Domingo, 25 de febrero de 2007 | Hoy
EL PAíS › EL EQUIPO INTERDISCIPLINARIO QUE INTERVIENE EN CASOS DE JOVENES DESAPARECIDOS DURANTE LA DICTADURA
El grupo funciona como auxiliar de la Justicia en casos de hijos de desaparecidos apropiados. Ayuda a los jueces a lograr una muestra voluntaria de ADN, busca que los jóvenes entren en contacto con su familia e intenta superar los obstáculos que el sistema judicial pone en el camino.
Por Victoria Ginzberg
”En este lugar todo encuentro casual es una entrevista”, decía una pintada que apareció en el Hospital Psiquiátrico Tobar García. “Y en tribunales, todo diálogo es una testimonial”, agrega la psicóloga Alicia Stolkiner. Ella es coordinadora del Equipo Interdisciplinario Auxiliar de la Comisión Nacional por la Identidad (Conadi). En pocas palabras, dirige un grupo de profesionales de diferentes áreas que intervienen en expedientes vinculados a la apropiación de hijos de desaparecidos durante la última dictadura. El equipo trata con los conflictos individuales y familiares que dejó el terrorismo de Estado. Y dentro de estos casos, con los más complejos. Su función es, justamente, generar –trámite judicial de por medio– un espacio en el que un diálogo no sea una testimonial y en el que dos personas que no se conocen pero tienen una historia en común hagan contacto.
¿Cómo le digo a un chico que los que creía sus padres no lo son? ¿Cómo le explico que puede ser hijo de desaparecidos? ¿Cómo le pido una muestra para una análisis de ADN? Cuando un juez se hace estas preguntas es que aparece el Equipo Interdisciplinario de Conadi. Los integrantes del grupo ayudan a la Justicia a conversar con los jóvenes para que voluntariamente se hagan el estudio genético y también contribuyen a que, con el resultado en mano, la familia biológica pueda establecer o restablecer el vínculo con esa persona que acaba de recuperar su identidad.
“La Justicia en sí misma no tiene ninguna obligación de que se haga el contacto. La Justicia tiene dispositivos para probar determinadas culpas desde el punto de vista jurídico, pero no tiene dispositivos para que ese muchacho entre en contacto con su familia”, explica Stolkiner.
A veces, el Poder Judicial no sólo se mantiene al margen sino que se convierte en un obstáculo. “No ocurre voluntariamente, sino como sistema”, agrega Sergio Abrevaya, mediador e integrante del Equipo. “La burocracia no tiene capacidad para entenderse con alguien que está buscando su identidad o con su identidad en crisis. Puede pasar que citen a un chico por mesa de entradas y que, cuando llegue, después de días de inquietud y con quienes creía que eran parte de su familia presos o procesados, que le digan ‘nos equivocamos, hoy no era’. En estos casos la mesa de entradas debería ser otra cosa”, señala el mediador.
La idea de crear dentro del Estado –la Conadi, que dirige Claudia Carlotto, depende de la Secretaría de Derechos Humanos– un equipo que intervenga como auxiliar de la Justicia en los casos de robo de bebés durante la dictadura surgió a partir de una causa particular. Se trata de un caso en la que un bebé fue dado en adopción por el mismo juez que recibió la denuncia del abuelo sobre la desaparición del niño, que tenía signos corporales que lo identificaban fácilmente. A pesar de que el niño estaba ubicado casi desde el momento de su secuestro, el expediente se complicó y se cerró sin que se pudiera conocer la identidad del joven. Las Abuelas de Plaza de Mayo fueron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y el organismo internacional pidió al Estado argentino que tomara una medida para resolver la situación. Así, surgió la posibilidad de una mediación, que luego derivó en el Equipo.
El grupo está actualmente integrado por Stolkiner, Abrevaya, Magdalena Barbieri, psicóloga, Héctor Sagretti, juez y ex defensor oficial y asesor de menores, y Fernanda López Puleio, abogada y representante del ministerio público de la Defensa.
Hasta ahora intervinieron en 13 casos, ya sea antes o después del análisis de ADN. Un grupo de expedientes en los que trabajaron estaba relacionado con jóvenes a los que se les había hecho una prueba genética en la década del ’80, pero sólo se los había cruzado con una familia. Ahora, ante la posibilidad de contrastar el ADN con el Banco de Datos Genéticos, en el que hay información sobre cientos de familias de desaparecidos, se los volvió a citar. Para cada uno el Equipo elaboró una estrategia. En base a la historia previa, pensó si era mejor conversar en Tribunales, en un bar, en la casa o en la Conadi o si convenía que la llamada la hiciera alguien joven, una mujer o un varón, un abogado o un psicólogo. “No tenemos recetas”, dicen Stolkiner y Abrevaya.
–¿Y cómo es la primera reacción?
Abrevaya: –En general es negativa.
Stolkiner: –Aunque a veces te dicen que sí y es no. A mí me pasó hacer una llamada y que la persona que me atendió me preguntó toda la información y no era el joven.
A: –A mí me pasó al revés. Me dijeron que no estaba y era ella.
S: –Hay gente que pide tiempo. “Deme tiempo hasta después de que nazca mi hijo”, por ejemplo.
A: –Hay un dato que nos sentamos a verlo. Porque cuando hay matrimonio hay un cambio, cuando hay hijos hay otro cambio y todos vinculados a la identidad. En las entrevistas aparecen los miedos sobre qué puede pasar con quienes los criaron. Ahí empieza la carrera por el clic para lo que es extracción de sangre voluntaria. Y desde el primer llamado hasta el análisis pueden pasar dos años.
–¿Cómo responden ustedes a la pregunta sobre qué va a pasar con quienes los criaron?
A: –No les mentimos. Siempre les decimos que existe el riesgo de que vayan presos. Esa pregunta hace mucho más difícil el trabajo, pero no podemos evadirla.
–Supongo que ayuda el hecho de que no son ustedes los que los meten presos.
A: –Claro. Un componente importante es la legitimidad del equipo y parte de eso viene de que nosotros no juzgamos. Vamos a trabajar con ellos, a contarles del problema y escucharlos.
–¿Se encuentran con personas que necesitan que los escuchen o que les hablen?
S: –Las dos cosas.
A: –El expediente nunca los escuchó.
S: –En general se los ha escuchado muy poco y se les ha informado poco o mal. El problema del Poder Judicial es que habla en términos judiciales. Es como los médicos cuando hablan como médicos.
A: –Hubo un chico que se enojó mucho porque estaba convencido de que el secretario del juzgado le había mentido. Pero en realidad no le había mentido, sino que la redacción del acta había sido en términos jurídicos. Para el chico no habían puesto claramente que se había negado al examen. Creyó que el secretario lo había querido pasar y se negó a firmar el acta y se armó un escándalo. Al final se cambió el acta, pero el chico no se olvidó y cuando lo llamamos dijo “me quisieron engañar”.
S: –Otra vez pasó que la familia biológica estaba muy preocupada porque los escritos del joven que no conocían eran muy duros, agresivos y muy reaccionarios. Era el típico escrito redactado por un abogado pero para la familia era él. Eso es interesante porque lo que la familia cree que es el chico, incluso el contexto del chico, no tiene nada que ver con lo que después aparece. Después aparece otra historia, que es la historia del chico. Y que no es la historia objetiva, es la que él vivió.
El nieto imaginado
Lograr concretar el análisis de ADN es sólo una de las facetas del Equipo. La otra tiene que ver con establecer el vínculo entre el joven apropiado y la familia biológica. Una relación a la que muchas veces la Justicia, por el devenir propio de los expedientes, no contribuyó. En esos casos, el equipo trabaja con las historias concretas, los nombres, las fotos. “A veces es necesario instalar estas otras personas que eran los padres. Es necesario instalar la figura de una familia que está buscando un niño”, dice Stolkiner. Y Abrevaya agrega: “En la narrativa de esta persona eso no está. Figuran cucos, títulos, hay que transformar ese relato”.
La psicóloga narra la historia de un muchacho que en una entrevista dijo sobre su familia biológica: “Si tenían tanto interés me hubieran buscado. ¿Por qué esperaron tantos años?”. La simple y verdadera respuesta de “hace 30 años que te buscan” produjo impacto. “Muchas veces las frases pronunciadas por los jóvenes no son construidas por ellos, sino en el contexto social en el que se han criados. Son frases hegemónicas y forman parte de las representaciones que les han permitido permanecer aislados. Ellos no piensan en una familia concreta, sino en una causa política”, señala Stolkiner.
Pero la dificultad para establecer un vínculo no es sólo de los jóvenes que recuperan la identidad. Las familias que han esperado durante más de treinta años por esa persona también deben adaptarse a esta nueva situación. Y hay familias en las que los que hicieron las denuncias ya no están y otros prefieren olvidar. “Nosotros trabajamos sobre cicatrices”, describe Stolkiner.
La psicóloga explica que más allá de la infinita alegría que produce el encuentro, el hecho está lejos de las novelas rosas de hollywood: “Cuando uno tiene un hijo construye un hijo imaginario, al cual va renunciando durante toda la vida. La vida nos permite un proceso de acompañamiento. Esta familia sueña y soñó un desconocido sobre el cual sobreimprimió la figura del hijo o la hija desaparecida. Y se encuentra con un joven que probablemente ya tiene más edad que la que tenía su hijo o hija cuando lo perdieron y que en muchas cosas les es ajeno. Puede que no coincida en términos religiosos, en términos políticos. Puede que no acepte –más allá de que tengan la mejor voluntad del mundo de entrar en contacto su familia biológica– repudiar a quienes lo criaron. Y esto produce un conflicto muy serio, porque esa gente para la familia biológica son los apropiadores, los que estuvieron implicados en la desaparición y muerte de su hijo y quienes criaron durante todo este tiempo un niño del cual se robaron la infancia, la adolescencia. Incluso en los casos que no se complican la familia biológica va a tener que contrastar ese chico con el que soñó. Igualmente ese chico va a tener que contrastar esa familia con la que soñó encontrar. Igualmente en algún lugar se va a morir una ilusión, ésa es la vida”.
La Justicia
Stolkiner y Abrevaya insisten en que no tienen recetas y en que la estrategia se elabora caso por caso. Tampoco mencionan nombres. La confidencialidad es una de sus premisas. Pero sí revelan las reglas, elaboradas en base a la experiencia, sobre lo que no hay que hacer.
S: –Una, jamás ocultar información. La consigna tiene que ser clara. Segunda. No intervenimos valorativamente. Las personas a las que vamos a entrevistar son como son y la función de impartir justicia es de los jueces. Si no, no servimos. Somos miembros de un organismo del Estado, que no es lo mismo que pertenecer a Abuelas de Plaza de Mayo. Nuestra función es distinta y es necesario que así sea.
A: –La esencia de la Justicia es valorar y se traba cuando necesita no hacerlo. Por función no puede sentarse a conversar con ese chico sin valorar, sin juzgar. Si vos me contás algo que identifico como prueba, como delito, me tengo que parar y tomarte una declaración. En realidad ya te estoy tomando una declaración.
–¿Con qué actitudes se encontraron en la Justicia?
A: –Mala predisposición no, pero te encontrás con cómo es la Justicia. En general hemos encontrados esfuerzos por superarse. Ha habido algún juzgado que nos llamó por exceso de cuidado. Porque ¿quién le va a ir a decir a esta chica...? ¿Y si la asustamos y de golpe y sopetón le decimos que es adoptada?
S: –Debe haber un montón de juzgados que no son así, pero los que nos han llamado a nosotros están preocupados porque se dan cuenta de que tienen algo en las manos que no pueden manejar.
–¿Los jueces se sienten sobrepasados por la situación?
S: –Sienten que no están pudiendo resolver la situación bien.
A: –Y bien es importante, porque por ahí podrían avanzar para resolver el caso en términos jurídicos. Pero sienten que algo no está bien.
S: –Hay juzgados que avanzan como locomotoras. Y en ese avanzar como locomotoras pisan varios callos.
–El expediente avanza, pero a los chicos los dejan de costado.
S: –Por ahí a los chicos les cae el expediente encima. Y nos llaman cuando se dan cuenta.
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