EL PAíS › OPINION

La aparición del Plan C

Por Mario Wainfeld

Nada forzaba a Néstor Kirchner, Cristina Fernández y Rafael Bielsa a que, con unanimidad inequívoca, utilizaran sendas tribunas en Nueva York para lanzar rayos y centellas contra el Fondo Monetario Internacional (FMI). La ocasión era, por decirlo de alguna forma, anacrónica. No era un cónclave del FMI, las negociaciones con el organismo están frizadas desde hace meses, nadie arrojó guante alguno al respecto. La intención electoralista nunca puede descartarse o, si usted prefiere, es ineludible para cualquier análisis pero quizá no sea la única explicación. Página/12 se intriga y le pregunta a un comensal de la mesa chica del kirchnerismo, esa que (contradiciendo la prédica de Luis Sandrini) no se agranda para nadie más. El hombre se pone historiador
“En 2003, en su primer viaje a Nueva York, el Presidente habló de la anomia, de la ingobernabilidad, de la falta de poder político, de las debilidades institucionales. En 2004 hizo centro en el canje de deuda privada. Sus discursos siempre tuvieron eje en el principal problema de la Argentina. En 2005, el problema central es el FMI”, discurre como un silogismo. Agregando una pizca de beligerancia, que en el kirchnerismo nunca falta, agrega. “Además, es un alarde de sinceridad. ¿No nos reprochan, cuando hablamos en José C. Paz sobre el FMI, que lo hacemos para la tribuna, que gritamos donde no nos escuchan?”
Tras pelearse, el hombre vuelve al núcleo. “No estamos cómodos tal como estamos. No pagarle al FMI no existe. Todos le pagamos, Hugo Chávez y nosotros”, comienza el ministro. “Renegociar es imbancable. Si lo hiciéramos ahora, volverían las condicionalidades. Nos dirían que frenáramos las obras públicas, que no avanzáramos con el refinanciamiento educativo.” La argumentación es una letra clásica del Gobierno, incluyendo al ministro de Economía. Lo más novedoso es que el funcionario también reconoce que el desendeudamiento es muy costoso de sostener en los años venideros. Y tampoco se muestra muy entusiasmado por la virtualidad de conseguir una refinanciación parcial de intereses sin condicionamientos, una hipótesis que hace unos meses tenía alto rating en la Rosada y que hoy día sigue teniéndola en Economía.
Nada de lo posible actualmente (ni siquiera lo más liviano y arduo de lograr) satisface al allegado del Presidente. “Estamos incómodos –se reitera–, tenemos que modificar la relación con el FMI, cambiar los ejes.” A Página/12 el planteo le resulta impreciso. Pero su interlocutor prefiere no avanzar más.
Ya solo, repasando la historia él mismo, el cronista recuerda que Kirchner (así se narró varias veces en este diario) ha especulado con la hipótesis de negarle en el futuro al FMI su condición de acreedor privilegiado. “Prestamista de última instancia y cobrador de primera” reprochan desde surtidas tribunas al FMI... y a los negociadores argentinos que le admitieron tamaña diferencia con los acreedores externos privados. Esa recriminación le duele al Gobierno pues lo corre por un par de costados sensibles, el progresista y hasta el nac&pop. A Kirchner le encantaría desembarazarse de ese reproche. Puede que la idea siga rondando su cabeza. Claro que una jugada de esa naturaleza no sería cosa ligera. Equivaldría a una revolución en las relaciones con el FMI; sería difícil de sostener por la Argentina en soledad.
Si la mesa chica del kirchnerismo no agrega nuevos listones, la de negociación con el FMI debe estar rondada de telarañas. No es la primera vez que Kirchner se pone tonante, en José C. Paz o en Nueva York. Algún lector suspicaz pensará que fue sólo una movida pensando en el electorado argentino. Alguno, mejor dispuesto hacia el Gobierno, puede imaginar que los discursos en cadena de Kirchner, Cristina Fernández y Bielsa sean una gestualidad destinada a las contrapartes, mostrarles los dientes. No es infrecuente que el Presidente verbalice planteos de máxima en los albores (o en el desarrollo) de las tratativas en ámbitos públicos e inesperados.
Pero en Nueva York (ver nota central) y aquí, principales figuras del Gobierno aseguran que las catilinarias anti Fondo son el prólogo de algo mucho más denso. El tiempo dirá.
Hasta antes de la Asamblea de la ONU se suponía que el Gobierno tenía para el FMI un Plan A y un Plan B. Eran renegociar con firmeza y sin condicionalidades y desendeudar. Claro que los exegetas del oficialismo divergían en cuál era el Plan A y cuál el Plan B. Ahora, tienta hablar de un Plan C.
El cronista no suele creer mucho que, en la muy improvisadora política argentina, convivan planes A y planes B. De ordinario, el Plan A, aunque esté en curso no termina de estar estudiado o legislado. Del B, mejor no hablar. Pero eso del Plan C, le cae bien, al menos a efectos de titular esta nota.

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