EL MUNDO › EL PRESIDENTE CONSERVADOR ES UN REHEN DEL VOTO DE LA IZQUIERDA
Chirac tiene un pequeño problema
Dependiente del apoyo de la izquierda para ganar con fuerza este domingo, pero ansioso de diferenciarse de ella con vistas a las cruciales elecciones legislativas de junio, el presidente francés queda en una posición incómoda entre Jean-Marie Le Pen y las manifestaciones.
Por Eduardo Febbro
Una vez que el grito de las multitudes que colmaron las calles de Francia el primero de mayo (un millón y medio de personas) se hizo murmullo, la controversia política en torno de la “propiedad” e “identidad” de los manifestantes se instaló en el primer plano del debate. El presidente saliente Jacques Chirac y el conjunto de la derecha intentan por todos los medios separarse del “frente republicano” que vota por él. Como dicho frente está mayoritariamente compuesto por gente de izquierda, la derecha arguye que “lo importante no es la calle sino las urnas”. Pero la realidad es innegable y la amplitud de las manifestaciones cotidianas pesa cada vez más sobre el presidente saliente. El primer secretario del Partido Socialista francés, François Hollande, afirmó que “la derecha no se animó a jugar la carta de la movilización contra Le Pen”. Cada día, en París o en las provincias, la ausencia de manifestantes conservadores se hace cada vez más crítica.
La derecha explica que “la única manera de luchar contra la extrema derecha consiste en reinstalar en la sociedad la diferencia entre la izquierda y la derecha. Es una manera de contradecir los argumentos de Jean-Marie Le Pen cuando dice que entre la derecha y la izquierda no hay ninguna diferencia, que ambas son cómplices”. En este contexto, los analistas ponen de relieve las consecuencias dramáticas que tuvo ese argumento que sirvió los intereses de Le Pen. El historiador Jacques Julliard señala que el sistema “esta bloqueado porque la línea entre la izquierda y la derecha, que fue la suma teológica del orden político, se empañó en provecho de la diferencia entre el pueblo y las elites”. Julliard observa que dentro de un sistema no alternativo como lo es el de “pueblo-elites, los electores pueden pasar de un extremo a otro, es decir, votar por la trotskista Arlette Laguiller en la primera vuelta y por Jean-Marie Le Pen en la segunda, pensando que Le Pen también pretende destruir un sistema que excluye a la gente pequeña, a los humildes, a quienes carecen de título universitario”.
Expulsada de las urnas por el voto que colocó a un candidato de la extrema derecha en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, la izquierda reconquistó su espacio en su terreno histórico, es decir, las calles. Chirac está hoy en la cuerda floja: su medio natural es la derecha pero, sin el frente republicano que sostiene la cuerda, el mandatario se viene abajo. El PS constata con alivio que aún le quedan muchos de los resortes que creyó haber perdido. La ex ministra de Trabajo Martine Aubry (la autora de la ley sobre las 35 horas semanales) arguye que la gente en las calles prueba “que la izquierda está menos destruida que la derecha”. El dilema de la derecha cabe en un cálculo: sin un gran número de votos, Chirac y la república salen debilitados. Al mismo tiempo, cuanto más elevado es el porcentaje, más estrecho es el margen de maniobra que le queda al futuro presidente. Las multitudes que hoy se resignan a votar por él, mañana pueden salir a las calles a oponerse a su política. Sea cual fuere el porcentaje del domingo, Chirac aparece como “el rehén” de las urnas.
Los socialistas, los comunistas, los trotskistas y los centristas que no pueden ver a Chirac ni en foto han lanzado una serie de “medidas ciudadanas de protección” para el voto de este domingo. Algunos proponen que los simpatizantes de la izquierda “vayan a votar con guantes de goma”, otros que lo hagan con máscara de gas para evitar “la contaminación o, a falta de máscaras, con un broche en la nariz debidamente desinfectado”. Pese a que la extrema derecha no parece contar con las fuerzas suficientes como para salir victoriosa el domingo, los pronunciamientos contra Le Pen vienen de todos los bordes, principalmente de la izquierda. Los diarios y las revistas no cesan de llamar a sus lectores a expresar en las urnas un masivo rechazo a la ultraderecha. En su última edición, el semanario Le Nouvel Observateur puso en la tapa el llamado a votar por Chirac. Bajo el título “Porque otra catástrofe es posible, contra Le Pen” aparece una mano poniendo en las urnas un voto a favor de Chirac. Su director, Jean Daniel, recomienda a sus lectores que, a fin de evitar las consecuencias imprevisibles del abstencionismo, vayan votar el domingo “siguiendo el ejemplo de nuestros hijos para traducir en las urnas la alegría de las manifestaciones”. Daniel expresa el profundo temor de que Jacques Chirac saque menos del 70 por ciento en las urnas y propone por ello elegirlo masivamente con la meta de “diluirlo en la marea de nuestros apoyos”. Pero la angustia y el recelo que gana el corazón de la izquierda llegan a tener acentos patéticos. Jean Daniel reconoce que apostando por las urnas de Chirac “salimos de la fatalidad pero entrar en la incertidumbre”.