EL PAíS
Bush no ganó la guerra de Irak ni la del petróleo
Estados Unidos y ese mundo que incluye a Europa y Oriente se topa con una restricción energética para crecer, casi como la Argentina. El problema es de demanda, pero el cuco es la oferta.
Por Julio Nudler
Desde 2002, todos creían o sospechaban que la verdadera razón que impulsaba a Estados Unidos a invadir Irak era el petróleo. Instalarse en el corazón de Oriente Medio, en la gran cisterna mundial de crudo. Pero al día de hoy el barril se disparó por encima de los 40 dólares, precisamente cuando los ciudadanos de USA están preparados para lanzarse con sus automóviles a las carreteras, y nadie sabe a ciencia cierta si culpar a la demanda mundial por la imparable carestía del combustible, o temblar por una oferta de oro negro limitada por el magro margen de capacidad ociosa en los países petroleros y jaqueada por la amenaza terrorista. Mientras la producción iraquí sigue diezmada por los atentados, las dudas más inquietantes apuntan a Arabia Saudí, ese reino montado encima de un cuarto de las reservas globales y en cuyas manos están casi dos tercios de la capacidad de aumentar la extracción de crudo a corto plazo para saciar una demanda que no ceja. Para un país como la Argentina, exportador muy marginal de petróleo, pero exportador al fin, la inflación del barril es, relativamente, una buena noticia. Sin embargo, el saldo final dependerá de cuánto incida esta crisis energética global sobre el ritmo de la economía mundial y, por tanto, sobre variables como el precio de la soja, mucho más decisivo para el balance de pagos argentino. De todas formas, lo que debería resultar más fácil es conseguir eso que faltó en los últimos años: inversiones en el sector energético. El petróleo nacional se torna altamente rentable a estos precios.
La vital necesidad de asegurar que nada perturbe la producción hidrocarburífera saudita tiñe de un nuevo color toda la encrucijada estratégica que enfrentan Estados Unidos y sus aliados en Irak. Aunque el fracaso político, la evidencia del fraude montado para engañar a la opinión pública y las horribles imágenes del trato despiadado que se dispensa a los detenidos iraquíes van instalando la idea de una retirada militar, sería impensable que los norteamericanos y sus coligados evacúen una región desde la cual el terrorismo fundamentalista puede llevar elcaos a la economía mundial. Haya atraído o no al aparato bélico del Pentágono cuando se abalanzó hacia Bagdad, lo cierto es que hoy el petróleo va a retenerlo de alguna forma.
Esa pesadilla occidental no ha sido hasta ahora, sin embargo, mucho más que eso. Es verdad que hace sólo quince días unos pistoleros mataron a seis personas en una oficina saudí de un contratista petrolero norteamericano, ABB Lummus, y que pudieron desbaratarse algunos atentados en preparación contra instalaciones petroleras, según fue trascendiendo. También hubo advertencias a Kuwait sobre posibles ataques desde el mar sobre sus puertos. Pero lo que concretamente remonta el precio del barril es la demanda en general, y la de países como China en particular, que este año viene deglutiendo unos 6 millones de barriles diarios, 15 por ciento más que en 2003. Gracias a este fenómeno, los despreciados recursos naturales, de los que por ejemplo dispone la Argentina, están mereciendo mejor prensa en el mundo presente.
Algo semejante a lo que pasa con China ocurre con los países asiáticos que rodean al antiguo imperio, pero también con el conjunto de la OCDE, y fundamentalmente con Estados Unidos, cuya economía crece vigorosamente, y con ella sus compras de crudo. La producción de petróleo se muestra mucho menos elástica que la demanda, y en el corto plazo no hay manera de que los cambios tecnológicos, orientados a reducir aún más el consumo energético o a desarrollar otras fuentes alternativas como la del célebre hidrógeno, incidan en la ecuación. Por tanto, la tensión entre oferta y demanda se expresa en el aumento del precio, y cuando éste traspone cierto nivel, todo puede desembocar en más inflación y una caída en el ritmo de expansión de la economía mundial, o incluso en una franca recesión, temporaria, pero dolorosa.
Estos fríos cálculos se ven perturbados hoy por un factor nuevo, impredecible, que es el terrorismo, que puede segar desde dentro de países como Arabia Saudí la producción, de igual manera como lo ha hecho en la vecina Irak. La oferta de crudo no está asegurada, y una demanda que no le da respiro puede conducir a un shock petrolero de consecuencias muy severas para bloques como el de la Unión Europea, extremadamente deficitario en energía. Para colmo, mientras el barril se encarecía en dólares, pero el dólar caída frente al euro, los habitantes de eurolandia no sentían el impacto. En las últimas semanas, en cambio, el dólar comenzó a repuntar, mientras los precios en dólares del crudo seguían subiendo, con lo cual el impacto sobre el Viejo Mundo se duplicó.
Paul Krugman piensa que los precios del petróleo seguirán en estos niveles, o subirán todavía más, incluso en ausencia de nuevas malas noticias de Oriente Medio (¿qué serán “malas noticias”?; quizá las buenas). Pero si esas malas noticias llegaran, entonces se desataría una auténtica crisis. Cada 10 dólares de incremento en el barril de crudo equivalen para los consumidores estadounidenses a un impuesto adicional de 70 mil millones de dólares, que se les cobrará a través de una mayor inflación.
No es tan sencillo, con todo, que el petróleo pueda hoy generar una estanflación, esa combinación de estancamiento con suba generalizada de precios, porque en los últimos 30 años el consumo energético norteamericano por cada dólar de Producto cayó a la mitad. Además, mientras en aquellas épocas las subas de precios se propagaban a través de los aumentos salariales que las seguían y realimentaban, hoy los trabajadores no tienen casi ninguna capacidad de defender sus ingresos reales. No olvidar que se vive la época del crecimiento sin empleo.
Aun así, si la oferta energética no puede expandirse lo suficiente, tarde o temprano habrá una recesión mundial que frene la demanda. Algún mecanismo de ajuste tendrá que funcionar. En el mediano-largo plazo la oferta de petróleo aumentará, porque los altos precios inducirán másinversiones en el sector, y también decrecerá la demanda por una ulterior evolución tecnológica, pero en la transición el mundo sufrirá. Al complicado panorama se agrega la convulsa situación política en dos países exportadores como Venezuela y Nigeria.
Quienes buscan restar dramatismo a la situación destacan que, en dólares constantes, el precio actual es apenas la mitad del alcanzado en 1979, cuando la crisis de la revolución islámica iraní. Pero eso también puede ser leído en sentido opuesto: ¿querrá decir que el barril puede irse a 80 dólares de hoy? Según una advertencia de Goldman Sachs, si el precio en 2005 fuese superior en un 10 por ciento al de 2004, los países del Grupo de los 7 crecerían 0,3 por ciento menos, con lo que su expansión perdería 70 mil millones de dólares.
La increíble inestabilidad de la situación puede advertirse en las marchas y contramarchas del cártel de la OPEP. Arabia Saudí, que lleva la voz cantante en la organización por el gigantesco volumen que maneja, sólo tres meses atrás temía un derrumbe del barril e impuso una decisión de disminuir en un total de un millón de barriles diarios la producción de los países miembro, hasta dejarla en 23,5 millones. Ahora va a proponer en la próxima reunión un aumento mínimo de 1,5 millón por día para evitar que el precio se estabilice muy arriba e induzca demasiados esfuerzos en los países consumidores por reducir su dependencia del petróleo a largo plazo.
Pero la visión más equilibrada indica que el cártel y el conjunto de países exportadores ajenos a él es poco lo que pueden hacer, y que lo decisivo será la evolución de la demanda. El mundo se topa con una restricción energética a su crecimiento, algo si se quiere similar a lo que le está sucediendo a la Argentina. Esa restricción global quiere decir por ejemplo que costará combatir el aumento en el desempleo, y también licuar, en el contexto de economías en expansión, algunas encrucijadas estructurales, como el peso deficitario de la seguridad social y previsional. El mundo quizás entre en una fase de exacerbación de los conflictos, incluso los que se libran al interior de sus economías más prósperas.