Domingo, 16 de agosto de 2015 | Hoy
EL PAíS › LOS YERNOS Y LA MUJER DE WALSH REFUTAN CARGOS CONTRA VERBITSKY
Jorge Pinedo y Andrés Alsina, quienes fueron compañeros de las dos hijas de Walsh, y su esposa Lilia Ferreyra refutan cargos contra Horacio Verbitsky.
Por Horacio Verbitsky
El libro repasa en forma superficial la historia de ANCLA, Cadena Informativa y los Cuadernos de la Soberanía, que “buscaron explotar las líneas de fisura entre las Fuerzas Armadas y distintos sectores del gobierno azuzando, por ejemplo, el disgusto de los nacionalistas hacia el ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz y su plan liberal”. Dice que los Cuadernos de la Soberanía “escritos por Verbitsky y dirigidos a oficiales jóvenes, con nombre y apellido, a quienes se los hacían llegar a sus propios domicilios con la finalidad de que los comentaran e hicieran circular entre sus pares, surgieron como específica tarea de Contrainteligencia para dividir a las Fuerzas Armadas”. Y fantasea, con la peor intención: “Verbitsky había perfeccionado, al lado de Güiraldes, el arte de explotar las líneas de falla intramilitares”. Agrega que esos materiales “se imprimían en un hectógrafo a alcohol que Verbitsky guardaba en un placard. Después consiguió un mimeógrafo en el que llegaron a imprimirse los Cuadernos que él redactaba y Patricia Walsh y dos militantes montoneros se encargaban de imprimir y distribuir. Hasta que un día de 1977 Verbitsky le dijo al pequeño grupo: nos echaron”. Luego transcribe la respuesta que yo le envié a su pregunta sobre mi alejamiento de Montoneros. “Me separaron de la organización debido a las críticas al militarismo exacerbado, que constan en uno de los documentos que se difundieron junto con los de Walsh porque él tenía una copia en la casa que cayó, junto con los suyos. A fines de 1977 René Haidar me comunicó mi separación del Partido (como había pasado a llamarse) por falta de confianza en la conducción”. GIL agrega que continué escribiendo los cables de ANCLA, pero que a principios de 1978 dejé de concurrir a las citas con Patricia Walsh, “quien debió hacerse cargo del mimeógrafo, pertenencia que se volvió muy peligrosa cuando empezaron las razzias” y del que se deshizo apurada”. Según esta versión ficcional cuando varios años después Patricia me preguntó “por qué no había concurrido a las citas pactadas y la había dejado ‘de garpe’ con el mimeógrafo”, le dije que había tenido que exiliarme. GIL se pregunta “¿Cómo pudo dejar asustada e indefensa a la hija de ‘su amigo’ Rodolfo Walsh, Patricia, en medio de los rastrillajes donde pudo perder la vida sin siquiera alertarla, mintiéndole años después al decirle que se había ido del país?”.
El psicoanalista Jorge Pinedo, quien por entonces estaba casado con Patricia, con quien tiene un hijo, y el periodista uruguayo Andrés Alsina, quien vivió varios años con Vicky Walsh, la hija mayor de Rodolfo, desechan esta versión farsesca. Pinedo afirma que él compró el mimeógrafo para imprimir los Cuadernos y los cables de ANCLA. “Estábamos viviendo todos de esa forma atroz, en la clandestinidad, pero desarrollamos esa tarea hasta que nos fue posible. Verbitsky jamás dijo que se iría del país ni planteó tal posibilidad. En determinado momento cerca del año 1979/1980, me deshice de ese histórico mimeógrafo donándolo a una parroquia de Boulogne”.
En otro pasaje del texto de GIL, Patricia Walsh “niega que su padre haya considerado a Verbitsky un amigo”. Vuelve a refutarla Pinedo, para quien fue “un raro privilegio conocer a Rodolfo Walsh en la intimidad, verlo en malla en el Tigre y conocer a sus amigos. Uno de los elegidos de su amistad no solamente profesional sino también personal era justamente Horacio, con quien mantenía una relación que podría llamar entrañable”. Andrés Alsina estuvo exiliado en Suecia y hoy vive en Uruguay. Allí grabó estos recuerdos: “La amistad de Walsh y Horacio era muy fuerte. Se basaba en coincidencias políticas, pero también en una concepción ética de la vida y de la profesión. Conocí esa amistad cuando armaron juntos el periódico de la CGT de los Argentinos. Yo llevaba el balde con la mezcla y aprendí un montón con él y con Horacio. Luego en el armado al unísono del diario Noticias y en el intercambio conmigo que estaba preparando el diario del ERP. Me consta, por esa cosa de la militancia, que también en la clandestinidad esos dos Nº 10 escribían a cuatro manos. Y después, con Alfonsín, la figura de Rodolfo tomó un merecido vuelo, como ejemplo a seguir. Pero fue en base a la obra de Horacio de publicar y propagandear la tarea de Walsh que eso fue posible. Esos son amigos”. También recordó que “Horacio era parte callada de todo eso, no hablaba, gruñía y escribía, pero en su oficina trabajan Lilia, la mujer de Rodolfo, y creo que una hija de Patricia, por solidaridad del Perro. Son tipos que fueron hermanos”.
El 25 de marzo de 2013, en el aniversario del asesinato de Rodolfo, Lilia Ferreyra, la mujer y compañera de Rodolfo Walsh en los últimos diez años de su vida, contó en un reportaje que le realizó Lila Pastoriza en Página/12, que uno de los escritos internos a la conducción de Montoneros, –Observaciones sobre el documento del Consejo del 11/11/1976– “no había sido escrito por Rodolfo sino por Horacio Verbitsky”. Agrega que “Rodolfo y Horacio conformaban una suerte de tándem en cuanto al compromiso político en proyectos periodísticos como el Semanario CGT y Noticias, es decir que había ya una línea respecto de contenidos y de escritura que facilitaba confundirlos”. Lila Pastoriza acota que también se atribuye a Walsh “otro documento redactado por Horacio Verbitsky”, titulado “ESMA Historia de la guerra sucia en la Argentina”, que fue “difundido clandestinamente en octubre de 1976 con información valiosísima aportada en buena medida por el soldado conscripto Sergio Tarnopolsky y el ex guardiamarina Mario Galli, ambos asesinados”.
Lilia responde que por pudor incluí sin firmarlos ese trabajo y mi ensayo sobre San Martín en el libro que publiqué en 1985, Rodolfo Walsh y la prensa clandestina. “Así se va construyendo esta confusión. Creo que es necesario definir claramente la autoría de textos que han sido y son de importancia para el conocimiento y profundización de lo que significaron los años 70 en nuestros países”.
En noviembre de 2010, cuando cumplí medio siglo como periodista, Lilia escribió una semblanza para el suplemento “Mondo cane” que publicó Página/12, titulada “El Perro y el Capitán”. Allí dijo que “El único perro que quiso Rodolfo Walsh, a quien sus íntimos amigos y compañeros llamaban El Capitán, fue el Perro. Le puso el ojo a mediados de la década del ’60, cuando Horacio tenía poco más de veinte años y ya sabía todo lo que hay que saber del oficio de periodista. ‘No sólo sabe; sabe cómo poner en acto lo que sabe’, dijo Rodolfo y no dudó en convocarlo para encarar, junto con Rogelio García Lupo, su compinche desde los años juveniles, el desafío de hacer el Semanario de la CGT de los Argentinos que lideraba Raimundo Ongaro. Así fue que lo conocí, una tarde de aquel lejano marzo del ’68, cuando Horacio entró a nuestro departamento con su perrito Miguel en brazos. No necesitó que el Capi alargara la justificación política del proyecto y a los pocos minutos ya estaba organizando la salida del semanario, mientras Rodolfo sonreía casi aliviado y yo le daba jugo de naranja a su bebé. Unidos por la tarea militante en el Semanario, en el Peronismo de Base, en Montoneros y en Noticias, compartieron los tumultuosos años ’70 en los que se fue entretejiendo una amistad muy especial cimentada en el rigor de los análisis críticos, en filosas discusiones pero sobre todo en la convicción de necesitarse mutuamente más allá de la diferencia de edades y temperamentos. En marzo del ’77, pocas semanas antes de su secuestro, en una de las tantas noches en que hablábamos del riesgo de caer en manos de comandos militares, Rodolfo me dijo casi como un mandato y un legado que si a él lo llegaban a desaparecer, lo primero que yo debía hacer era llamarlo a Horacio. Sabía que el Perro iba a continuar con los trabajos que quedaran inconclusos y con el ejercicio de una concepción del oficio del periodista enraizado en el compromiso político con su época. Pero también para dejarme bajo su cuidado y protección. Los años transcurridos desde entonces dan testimonio de la lúcida certeza del Capitán sobre el porvenir de su ausencia. Porque fue con Horacio con quien hicimos innumerables copias de la Carta a la Junta en el mimeógrafo que tenía escondido en el placard de su casa, y fue Horacio quien retomó ANCLA en junio del ’77 y preservó los despachos de la Agencia Clandestina. Y fue Horacio quien potenció con sus notas y su libro sobre la prensa clandestina la memoria de Rodolfo en los primeros años de la democracia. El legado del Capitán fue para mí la llave de una entrañable amistad que se forjó en esos tiempos difíciles hasta hacerse incondicional... con algún ladrido feroz de vez en cuando”.
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