EL PAíS › LA CRISIS EN LA SEGURIDAD: LUIS BRUNATI, EL PRIMERO QUE QUISO REFORMAR A LA BONAERENSE
La historia de un precursor
En 1987 fue nombrado ministro de Gobierno –no existía el de Seguridad– y quiso reformar la maldita Bonaerense. Lo primero que le hicieron fue tratar de regalarle una Itaka, un perro y un sobre “para hacer política”. Duró un año, se bancó varios autoacuartelamientos y tres interpelaciones. Desde su jardín cercano al río, con humor explica en detalle cómo funcionan los mecanismos de corrupción y qué tan persuasivos son.
Sentado bajo los árboles de su casa, con el mate al lado y los perros merodeando a su alrededor, Luis Brunati parece estar al margen de las discusiones sobre la Bonaerense. Uno diría que está lejos del debate entre garantías o mano dura, o de los efectos mediáticos del caso Blumberg. Pero sólo parece. Porque Brunati –un aficionado a la construcción de barcos, que adora navegar en el Tigre los fines de semana– fue el primer funcionario de la democracia que se propuso cambiar a la policía heredada de Ramón Camps. Nunca olvidó su primer acercamiento con la Bonaerense, en diciembre de 1987, en una cena organizada por un grupo de comisarios con la ayuda de un abogado ligado al PJ. “Tenemos unos obsequios para usted, una Itaka, un ovejero alemán adiestrado, porque usted va a necesitar seguridad. Y le ofrecemos un aporte mensual, porque usted sabe que los recursos en política son necesarios”, le dijeron aquella vez mientras le entregaban un sobre. Brunati no aceptó el sobre y según él en ese momento “terminó la etapa del acercamiento y comenzó la confrontación”.
Aquel desencuentro inicial determinó la gestión de Brunati, que debió renunciar al año de asumir por presiones de su propio partido y ante la pasividad del entonces gobernador, Antonio Cafiero. En aquel año, Brunati era ministro de Gobierno bonaerense –no existía el Ministerio de Seguridad– y encabezaba un equipo integrado entre otros por Osvaldo Caporal –luego abogado de Eduardo Duhalde– y el hoy subsecretario general de la Presidencia, Carlos Kunkel. Desde esa cartera intentó hacer profundos cambios sobre la policía con más efectivos del país: realizó las primeras purgas de comisarios con probada participación en hechos delictivos, investigó a la comisaría primera de Lanús y apoyó la actuación de algunos jueces que intervinieron en los primeros casos de gatillo fácil. No fue gratis: se produjeron acuartelamientos de la policía, a su familia le llegaban amenazas constantes y sus hijos se acostumbraron a dormir tirando los colchones en el piso, por razones de seguridad.
Quince años después, Brunati se ubica en el rol del pionero que marcó el camino. Ya no siente la sensación de derrota como aquella vez, cuenta, en que se encontró con un juez que en 1988 investigaba la “segunda masacre de Budge” y que tuvo que renunciar e irse a vivir a España. “Este es el momento para dejar constancia de que hay decisión política de producir una transformación profunda”, subraya. En una entrevista con Página/12, Brunati habla de la designación de León Arslanian, del caso Blumberg y el peligro de depender del “humor social”, de la relación entre intendentes y comisarios y de las formas de financiamiento de la política. Sobre todo, Brunati cuenta anécdotas de su paso por la función pública que prueban, en los hechos, las denuncias que suelen hacer jueces y especialistas que conocen cómo actúa la Bonaerense.
–¿Cuál fue la situación más compleja que le tocó vivir como ministro?
–Hubo un autoacuartelamiento al que decidí ponerle pecho. Era honorable que yo fuera a hacerme cargo. En ese momento, Mario Cafiero me dice “yo te acompaño”, cosa que valoro a nivel humano, de amistad, porque no era una jugada sencilla. Era el riesgo físico también. Vamos al Departamento de Policía. Apenas entramos nosotros con el auto un camión del Servicio Penitenciario –del que casi nunca se habla a pesar de ser una de las cosas más oscuras– se cruza detrás del auto nuestro. Ya era imposible salir. Estábamos nosotros adentro, prácticamente secuestrados, reunidos con parte de la plana mayor, la policía movilizada afuera, en la plaza que está enfrente, gritando “la poli, unida, jamás será vencida”. Ese era el panorama cuando uno de los miembros de la plana mayor le dice al otro, apoyándole la pistola en la cabeza: “Desarmá esto porque te meto un tiro”. Se toman algunas decisiones allí y se desarticula la movilización.
–En aquella época, ¿la policía estaba involucrada en temas que en ese momento eran considerados menores, como el pase de quiniela?
–Yo vivo en Argentina, en Buenos Aires. Podés no tener pruebas de muchas cosas, pero de la participación en el juego clandestino, de las coimas en aquellos momentos en las camineras, de esto todos tenemos experiencia. Pero si querés analizarlo en términos más generales, en aquel momento, y a partir de la gestión nuestra, algunos jueces se dedicaron a realizar las primeras investigaciones en las comisarías: escuchas telefónicas.
–¿Escuchas para qué?
–Para detectar ilícitos de los cuales teníamos denuncias.
–¿De qué tenían denuncias?
–De todo, desde el juego clandestino hasta favores con respecto a determinados detenidos, formas de funcionamiento alejadas de la moral y las buenas costumbres. En una de las grabaciones se detectó a un funcionario del servicio de relaciones exteriores, en aquel momento un embajador o ex embajador, pidiendo por tres o cuatro detenidos. Se detectó funcionarios policiales haciendo desde la comisaría una línea hot, se descubrieron puntos para investigar ilícitos.
–¿La impresión que usted tenía era que la estructura de la Bonaerense, como empresa recaudadora, de protección de los delitos cometidos por otros, venía armada desde la época de Camps?
–Para ser absolutamente sincero, venía funcionando históricamente desde mucho antes de la época de Camps. Pero durante mi actuación en el ministerio la prensa hizo mucho hincapié en que el modelo de gestión que nosotros llevábamos adelante venía a reemplazar y se oponía al que había desarrollado Camps en la provincia de Buenos Aires. Hasta allí hubo un sistema de funcionamiento y allí aparecía otro.
–¿Y qué proponía ese otro sistema impulsado por ustedes?
–El cumplimiento de la ley, el no negocio con la Bonaerense. El no acuerdo, decisión de enfrentar la corrupción a fondo. Tuvo ventajas y desventajas. Yo no tuve el beneficio de tener a la gente en la calle, de tener a la sociedad movilizada. Tuve sí el beneficio de la comprensión social y de la prensa. Pero no de la sociedad movilizada. No tuve ese beneficio pero sí tuve el beneficio de la sorpresa. En aquel momento no era imaginable una gestión como la nuestra. A punto tal, aunque no tengo elementos para comprobar estas propuestas, que yo tuve propuestas concretas de percibir de parte de jefes y oficiales que se proponían como conducción. Tuve propuestas concretas de un aporte mensual.
–¿Aparte de su sueldo como funcionario?
–Sí, aparte de mi sueldo. Era un aporte mensual teóricamente para el partido, para la gestión.
–¿Cuánto era?
–Y... mucha plata.
–Se acuerda cuánto era en aquella época?
–Por supuesto.
–¿Y quién era el que ofrecía?
–Yo no puedo decirle, esto es un delito. No tengo testigos.
–¿El ofrecimiento venía desde la propia policía o desde el PJ?
–Noo, nooo. Del partido no. La policía.
–¿En su época, la policía estaba vinculada al tráfico de drogas?
–En aquellos tiempos el tema de las drogas era enormemente menos significativo que hoy. Era un tema de debate conceptual. En aquel momento había una participación menor de la policía en el tema de la droga.
–Y qué impresión tiene de lo que sucede ahora?
–El tráfico ha crecido de una manera verdaderamente muy importante, extraordinaria. Y creo que existe hoy una vinculación por lo menos en algunos sectores en la regulación de ese negocio.
–¿Sectores de la policía?
–... (asiente)
–¿Y qué es la regulación de ese negocio?
–¿Cómo es la regulación de la práctica ilegal de la medicina en la provincia de Buenos Aires? Sé que existe un curandero en el barrio, todos sabemos que existen, pero tiene que pasar una cuota. Eso funciona así. Como funciona así el quinielero del barrio, como funcionan así otras cosas. La tecnología, utilizada para la administración de una actividad ilícita de menor cuantía, es útil para el desarrollo de otras. Y esto tiene que ver con lo que estamos hablando. Es posible mechar rubros.
–¿De qué tecnología hablamos?
–La tecnología es un método de organización, un método para asignar quién tiene que ir y cobrar y cómo se hace y de cuánto son las cuotas. No es arbitrario. Ni siquiera es que hay un distrito más caro que otro. Cuando hablo de un método, una tecnología, una gestión, hablo del desarrollo, la existencia y la permanencia de este tipo de métodos aceptados.
–Usted contaba que hubo investigaciones de jueces, con escuchas telefónicas, las primeras contra la policía. ¿Cuáles fueron los temas serios que influyeron para que usted tuviera que retirarse?
–Los problemas que determinan mi alejamiento no son los que descubren a la policía, sino la presión del ámbito político a las características de mi gestión. Yo fui ministro un año. En un año fui interpelado tres veces. Antes yo había sido diputado provincial cuatro años: en esos cuatro años había habido una sola interpelación por un tema grave, de obras públicas. En un año tres interpelaciones por una política que tenía apoyo de la sociedad y consenso en la prensa es mucho. Incluso en un momento el gobernador (Antonio Cafiero) me dice: “Mire, por qué no se viene a casa, así charlamos esto con tranquilidad”. Yo llegué a la casa del gobernador, en la gobernación, en la calle 5, y me esperaban casi todos los legisladores peronistas. Iba a ser una charla entre nosotros. En aquel momento se cuestionó que era una gestión que generaba muchas tensiones, que generaba mucho ruido. Apoyar una gestión de ese tipo tiene un costo.
–Si no hubiera estado presionado desde la política, ¿cuál espera que podrían haber sido los resultados de su gestión?
–La política tiene la obligación, y esto no es retórica, ni una frase moralista, de producir una evolución. Es necesario un apoyo para llevar adelante una gestión que modifique, que permita evolucionar en un tema muy sensible. Además, éste es un tema en el que no es central el punto de los recursos. Cuando Solá dice “vamos a incorporar cinco mil empleados para actividades administrativas y sacar cinco mil policías a la calle”, yo lo entiendo como un discurso, como un comentario con objetivos mediáticos. Pero creo que nadie seriamente está pensando que la resolución de los problemas de seguridad de la provincia pasa por salir a apresar delincuentes ocasionales. Acá hablamos de inteligencia que ya está hecha, hablamos de casos gravísimos de corrupción cada vez más graves, hablamos de que cuando aparece un ilícito impactante en la sociedad al poco tiempo se descubre la participación de algún funcionario policial. De eso estamos hablando.
–¿La policía hace política dejando que sucedan delitos altisonantes, es su forma de marcar la cancha, de influir?
–Yo creo que sí, que siempre hace política. Lo hace no sólo en ese sentido, sino también por omisión. Cuando yo fui ministro, me daba cuenta de la sorpresa, de la falta de experiencia de cómo manejarse con este tipo de confrontación. Entonces, la actitud era muy elemental. Era, en aquellos momentos, el autoacuartelamiento, la protesta airada, los planteos.
–¿En esa época hubo muchos autoacuartelamientos?
–Hubo más de un autoacuartelamiento y hubo planteos por escrito. Durante mi gestión fueron las primeras purgas. Cuando a mí me toca asumir, di de baja a 48 jefes y oficiales de la mayor graduación. Me llegaban los informes de inteligencia con respecto a sus antecedentes y había que elegir a alguien para que fuera jefe de policía y, bueno, había que bajar mucho en la pirámide para poder encontrar a alguien de quien por lo menos no hubiera informes nefastos con respecto a la existencia de negocios o participación en actividades no lícitas. No le estoy diciendo que había que bajar mucho en la pirámide para nombrar a la Madre Teresa de Calcuta. Había que bajar mucho para nombrar a alguien que no tuviera informes negativos. En aquellos momentos la actitud de la policía era muy primaria, más elemental: autoacuartelamientos, las movilizaciones de la policía. Hubo movilizaciones muy importantes de uniformados. Nunca más se dio eso. Hoy la actitud de la policía pasa más por un asentimiento irreal, un
laissez faire, un compromiso pour la gallerie, una colaboración estética. Frente a directivas que consideran no adecuadas, la Bonaerense hace la plancha. Eso fue muy visible cuando Juan Pablo Cafiero fue ministro.
–Usted contaba el caso de un ofrecimiento de mucho dinero para usted o para financiar el partido. ¿Cómo fue?
–Cuando se corren los rumores de que yo voy a ser nominado ministro de Gobierno, surge el ofrecimiento de conectarme con funcionarios policiales de alto rango para obtener información, para acercar elementos, para brindar propuestas. Entre esos ofrecimientos hay una cena en la que un grupo importante de jefes y oficiales me preguntan si tenía interés en informarme. Yo iba a desarrollar funciones en un área muy sensible, muy compleja, y todo lo que fuera información me interesaba. Entonces, en un momento de la cena quedo solo con dos funcionarios policiales en actividad. Me tratan como ministro, aunque todavía no lo era, iba a ser designado poco tiempo después. Y me dicen: “Tenemos unos obsequios para usted, una Itaka, un ovejero alemán adiestrado, porque usted va a necesitar seguridad. Y al mismo tiempo, le ofrecemos una propuesta, porque usted sabe que los recursos en política son necesarios. Le ofrecemos continuar con el mismo sistema con que se movió el radicalismo hasta ahora”. Yo pregunto entonces cómo es ese sistema. “Ese sistema es un aporte mensual”, me contestaron. Entonces yo les dije: “Yo arma nunca usé, perro tengo y la plata me va a atar las manos”. Allí se terminó la etapa de aproximación y comenzó una de confrontación.
–¿Usted sabe si los ministros que lo sucedieron aceptaron esas propuestas?
–No sé.
–¿Usted tiene información si el peronismo, o los partidos mayoritarios, se financian con aportes de la policía?
–Me cuesta entender que la moral tenga ficha de afiliación. Habrá gente macanuda en todas las expresiones políticas, salvo algunas que desde un punto de vista ideológico encarnan una concepción de la vida que no es moralmente humanista. Pero yo creo que sí.
–¿Qué opina de la designación de Arslanian?
–En términos generales me parece positivo. Encarna una decisión en una dirección por lo menos opuesta a la que en un momento encarnó Ruckauf. Ahora esa política hay que sostenerla en el tiempo, porque si las políticas van a durar lo que dura un funcionario no es humanamente posible anteponerse a una institución que maneja enorme cantidad de recursos, organización, armas, inteligencia, relaciones políticas. No hay un ser humano capaz de soportar la presión que eso significa, ni políticas que puedan ser sostenidas en el tiempo. Las políticas de Estado son posibles en la medida en que se dé la participación de la sociedad. Existen instituciones como el plebiscito, hay que aplicarlo, hay que introducir en la sociedad un debate sobre estas cosas y que la sociedad tome posición.Si no se buscan políticas de fondo, debatidas profundamente, se corre el riesgo de caer en cuestiones impulsadas por el humor social.
–¿Comparte la denuncia de Marcelo Saín de que muchos intendentes del conurbano, de la provincia de Buenos Aires, son socios o cómplices de los policías de su distrito en algunos delitos, en algunos casos?
–No me cabe ninguna duda. Y le estoy hablando desde la experiencia, de cuando se produce el primer planteo policial, en 1988. Era un planteo inaceptable, que decía cosas inaceptables como “no aceptamos que los funcionarios policiales sean llamados a declarar en el ámbito judicial en igualdad de condiciones con reos comunes”. Se estaba diciendo que un policía que era llamado a declarar por participar de un delito tenía que participar en condiciones especiales. ¿Y la igualdad ante la ley? Una de las cosas que la policía necesitaba para confrontar con nuestra gestión era la movilización de sus cuadros. En aquella época el sistema administrativo y la liquidación de sueldos se hacía en la misma institución. Por algún error, no casual, una de las liquidaciones fue pavorosa: de golpe, alguien recibió el 10 por ciento de lo que era su sueldo. Ese fue el argumento formal para producir una movilización. Entonces yo tomo nota de la importancia de retirar el sistema de liquidación de haberes del espacio físico de la policía. Ese era el argumento formal pero la confrontación era por otras cosas. Ese planteo policial yo lo resuelvo dando de baja a esa cúpula, con muchas presiones, enormes presiones. Se conforma una nueva dirección, a la que le doy las nuevas directivas. El nuevo jefe me dice: “Mire, entiendo lo que usted quiere hacer, ninguno de nosotros es una monjita, pero yo estoy dispuesto a acompañar”. Le dije entonces que yo me encargaba de los lineamientos, las directivas generales, y que él era responsable de cómo respondía la policía ante esos lineamientos. A los dos días viene el jefe de policía y me dice: “Mire, usted dice eso, pero cuando yo quiero designar funcionarios en las comisarías primera de varios distritos –y me da los nombres de los municipios– los intendentes quieren imponerme los nombres”.
–¿Se acuerda cuáles eran esos distritos?
–Sí, por supuesto. Los dos eran peronistas.
–¿Eran municipios importantes?
–...(silencio) Cuando el policía me dice cuáles eran los municipios, yo convoco entonces una reunión de intendentes de toda la provincia. Vienen todos los intendentes de todas las expresiones políticas, radicales y peronistas, y planteo el suceso. “Acá ha sucedido esto, cuando se le pide a la policía un comportamiento y parece dar muestras de voluntad de cumplirlo surge del ámbito político la intención de no ceder, porque ‘terminó el tiempo de los radicales y empezó el tiempo nuestro’. Hay intendentes que quieren funcionar de otro modo. Yo quiero saber cuál es la opinión de ustedes, porque si esto funciona así yo no tengo nada que hacer como ministro”, dije. Obviamente la posición fue unánime. De apoyo, “no esto es una barbaridad, la connivencia y lo otro”. El primero que abrió la boca fue uno de los dos que el policía se había quejado.
–¿Y para qué le sirve a un intendente nombrar al comisario de la seccional primera de su distrito?
–Hay varias razones. Un nivel de participación, plantear que determinadas cosas a mí no se me van a hacer. Si somos socios no me va a aparecer ninguna cuestión grave, ¿no le parece? Las dos son nefastas, porque si hay que utilizar un acuerdo con el submundo del delito para garantizar que acá no me va a aparecer ningún cadáver es grave. Pero obviamente hay municipios más fuertes y otros menos fuertes en ese sentido. Hay intendentes a los que se les puede hacer lo que sea, y hay otros con los que no se pueden hacer esas cosas.
–Con el paso del tiempo, en esta relación estrecha entre la policía y la política, han ido surgiendo figuras que parecen representar lo que piensa la institución y que son las que acercan las preocupaciones, la sensación térmica que se vive. Se dice que uno de estos dirigentes es el senador provincial Horacio Román, ¿hasta qué punto es un mito o es así?
–Román y otros no son un mito.
–¿Qué significa que no son un mito? ¿De qué forma inciden en la realidad?
–Y bueno, articularán relaciones...
–¿Usted, durante su paso por la gestión, tuvo conflicto con él?
–Tuve conflictos con dirigentes del peronismo y del radicalismo que me vinieron a hacer planteos concretos si iba a nombrar a fulano o a mengano, o cómo se arreglaba una cuestión de algún político en alguna interpelación, o a partir de algo que hubiera surgido en los medios. “Si lo de este señor se arregla, nuestra posición es una. Si no se arregla es otra.” Son actitudes corporativas, hay una gran diferencia entre lo político usado para defender intereses personales y lo político partidario. Pero mientras usted me hacía estas preguntas, yo pensaba en la prensa. ¿Hay medios o personas que no reciben plata de la policía? Veías un titular en determinado diario, ese titular genera sensación social, estados de ánimo, y responde a un interés muy definido vinculado a la policía de la provincia. Eso también habla de relaciones económicas.
–¿Cambió en algo la policía desde el 1988 a hoy?
–Es peor. No se debe separar lo que pasó en seguridad de la desmesurada orgía moral del menemismo. El menemismo iluminó con una luz nefasta toda la escena nacional. La degradación que hubo no sólo de patrimonio, de recursos, también fue en estos otros espacios. No hay que olvidar la vinculación de algunos policías con algunos atentados monstruosos, como el atentado a la AMIA o a la embajada de Israel. No somos mejor sociedad hoy que antes del menemismo. La voracidad sobre el tema recursos, el sálvese quien pueda, se ha profundizado.
–Si se ha profundizado la degradación, y también en la policía, ¿la solución pasa por crear una nueva fuerza que reemplace a la Bonaerense?
–Yo no suelo hacer hincapié en la tecnología. Si la decisión política es seria, está tomada, vino para quedarse, entonces la tecnología me interesa que sea la más adecuada porque va a colaborar. Y en ese sentido, la intención de generar una policía metropolitana es una buena alternativa. Es útil, es una jugada de cirugía mayor.
–¿Comparte lo que dijo Solá, que la política de seguridad debe ser “sustentable”, que hay que ir gradualmente? ¿O piensa que hay que ir con toda la fuerza, como diría Maquiavelo, “todo el terror al principio”?
–Me parece que éste es un momento en el que la sociedad va a apreciar que se avance todo lo a fondo posible. Por supuesto que siempre hay un margen, el ideal es un objetivo a alcanzar en el tiempo. Proponerse resultados ideales ya puede ser ingenuo, más que pretencioso. Pero sí me parece que es momento para dejar constancia de que hay decisión política de producir una transformación profunda.