Lunes, 21 de marzo de 2016 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Eduardo Aliverti
En 1976 fue el golpe que sólo con el tiempo, mucho tiempo, algunos comenzaron a llamar como lo que fue: cívico-militar. El orden de los factores es ése y altera el producto, en rigor. Cívicos los mandantes, milicos los mandatarios.
En 1977 se produce el pico del genocidio y Rodolfo Walsh escribe la carta que Gabriel García Márquez calificaría como la obra maestra del periodismo universal, conocida en forma generalizada recién muchos años después.
En 1978 fue el Mundial de Fútbol que continuó obnubilando a una gran mayoría de los argentinos, y terminado ese campeonato estuvimos al borde de entrar a una guerra con Chile que hubiera sido la de dos fascismos en pugna. El general Luciano Benjamín Menéndez, uno de los monstruos más explícitos si es que acaso el horror tiene graderíos, dijo que se iba a “lavar las bolas en el Pacífico”. Hoy lo hace detenido, pero quizá conserva la imaginación.
En 1979 se convoca a la primera huelga general, impulsada por la Comisión de los 25 que entre otros pocos gremialistas integraba Saúl Ubaldini. Y llega a Argentina la Comisión Interamericana de Derechos Humanos gracias, entre otros motivos, al incansable trabajo de Emilio Mignone, uno de los fundadores y primer presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales. En cotejo con las otras dictaduras que se enseñoreaban en el continente, fue notable que, apenas a tres años del golpe, hubiera signos de reacción. También se lo apreciará varios años después.
En 1980 se concede el Premio Nobel de la Paz a Adolfo Pérez Esquivel y es un mazazo contra el muro de silencio. Pero más impactante todavía es que quiebra el Banco de Intercambio Regional (BIR), la entidad financiera privada más importante del país, porque comienza a derretirse la fantasía de la plata dulce, de la tablita cambiaria de José Martínez de Hoz, del deme dos en Miami. Chocaríamos otras veces contra la misma piedra, pero esa es otra historia aunque sea la misma.
En 1981 ocurren las primeras Marchas de la Resistencia de las Madres, que eran “las viejas locas”. Los militares sustituyen a Videla por Viola e insisten en que “el Proceso no tiene plazos sino objetivos”.
En 1982, a dos días de una represión bestial contra una marcha en Plaza de Mayo y ya al frente de la Junta con otra bestia que se creía Patton, al que los medios invariablemente adictos califican como “general majestuoso”, nos llevan a una guerra contra Inglaterra y Estados Unidos. Termina de la única manera en que puede terminar, Galtieri se va a la casa y es el comienzo del fin.
En 1983 son las elecciones, tras intentos de condicionamiento pornográfico sobre la revisión del genocidio. Gana Alfonsín, tironeado por todas partes, y resuelve enjuiciar a las cúpulas militares y a las de las organizaciones armadas. La teoría de que hubo dos demonios, como si se pudiera comparar a núcleos precisos con el terrorismo de Estado, no alcanza para amainar a una sociedad que parecía haberse despertado casi completamente.
En 1984 se entrega el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), ilustrada en Plaza de Mayo con una de las manifestaciones populares más impresionantes que se recuerden.
En 1985, culminado con el histórico Nunca Más del fiscal Strassera, se desarrolla el Juicio a las Juntas y el orbe entero coincide en que Argentina es ejemplaridad mundial.
En 1986 el Congreso aprueba la ley de Punto Final, que pretendía concluir con el forcejeo entre las responsabilidades de jefes y subordinados.
En 1987, Semana Santa, hay el primer levantamiento carapintada. Alfonsín negocia con los sublevados en Campo de Mayo y se sanciona una ley de Obediencia Debida que no les será suficiente.
En 1988 hay el segundo y tercer levantamiento carapintada. Y empieza a explotar una situación económica por la que el radicalismo gobernante toma nota de que el legado cívico-militar es auténticamente una pesada herencia. Es la crisis de la deuda externa. Volverá.
En 1989, Alfonsín se ve obligado a entregar el mando anticipado a un Carlos Menem que sanciona los primeros indultos a los militares condenados. Hace algunas pocas excepciones que tampoco alcanzarán.
En 1990 se levanta un guerrillero de Cristo Rey, el coronel Seineldín, pero lo aplastan al poco rato mientras Bush padre llegaba a la Argentina. Ya estaba en marcha el remate obsceno de las joyas de la abuela y para los cotizantes no tenía sentido que unos guapos de ferretería siguieran persistiendo en su afán.
En 1991, después de fracasar un par de intentos para que la conducción de los números nacionales quedase a cargo del grupo económico más emblemático de la época, Bunge & Born, arriba como superministro Domingo Cavallo, jefe del Banco Central en la dictadura y promotor de la nacionalización de la deuda privada. Asoma la Ley de Convertibilidad. Retorna la Argentina integrada al mundo, un peso será igual a un dólar y “la gente” vuelve a confiar.
En 1992, un atentado terrorista vuela la embajada de Israel. El crimen quedará impune hasta hoy, pero no la seguridad de que el ataque respondió a un pase de factura por el realinamiento carnal con los Estados Unidos.
En 1993, como fruto fantasioso de que Menem alcanzará la reelección eterna, que a su vez es consecuencia del imaginario de haberse logrado la estabilización económica nacional, que a su vez es provecho de la extorsión internacional tras la crisis del endeudamiento externo, se amaina el Pacto de Olivos entre el riojano y los radicales. Y hablando de fantasías, nace una de las mayores estafas masivas de que se tenga memoria, sin que pueda ponerse una sola mano en el fuego por su no repetición: las AFJP.
En 1994 el pacto olivense se concreta, sirve en bandeja la reelección de Menem pero, también es cierto, incorpora los pactos internacionales del sistema interamericano de derechos humanos. El conscripto Omar Carrasco es asesinado en una fajadera de milicos y se acaba la colimba. Vuelan la AMIA y, como dos años antes con el atentado a la embajada israelí, sólo quedarán la impunidad y la certeza de que los culpables obedecieron a la lógica de una geoestrategia impulsada por Washington.
En 1995, el capitán de corbeta Adolfo Scilingo da los primeros detalles de los “vuelos de la muerte”, prisioneros arrojados vivos o sin vida al Río de la Plata. Y hay la primera presentación judicial por el “derecho a la verdad”, que luego será la base de los juicios por el mismo asunto al margen de si se dictaminan condenas.
En 1996 revienta la fábrica militar de Río Tercero para ocultar el contrabando de armas impulsado desde la banda menemo-militar. Y el aniversario 20 del golpe genera un hito de masividad.
En 1997 asesinan al reportero gráfico José Luis Cabezas, por mandato comprobado de un mafioso aliado al gobierno de entonces que a su vez devenía de los negocios dictatoriales. Hay conmoción nacional. Y otra vez combustionan denuncias de corruptela estatal con los ensueños del país que se había integrado al mundo. Tan integrado que empieza derrumbarse.
En 1998 procesan a Videla y Massera por robo de bebés, Menem propone demoler la ESMA y comienzan los escraches a los milicos en libertad.
En 1999 se termina Menem gracias a una Alianza que junta imagen de honestidad republicana con necesidad de cambio. Había que terminar con la herencia neoliberal sucedánea de la dictadura, pero sólo en su faz de imagen.
En 2000 debuta, digamos, que con lo anterior no alcanza. Créase o no, visto en retrospectiva o en el mismo momento, se prepara el terreno para el retorno de Domingo Cavallo como salvador del país.
En 2001 la historia efectivamente se repite. Otra vez la Argentina estallada, con punta en las expectativas de una clase media atrapada en el corralito. Piquete-cacerola la lucha es una sola.
En 2002, al cabo de un interregno surrealista de varios presidentes en un puñado de días, asume el senador Duhalde y el que depositó dólares recibirá dólares en análoga reproducción de los cuentos de hadas intra y post dictadura. La mecánica de mano de obra tan desocupada como activa, entre servicios, policía y pajes varios, asesina a Kosteki y Santillán. Duhalde se rinde y llama a elecciones anticipadas.
En 2003 gana Kirchner. En realidad, pierde contra Menem, y ni hablar cuando se saca la cuenta de la suma de derechas. Pero Menem abandona y surge la anomalía. Kirchner descabeza a la Corte Suprema, el Congreso anula el Punto Final y la Obediencia Debida, Madres y Abuelas son recibidas en Casa Rosada antes que los empresarios. La rareza habría de continuar.
En 2004, el Presidente ordena bajar el cuadro de Videla del Colegio Militar. Un símbolo parte-aguas que, casi, como tal es más grande que cualquier otro hecho de ese año que quiera tomarse.
En 2005, la Corte declara inconstitucional Punto Final y Obediencia Debida. Y en Mar del Plata, en la Cumbre de las Américas, en el mejor momento de liderazgo continental contra el neoliberalismo heredado de los noventa, hijo de las democracias condicionadas por las dictaduras, mandan al carajo a Bush hijo.
En 2006, condenan a Miguel Etchecolatz, mano derecha de Ramón Camps y jefe policial bonaerense en el Proceso, y el tribunal usa la palabra “genocidio”. Pero desaparece Julio López, cuando iba a testificar contra el condenado.
En 2007 empiezan los denominados “grandes juicios”, como ESMA 1 y Cóndor.
En 2008 se desata el conflicto contra las grandes patronales agropecuarias que fueron clave en el soporte cívico de los militares.
En 2009 se deroga la ley de medios de la dictadura, nada más y nada menos. Tuvieron que pasar casi 30 años, gracias a intereses que huelga comentar y que acaban de volver por las suyas.
En 2010 se muere Kirchner, el Bicentenario es una fiesta enorme con carga prioritaria en los derechos humanos y el Parque Indoamericano advierte que la represión siempre está presta, por inercia de clase opresora y por más consolidado que pueda parecer el populismo progresista.
En 2011 el Estado toma control de parte de Papel Prensa, arrancada de sus dueños en el festín dictatorial. De nuevo, nada más y nada menos.
En 2012 se dictamina que las torturas a soldados malvinenses son delito de lesa humanidad.
En 2013, Videla se muere en la cárcel y se lo llama el año de los megajuicios.
En 2014 va a indagatoria Vicente Massot, quien junto a Carlos Blaquier, uno de los dueños del ingenio Ledesma, es la quintaesencia del carácter cívico-militar del golpe.
En 2015 comienzan a judicializarse los delitos sexuales cometidos en los campos de concentración.
Personalizado: terminé de escribir este recorrido, lo repasé un montón de veces y nadie me convence de que no deben faltar cosas significativas. Pero estoy seguro de que, de las que están, no sobra ninguna. Por lo menos, a efectos de subrayar que en cada uno de estos 40 años, y sobre todo en cada uno de los 32 y pico desde que volvió la democracia, la vida argentina estuvo y sigue atravesada, con sus correcciones y herencia, con sus heroísmos y declinaciones, por la monstruosidad de aquél golpe. Sin ir más lejos, hoy advertimos la vuelta de tantos. De tantos sucesores más presentables, eso sí. Es un aspecto que puede invitar a ver el vaso medio vacío. Como acá estamos, pudiendo decirlo, juntándonos, escuchándonos, todavía más en catarsis que en lucha pero pronto viceversa, impulsados por que no nos roben el presente otra vez, uno prefiere verlo medio lleno. Y uno somos nosotros.
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