EL PAíS
Barrionuevo no tumbará a Duhalde a cambio del manejo de fondos
El senador por Chacarita se acerca al poder con su esposa como ministra de Trabajo, un lugar desde donde se puede repartir algo.
Por Martín Granovsky
Alguna vez Luis Barrionuevo se definió como el “recontraalcahuete” de Carlos Menem. Y le arrimó el aparato de los gordos de la CGT, los dirigentes de los sindicatos más grandes. Desde hoy Graciela Camaño de Barrionuevo es la nueva ministra de Trabajo. Pero los gordos están bastante más flacos. Entonces, ¿qué tiene Barrionuevo para dar? Solo una promesa de abstinencia. La promesa de no vetar, de no tumbar al Gobierno. No es poco: para una administración tan débil, vale tanto como un apoyo activo.
Barrionuevo analizó públicamente que Fernando de la Rúa debía renunciar y fue el primero en pedir, también en público, que De la Rúa se fuera. “No sé si no es un enfermo que se evade de la situación”, lo definió. Y hace solo una semana se convirtió en el lenguaraz del veto de los gobernadores contra el más que transitorio candidato a ministro de Economía Alieto Guadagni.
“Los ministros pasan y nosotros quedamos”, es su frase preferida sobre el ministerio laboral por donde ahora pasará su mujer. El sector de la Confederación General del Trabajo que responde a Rodolfo Daer, el mismo de Barrionuevo, no tiene hoy ninguna chance de repetir los antiguos éxitos de lo que se llamaba movimiento obrero organizado. Pero podría verse tentado de aprovechar la inmovilidad súbita de Hugo Moyano para ganar terreno y disputar con la Central de Trabajadores Argentinos y los piqueteros. Por el momento, con Graciela Camaño en Trabajo, no lo hará. Y se acercará a la única posibilidad del Gobierno de hacer política: el manejo de los planes sociales. Esa es la interesante contrapartida que recibirá Barrionuevo por no ejercer el poder de veto y no tumbar lo tembleque. Además, claro, de sumar a su biografía otra actividad en el servicio a la patria.
La última actividad la despliega Barrionuevo como senador nacional por Catamarca, la provincia donde nació y no vive, y donde terminó con la cautividad peronista en manos del clan Saadi.
En el tiempo libre “Luisito”, como lo conocen sus amigos, preside Chacarita Juniors, en el puesto número 13 con 17 puntos, a 20 del primero, décimo de peor a mejor en la tabla de los más jaqueados por el descenso, de donde ya salió para llegar a primera. Barrionuevo se jacta de haber solucionado la violencia que ejerce la barra brava del club, cosa que en un momento logró regalando a sus jefes pasajes para el Mundial de Francia. La paz, por llamarla de alguna manera, se perdió este año, y la devaluación hace difícil que el club pueda ser tan generoso y entregue viajes a Japón y Corea.
“Chaca es una pasión, una adicción, un desafío permanente”, explicó una vez Barrionuevo. “Varias veces me preguntaron para qué me metí en Chacarita. Y lo mismo ocurrió cuando me metí con Menem. Yo les dije que iba a ser presidente de la Nación, cuando nadie daba cinco guitas por él, y lo logramos.”
Pasión. Cuando aún gobernaba De la Rúa, Barrionuevo dijo que su candidato ideal para el peronismo era el cordobés José Manuel de la Sota. Pero no descartó a Menem, aunque sí, con premonición, a Carlos Ruckauf, cuando aún era gobernador y parecía número puesto y nadie pensaba que terminaría como el canciller clandestino de Eduardo Duhalde.
Adicción. Barrionuevo vive solo a cuatro cuadras de la cancha de Chacarita, pero aunque jugaba de wing derecho al fútbol, su deporte preferido es el golf, primer puesto en sus gustos junto al mate, el vino tinto y las mujeres fortachonas cuando vienen de frente.
Un desafío permanente. Como Enrique Nosiglia, Barrionuevo es un tejedor permanente de alianzas. Juntos hilvanaron el apoyo del Grupo de los 15, como en 1987 se llamaba a los Gordos, al gobierno de Raúl Alfonsín. “Ponelo, ése es mío”, le dijo Nosiglia al entonces ministro, Carlos Alderete, cuando revisaban la lista de nombres amigos. Se conocían de cuando el radical fue viceministro de Acción Social, a comienzos delperíodo alfonsinista, y Barrionuevo era interventor en la obra social gastronómica. Juntos comparten la fascinación por la medicina prepaga, un negocio que los encandila, y juntos ataron el Pacto de Olivos que le dio a Menem la posibilidad de una reelección cuando las encuestas indicaban que el 70 por ciento de los argentinos estaba en contra de la reforma constitucional. Pero a diferencia de Coti, Barrionuevo asume permanentemente puestos públicos y no se contenta con ser el poder en la penumbra. Ex empleado del jabón, Barrionuevo es el líder de los gastronómicos, uno de los sindicatos con mejor ramificación nacional.
Su relación con los propietarios del dinero es paradójica. Jugó con los gordos junto con Menem para quitarle conflictividad a la fábrica de pobres de la Argentina convertible, pero suele hablar contra “los que se chorearon el país” y dice que el jefe de todos era Domingo Cavallo, quien llegó a cumplir siete años como ministro de Menem.
Barrionuevo es dueño de una casa en el country Golfer’s, uno de los más caros del Gran Buenos Aires, pero asegura no tener, de dinero, nada, a pesar de que la plata tiente y que haya corrupción “en todo lugar en el que haya posibilidad de manejar dinero ajeno”. En todo lugar: “Desde una sociedad de fomento hasta el club más importante del mundo”. Y sin límites: “Meter la mano en la lata es un fenómeno universal”. Nada de eso ocurrió, naturalmente, cuando Barrionuevo fue designado jefe del Instituto Nacional de Obras Sociales, en 1989. Por algo al asumir había prometido acabar “con la coima y el amiguismo”.