EL PAíS › CLAUDIA POBLETE, HIJA DE LOS
DESAPARECIDOS DEL CASO QUE MOTIVO EL FALLO
“Tiene que haber justicia para todos”
Por primera vez habla la hija restituida de José Poblete y Gertrudis Hlaczik. Ambos permanecen aún desaparecidos. Claudia cuenta sobre el fallo, sobre la recuperación de su identidad. Cómo fueron los hechos. Las características de la causa.
Por Victoria Ginzberg
Claudia Victoria Poblete supo su verdadero nombre hace cinco años, en un despacho de los tribunales de Comodoro Py. Cuando el juez Gabriel Cavallo le mostró una foto que le había sacado su abuelo 22 años antes se reconoció inmediatamente. No necesitó revisar la pila de papeles que le ofrecían con el resultado del análisis de ADN que comprobaba que era hija de los desaparecidos José Poblete y Gertrudis Hlaczik y no del teniente coronel Ceferino Landa y Mercedes Moreira, como creía hasta ese momento. Con el tiempo se acostumbró a leer en las crónicas periodísticas su viejo y nuevo nombre, que ayer quedó asociado a un hito contra la impunidad. “Ninguna condena me va a sacar el dolor que tuve que pasar. Pero es importante que estas leyes (de punto final y obediencia debida), que fueron injustas, sean anuladas. Para que haya justicia, tiene que haber justicia para todos. Es importante que institucionalmente se reconozca lo que pasó y quiénes fueron los responsables”, dijo a Página/12.
Desde que se enteró de que era hija de desaparecidos y sobre todo desde que su expediente se convirtió en la posibilidad de reapertura de las causas contra los represores de la última dictadura, Claudia optó por un perfil bajo que desea mantener. No quiere que le saquen fotos. Tiene 27 años y es ingeniera en Sistemas. Es rubiona y de tez blanca como su mamá, pero tiene una altura que supera el 1,70 que heredó del padre.
–¿Qué es la justicia para vos? –le preguntó Página/12 el lunes por la noche en el PH de Villa Crespo donde vive el tío Fernando Navarro Roa, hermano de José. La Corte Suprema todavía no había anunciado el fallo en el que se declaraba la anulación de las leyes de impunidad. Pero ya era casi un hecho.
–Creo que la justicia existe, no sé si la minúscula, la que hacen los jueces todos los días, pero creo que a cada uno le llega lo que corresponde. Desde el punto de vista de una sociedad, la Justicia debe ser real. Si la gente hace algo mal, tiene que enfrentar su castigo –dijo Claudia.
La respuesta no estaba asociada sólo al represor Héctor Simon, alias “El Turco Julián”, un hombre al que escuchó por televisión relatar y ufanarse de las torturas que practicaba en el centro clandestino de detención El Olimpo, donde ella y sus padres estuvieron secuestrados. También estaba dirigida a sus apropiadores, con quienes mantiene un vínculo del que prefirió no hablar. Sólo afirmó: “Cada uno es responsable de sus actos”. Saber que no era quien había creído durante 22 años no fue una situación fácil de digerir. Hubo bronca, extrañamiento, impotencia. Al principio, Claudia se sentía como en una película que pasaba demasiado rápido y, de hecho, le sería imposible reconstruir en detalle esos momentos. Todos los días había gente nueva que conocer, datos que asimilar. “Después vino la parte más linda, como sentir que una familia me estuvo buscando durante un montón de tiempo. Descubrí un mundo nuevo, se me abrió el mundo. Es difícil porque en el momento que supuestamente tenés que empezar a separarte de tu familia, la empezás a conocer. Después me di cuenta de que antes, inconscientemente tenía un peso que no percibía, que no decía o hacía algunas cosas. Ahora me siento más completa, más tranquila y no hubiera hecho esos cambios sin saber quién era. Ahora no soy parte de una mentira”, señaló Claudia.
Su experiencia puede servir a otros. Para ella, los jóvenes que siguen desaparecidos pueden necesitar ayuda para tomar la decisión de someterse al análisis de sangre que les devolverá su identidad. Ese auxilio –señaló– debería venir del Estado: “Tiene que haber una conducta uniforme y la decisión no puede recaer en los chicos. Cargarlos con esa decisión es cruel”.
Para un hijo de desaparecidos recuperar la identidad es también encontrarse con una ausencia. Claudia la percibe en los momentos en que se siente sola y le gustaría saber cómo serían sus padres ahora.
José Poblete nació en Chile. El 13 de septiembre de 1971 perdió las piernas al ser arrollado por un tren en la estación central de Santiago. Tenía 16 años. Un año después llegó a Buenos Aires para comenzar un tratamiento en el Instituto de Rehabilitación del Lisiado. Allí ayudó a formar el Frente de Lisiados Peronistas que respondía a la Juventud Peronista y que luego se transformó en la Unión Socioeconómica del Lisiado. Esa agrupación impulsó y logró que se sancionara una ley que obligaba a las empresas a tomar entre sus empleados a un cuatro por ciento de discapacitados. Fue la tercera norma derogada por los militares después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
En el Instituto de Rehabilitación José conoció a Gertrudis “Trudy”, íntima amiga de una de sus compañeras de militancia. Claudia nació el 25 de marzo de 1978. Ocho meses después, los tres fueron secuestrados y llevados a El Olimpo por un grupo de tareas que, entre otros, integraban El Turco Julián y Juan Antonio del Cerro, alias “Colores”. La beba estuvo poco tiempo en el lugar antes de ser entregada al teniente coronel Landa y su mujer, que ya fueron juzgados por este hecho.
Gertrudis y José siguen desaparecidos. Sobrevivientes del centro clandestino relataron que ambos fueron sometidos a torturas y vejámenes de todo tipo. A José, además, lo denigraban y se burlaban de él llamándolo “cortito”. Sus compañeros supieron que lo habían “trasladado” cuando vieron su silla de ruedas en la reja de salida de El Olimpo.
Esta es parte de la historia que se oculta detrás de la causa en la que se declararon inconstitucionales las leyes de impunidad. Esta medida permitirá que, en breve, Simón y Del Cerro sean juzgados por un tribunal oral. Suele ocurrir que funcionarios judiciales o abogados no tienen en cuenta las personas detrás de los expedientes. No fue éste el caso. Claudia y su tío reconocieron la labor humana de las abogadas del CELS que trabajaron junto con las Abuelas de Plaza de Mayo, del juez y de quienes eran sus secretarios. Ahora hay 30 mil historias que reconstruir.