EL PAíS
“Sé que es difícil volver a empezar, pero esta vez quiero terminar”
Los trabajadores de la cooperativa Gráfica Patricios recuperaron el predio de Barracas. Volvieron a producir y ahora inauguraron una escuela de reinserción para los chicos que habían abandonado.
Hace un año, el destino del enorme galpón de Barracas parecía ser el olvido. Tras meses de lucha de los obreros, no sólo las rotativas de la imprenta se pusieron en marcha. En la cooperativa comenzaron a funcionar un centro cultural, un colegio nocturno y, desde ayer, la primera escuela ubicada dentro de una empresa recuperada, para chicos que abandonaron sus estudios y desean terminar el secundario. En Gráfica Patricios, el olor a tinta y papel se siente en el aire. Las ganas de aprender, también.
“Acá en Buenos Aires es muy difícil conseguir trabajo sin haber terminado la secundaria”, explica María con una tonada tucumana que, a pesar del tiempo, perdura en sus palabras. Hace ya tres años, cuando tenía sólo 15 y todavía vivía en su provincia, dejó segundo año y comenzó a trabajar vendiendo libros. Llegó a la Capital de la mano de uno de sus 12 hermanos y aunque vino de visita decidió quedarse. “Una vecina me contó que vio en la tele lo de las escuelas de reingreso y me dieron muchísimas ganas de venir. Sé que es difícil volver a empezar, porque es como arrancar de nuevo, pero esta vez quiero terminar”, dice y le brillan los ojos.
Como María, más de cien jóvenes decidieron terminar el secundario y encontraron su oportunidad en una de las seis escuelas de reinserción, que lanzó en marzo la Secretaría de Educación porteña en los barrios con más cantidad de chicos que abandonan el estudio. “Este es un doble desafío. No sólo estamos inaugurando un nuevo colegio, sino que lo hacemos dentro de una empresa recuperada. Nos dimos cuenta de que solos no podemos y que debemos aprender de la dignidad de la lucha de los trabajadores”, dijo la titular de la cartera, Roxana Perazza, rodeada de alumnos y de los obreros que abandonaron por un rato las máquinas para presenciar el acto de inauguración al que también asistió el jefe de Gobierno, Aníbal Ibarra.
Dentro de la gran imprenta que se alza en una manzana de Barracas, allá donde la avenida Patricios se choca con el Riachuelo, funciona la sexta de las escuelas destinadas a los chicos de entre 16 y 19 años que quieren volver a estudiar. En el segundo piso, con modernas rotativas y enormes bobinas de papel como escenario de fondo, están ubicadas las aulas con relucientes escritorios. Desde el ventanal de lo que ahora es el patio de recreo, los jóvenes pueden ver trabajar a los obreros que, desde noviembre, autogestionan la empresa.
“Hoy los que me siguen enseñando son los trabajadores de la Cooperativa. Me enseñan de dignidad, sacrificio y solidaridad. Me enseñan que este sistema tiene salida en la unión, en la pelea codo a codo”, asegura conmovido Néstor Reveti. Su emoción no es sólo por la inauguración de la escuela. Haber nacido en la Boca y ser hijo de una empleada gráfica son dos motivos más para sentirse orgulloso de ser el director de un colegio en el que los chicos tomarán contacto directo con la experiencia que viven los obreros en la lucha por la recuperación de sus fuentes laborales. Aunque este proceso de reapertura de fábricas comenzó hace algunos años, muchos de los alumnos no lo conocieron hasta que pisaron la nueva escuela. “No sabía que existían fábricas recuperadas. Sólo conocía lo de Brukman por la represión”, dice Sebastián carpeta en mano. “Por lo que pude ver acá, está bueno –comenta entre sus compañeros– , No tienen jefes, trabajan por su voluntad, nadie los apura. Son como los dueños de la empresa.”
Al igual que María, Mauro regresó al colegio después de tres años.
–¿Por qué abandonaste? –le preguntó este diario.
La simple pregunta despertó en el joven el relato de toda una historia. “En el 2000 entré a la secundaria. Como me iba mal empecé a consumir drogas. Cuando no daba más, le pedí a mi familia que me internara. Estuve un año en una granja y ahora estoy rebien. Decidí volver porque quiero recibirme para empezar la facultad. ¿Sabés qué quiero ser? –pregunta y, sin dar tiempo para responder, continúa–. Psiquiatra, quiero ser psiquiatra. Yo quiero ayudar a los chicos como me ayudaron a mí. Quiero trabajar, poner fuerza y voluntad. Ponerle el pecho a las balas.” Para Mauro, como para muchos de los chicos, terminar la secundaria es más que un mero desafío académico.
Informe: Martina Noailles.