Viernes, 23 de marzo de 2007 | Hoy
EL PAíS › UNA AMENAZA ANONIMA LLEGO A LA ESCUELA VERA PEÑALOZA CUANDO SE RECORDABA LA DICTADURA
La abuela de Plaza de Mayo Alba Lanzillotto, Eduardo Nachtman de HIJOS y Susana Reyes, una docente ex desaparecida, hablaron con los alumnos de sexto y séptimo grado sobre las historias personales que fueron atravesadas por el horror de la dictadura.
“Dejen de lavarles el cerebro”, pedía el anónimo enviado ayer a la escuela primaria Rosario Vera Peñaloza, en Almagro, justo el día en que las autoridades habían armado una clase abierta con Eduardo Nachtman de HIJOS, Susana Reyes –una docente ex desaparecida– y Alba Lanzillotto de Abuelas de Plaza de Mayo. “¿Qué van a hacer cuando no puedan seguir?”, preguntó uno de los alumnos a la Abuela: “Sabemos que la vida se acaba. Estamos tranquilas gracias a ustedes. Tenemos nietos, hijos y sobrevivientes; y los tenemos a ustedes para que sigan luchando por la memoria”. En la escuela, que se caracteriza por este tipo de actividades, no se sorprendieron por la carta. “Hace dos años trajimos a dos especialistas brasileños para que hablen sobre los medios y la dictadura. Una chica pidió la palabra y dio argumentos a favor de los militares (seguramente los trajo de su casa). La dejamos hablar. No necesitó mandarnos un anónimo”, recordó la directora Marta Bustos durante el acto, que formó parte de la Semana de la Memoria a poco de cumplirse 31 años del último golpe de Estado.
Ayer, el encuentro de estas cuatro generaciones empezó con un relato: “La historia de Juan”. Su padre era panadero, su madre maestra de una villa. Un día estaban cenando mientras veían por televisión a unos tipos vestidos de verde. A Juan le encantaron los botones de sus uniformes. Más tarde, a la hora de dormir, el niño sintió ruidos que venían de la puerta. Entraron y se llevaron a sus padres. Eran los mismos uniformes que él había visto en la tele un rato antes. Este cuento, casi haiku, fue escrito grupalmente por chicos de una escuela de Ciudad Evita en La Matanza y ganó un concurso de literatura infantil; fue leído a modo de preámbulo por Nachtman y atrapó a los chicos. El docente contó que su padre, actor y director de teatro, estaba desaparecido desde 1976, cuando fue secuestrado en Mar del Plata. A su lado, Reyes tomó la palabra para presentarse: “Soy sobreviviente del centro de detención ilegal El Vesubio, estuve secuestrada durante tres meses”. Lanzillotto también apeló a la contundencia. “Estoy buscando a mi sobrino o sobrina, tengo dos hermanas desaparecidas”, resumió la Abuela de Plaza de Mayo. Una docena de alumnos levantaron la mano para preguntar.
–¿Cuántos chicos encontraron?
–87 chicos... en verdad, ya no son chicos; son hombres y mujeres.
–¿Por qué se reunían en la Plaza de Mayo?
–Al principio nos juntábamos en otros lugares. Un día decidimos ir a la Plaza de Mayo porque ahí pasan todas las cosas en este país. Queríamos que los funcionarios nos vieran antes de ir a trabajar.
–¿Qué siente cuando alguien no quiere saber su identidad?
–Me da cosa los que no quieren volver con sus parientes. Habrá dos o tres, pero siempre nos preguntan por eso. Igual, los casos felices son la mayoría. Creemos que todos van a querer saber quiénes son.
–¿Qué es lo primero que hacen cuando encuentran a alguien?
–Primero, tomar champán. Alegrarnos y festejar. Hace unos años había un médico que cuando ya sabía que se trataba de un nieto de desaparecidos, venía directamente con la botella de champán. Lo más importante es que las abuelas que encuentran a sus nietos no se van. Así como los hijos dicen que todos son sus hermanos; para nosotras, todos son nuestros nietos.
–¿Cómo hacen para encontrarlos?
–Al principio, nos disfrazábamos, hacíamos de detectives. Teníamos una abuela que era actriz: hacía de mucama o de vendedora de libros. Después tuvimos un equipo de investigación y armamos el banco genético.
–¿Cómo hacen para soportar el dolor?
–El dolor te lleva a la paralización, eso querían los militares. Muchos abuelos murieron de tristeza. Otros todavía mantienen el cuarto de sus hijos igual que hace treinta años, como si fueran a volver. Yo sé que ustedes no van a entender esto todavía, cuando te quitan a tu hijo, todo te da igual. Nosotras transformamos el dolor en lucha.
–Si los encuentran a todos, ¿se haría justicia?
–Sería incompleto encontrarlos a todos y nada más. Hay que trabajar por cumplir los sueños de nuestros hijos.
Flores
“Rosita estaba embarazada, como yo. Fue la primera en parir. La sacaron de El Vesubio y la llevaron a Campo de Mayo. Cuando la trajeron nos contó que ni siquiera le dejaron ver a su bebé. Lo tuvo con los ojos vendados”, respondió Reyes, mientras caían las primeras lágrimas en un costado del hall, en el sector donde madres y padres se acomodaron para escuchar la charla. Allí también estaba la ministra de Educación porteña, Ana María Clément. Le habían preguntado sobre la relación que tenía con los demás secuestrados. Ella nunca bajó la mirada, ni cuando explicó que su marido estaba desaparecido y que al salir lo había esperado durante mucho tiempo.
–¿Cómo era la vida en el campo de detención?
–No sabíamos qué iban a hacer con nosotros. Al principio nos separaron a mi marido y a mí. Pero aunque estuviéramos vendados y aislados, con el tiempo se gestaron lazos solidarios entre los compañeros. Había momentos afectivos entre nosotros.
–¿Cómo logró salir?
–Me soltaron ellos. Yo estaba embarazada de cuatro meses cuando me secuestraron, jamás pensé que nos podían robar a nuestros hijos. Después de salir traté de no olvidarme nada, ni de las caras ni de las voces. Hace poco me mostraron un pilón de fotos y pude reconocer a algunos de mis compañeros.
–¿Esperaba la dictadura después del golpe?
–No esperábamos que fuera algo tan sistemático. Tampoco entendíamos lo de la de las desapariciones... Hoy no podemos recuperar a nuestros seres queridos, mis hijos no pueden llevarle una flor a su padre.
–¿Quiero preguntarle a Eduardo (Nachtman) cómo se sintió cuando desaparecieron a su padre?
–No sabíamos que estaba desaparecido. Preferimos hacer silencio, pensando que si no bardeábamos aparecería en alguna cárcel como preso político. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que nuestro silencio ayudó a su desaparición.
Inquietudes
“Este tema mejor, no”, “hay que pedir permiso”, “la política no tiene que entrar en la escuela”, “puede irritar”, “es una verdad parcial” son los prejuicios más comunes que ha recibido a lo largo de los dieciséis años que ejerció la docencia Claudio Altamirano. Designado recientemente como coordinador del área de comunicación de la División General de Educación porteña, este hombre organizó la charla y propuso trabajar el tema en clase muchísimas veces. “La historia siempre fue el miedo”, advirtió a Página/12. “Después vino la normativa legal y fue más difícil boicotear este tipo de charlas.” ¿Amenazas? “Sí, un montón de veces. Mayormente, las apretadas de los propios directores de escuela.” Ayer, después de la charla, fotocopió el anónimo, que venía acompañado del texto imperdible de un tal Hans Edelhausen (ver aparte). Consultado sobre la amenaza, el maestro refirió que, históricamente, “siempre hubo mucho miedo, temor, ignorancia, prejuicio y, por supuesto, todo esta cuestión reaccionaria”.
Habían pasado dos horas de charla. Lucía Tomasi, de séptimo B, había levantado la mano desde el principio. Cuando se cansó, apoyó el codo sobre su palma. Al rato, ponía cara de puchero y hasta se hizo la dormida. “Bueno chicos, tres preguntas más y terminamos”, avisó la directora. Lucía se desesperó: entró a chistar, a buscar la mirada de Marta Bustos, les pidió a sus compañeras que la llamaran. La directora se acercó, ella le susurró al oído su pregunta, tomó el micrófono y le preguntó a Susana Reyes por qué la habían secuestrado. En un costado, Altamirano detuvo con su brazo a los niños que tenían flores y regalos para los disertantes.
–Esa es la pregunta. ¿Qué hice? No sé. Yo alfabetizaba adultos, era lo que me gustaba hacer y lo que hago ahora.
Informe: Emilio Ruchansky.
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