintiera las perspectivas nacionales de Cambiemos, la coalición que aúpa a Macri.
Se produjo una paradoja. Los pronósticos estaban mal calibrados: la segunda vuelta fue contundente y expresiva. De antemano es lo que impone la Constitución que los republicanos adulan cuando les conviene y desestiman en caso contrario.
ECO lastimó a PRO pero no el sentido previsto: esparció dudas sobre su potencial para las PASO. De cisnes negros venimos conversando y seguimos: el peligro existía y se hizo (parte de la) realidad. Pero no era el que anticiparon los sabios de la tribu.
Envueltos en la indignación que quieren generar (afectados por su propia medicina) cambiaron de sujeto pasivo para sus invectivas. Ahora cuestionan de lo lindo a Macri, a un nivel extraño para la lógica racional. Sigue siendo su esperanza blanca, el elegido por la derecha y los poderes fácticos.
Cuando el presidente Néstor Kirchner interpeló a Clarín inquiriéndole “¿qué te pasha?” lo antropomorfizó. Lo pintó como un sujeto, amén de un actor político de fuste. Tal vez algunas acciones reflejas trasuntan un estado de ánimo corporativo o de sus conducciones antes que una táctica lúcida. Con el tiempo se verá si la furia decanta, si deriva (recalculando) a volver a apostar por el diputado Sergio Massa. O si se calman las aguas y se vuelve a mimar al candidato propio en campaña. Habrá que ir viendo.
Lo que es patente es que el establishment no sabe hacer política si nombramos como tal a la puja democrática y a la electoral por antonomasia. Pero, ojo al piojo López, sí entiende de poder, lo detenta y sabe ejercerlo.
La furia-bronca se expresa en los titulares, en atender más a Comodoro Py que a las elecciones inminentes, quién sabe si en algún golpecito de mercado que son más accesibles que el consenso popular.
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Volvamos a la furia. La comunicación hegemónica intenta producirla y representarla. Hay emergentes raros, dispersos que corren a Tribunales demandando cárcel para todos y todas. María Kodama ¡querella penalmente! a un joven literato que ensaya un juego creativo respecto de “El Aleph”. No le basta señalar o demandar civilmente ante un supuesto plagio: exige juicio y condena. Una Cámara penal le da razón, comprobando en un caso exótico y límite la penosa calidad del Poder Judicial.
La diputada Elisa Carrió clama por cárcel para los encuestadores que acertaron con el ganador pero no con el margen de diferencia. Eso sucede en un país en el que se denuncian atentados contra la libertad de información que, guste o no, incluye la de macanear. Se han desincriminado penalmente las calumnias e injurias vertidas por la prensa para preservar el derecho de opinión. Se armó un escándalo cuando el ex secretario Guillermo Moreno multó a “otras” consultoras por, supuestamente, falsear datos.
La desmesura va en pos de alarmar y sublevar los ánimos. Un designio político. La rabia que destilan los titulares de Clarín dista de ser inocente de intenciones. Quiere azuzar la bronca y la desazón, hipotético caldo de cultivo de un afán de cambiar de gobierno y hasta de “modelo”.
Tal vez, nada más ni nada menos que tal vez, los estados de ánimo mayoritarios no ecualizan con los sonidos de los furiosos. Dijimos “tal vez”... usted podrá replicar que el film Relatos Salvajes reventó las taquillas de los cines por ser costumbrismo puro. Negociemos don Inodoro, por ahora. Por ahí ese recorte de la realidad es verosímil sin llegar a ser holístico.
Tal vez existan vetas de sensaciones colectivas más serenas y reflexivas que a menudo se condensan al votar en las presidenciales. El mismo domingo porteño era de comienzo de las vacaciones, con argentinos que se iban de Buenos Aires o que se arrimaban a disfrutarla. Se había pasado a la semifinal en la Copa Davis, habían ganado Boca, River, San Lorenzo, Racing e Independiente. Muchas personas no lo pasaron rumiando rabia.
Hablando de aspectos más relevantes muchos argentinos han progresado en estos años. Harán un cálculo sobre sus intereses que, por lo pronto y como mínimo, no son idénticos a los del Grupo que perdió dinero y predicamento desde 2008.
Lejos estamos de hacer vaticinios, menos cuando los sondeos flaquean. Apenas sugerir que el votante no es el Tano Pasman o no es igual a sí mismo cuando presencia una catástrofe deportiva de su equipo favorito.
La lógica colectiva con la que obraron el 19 de julio los porteños que habían elegido al FpV dos semanas antes es otro elemento sugestivo. Sin tener una directiva partidaria, se “conjuraron” para votar táctico y útil en un escenario que les era adverso y que los incordiaba. Razonaron, se pronunciaron desoyendo incluso el discurso de varios dirigentes y comunicadores afines que les trasmitieron que ECO y PRO eran lo mismo y que nada les quedaba por hacer.
Sería incoherente que estos apuntes (que recopilaron paradojas, cisnes negros, hechos tangibles e intuiciones) remataran en un pronóstico. Apenas alertan sobre la complejidad de los escenarios y sobre el presumible impacto de la racionalidad instrumental de los ciudadanos en lo sucedido y lo que vendrá. Para saber cómo y cuánto, esa fue una de las lecciones porteñas, hay que esperar hasta el escrutinio.
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